En 1930 cuando el partido Nazi perdió las elecciones por un minúsculo porcentaje, todo mundo hacía bromas fáciles de las tonterías que predicaba Adolfo Hitler, sin embargo el dramaturgo Bertolt Brecht logró advertir: “Señores, no estén tan contentos con la derrota de Hitler, porque aunque el mundo se haya puesto de pie y detuvo al bastardo, la puta que lo parió está caliente de nuevo”.
Unos tres años después, el partido Nazi ganó las elecciones y Hitler fue nombrado canciller por el anciano Hindenburg, contra la opinión de los conservadores racionales y de la gran mayoría de intelectuales que empezaron a temer que un discurso tan absurdo y lleno de odio, como el de “Mi Lucha”: antidemocrático, anticomunista, antisemita, anticapital, homofóbico, y que proclamaba la supremacía racial; fuera a convertirse en la política oficial de una nación que se había destacado por la inteligencia de su pueblo y de los estratos cultos, que eran magnates con cultura y gustos refinados.
El Gobierno de Lázaro Cárdenas en 1938 fue el único que promovió una protesta diplomática contra el enemigo que se anexó al país austriaco. Fue el único en el mundo que hizo tal manifestación de inconformidad. Un año después Hitler invadió Polonia y nadie pudo hacer frente a la fuerza de la wehrmacht, y su impresionante Blitzkrieg.
La Segunda Guerra cobró más de 60 millones de vidas y duró hasta 1945. Ahora, 70 años después, Donald Trump parce surgir como un Hitler zombi, tan ridículo en su estampa y en su hablar como el austriaco. En respuesta a sus declaraciones, algunas voces expresamos que la Secretaría de Relaciones Exteriores debía posicionar, como país, una crítica y una advertencia de que México, como Gobierno, no permitiría amenazas como la de levantar un muro y obligar a que nuestra nación lo pagara.
En esos días señalamos que Trump hablaba como precandidato de un partido que había ganado las elecciones y que el entonces insospechado contendiente a la Presidencia estaba agrediendo no sólo a los inmigrantes mexicanos, sino que estaba burlándose de la identidad y soberanía de toda una nación.
Pasan los días y el fenómeno Trump se aleja de la posibilidad y se vuelve probable, y de paso ha marcado el tono en que los precandidatos republicanos deben plantear sus propuestas, ahora todos quieren ser una especie de Trump, moderado pero finalmente también Trump.
Mientras tanto, los gobernantes mexicanos guardan silencio y la nueva Secretaria de Relaciones Exteriores acomoda sus cosas en la oficina: un cuadro por acá, un florero más allá, repinta la sala de reuniones con colores al pastel… pero no ha dicho nada contra este cavernario de la política.
México como país debe advertir los riesgos de que un probable presidente norteamericano trate de manera discriminatoria a los mexicanos y debe iniciar una defensa fuerte advirtiendo a los grandes inversionistas lo que significaría para ellos una ruptura de las buenas relaciones entre nuestra nación y Estados Unidos. Simplemente, en Juárez, las empresas maquiladoras norteamericanas consiguen la mano de obra industrialmente calificada más barata del mundo, a 0.78 centavos la hora de trabajo, y a sólo una milla de distancia de su territorio.
México debe advertir que una política así significaría la ruptura del Tratado de Libre Comercio, el cierre fiscal de la frontera y un alto a los artículos norteamericanos que se venden aquí, implicaría frenar la colaboración en el control del flujo de centroamericanos sobre la frontera estadounidense, y el inevitable aumento del número de inmigrantes ilegales que ingresan a Estados Unidos, considerando que un muro del tamaño que sea no puede detener a los seres humanos cuando luchan por su vida.
Hay que decirles que, si somos 53 millones de mexicanos pobres, diez millones más no nos asustan; en cambio el cierre de cientos de fabricas y armadoras norteamericanas aquí sí les causa una crisis irrecuperable.
Nuestro Gobierno debe ser claro como Aristóteles cuando, explicando la esclavitud, decía que no sólo el esclavo depende del señor, sino que también el señor del esclavo. Y si nos ilusionamos con creer que el nuestro es más que algún país bárbaro del tiempo del filósofo, nuestro Gobierno debe advertir los riesgos que trae consigo una política de guerra social como la que predica Trump.
Los norteamericanos ignorantes, que al parecer son muchos, de verdad creen que los migrantes mexicanos son el problema de las adicciones de sus hijos, porque de esa manera se excluyen de su incapacidad como padres de construirlos libres de adicciones.
Los norteamericanos ignorantes creen que, al cerrar las fabricas estadounidenses en México, las empresas volverán a su país y pagarán tranquilamente 30 dólares la hora, como si el mundo no fuera ancho y ajeno. Ellos creen que pueden expulsar fácilmente a 11 millones de latinos indocumentados mientras al mismo tiempo frenan la oleada de migrantes que desatarían con la ruptura comercial con México.
Ellos piensan empezar con los mexicanos, seguir con los asiáticos, después con los negros y finalmente con todo aquel norteamericano que no demuestre que su familia proviene de los migrantes pioneros que llegaron antes de 1725 (afortunadamente, mi familia Hickerson llegó a EU desde 1712 , así que no me vería obligado a recibirlos en mi casa).
Este es el pensamiento de la clase de gente que aplaude a Trump y que sueña con un país de anglosajones, para los anglosajones. Ellos tienden una línea histórica imaginaria en el fin de la primera gran migración hacia América en 1725 y una línea racial imaginaria con los migrantes provenientes de Inglaterra. Esos son los únicos que tienen derecho a la propiedad y riquezas de su país, que desafortunadamente para ellos hoy se distribuyen entre muchas razas y gentes que no tienen las cualidades para recibir este derecho original.
Yo conozco a algunos, precisamente de la familia Hickerson, que se afanan gastando dinero en reconstruir los orígenes de la familia; ya van en el siglo IX, en Inglaterra, a punto de hallar al primer ancestro y rogando a Dios que no resulte ser un vikingo violador de una anglo, tomada a la fuerza por las garras de aquel temible noruego, porque lo ideal es encontrar el origen entre los anglos y los sajones y ser así de pura raza. A este tipo de mentalidad son a las que ha impactado el cinismo agresivo de Trump.
Para aquellos latinos que se creen a salvo porque ya arreglaron papeles, afroamericanos y asiáticos, hay que decirles, desde el Gobierno mexicano, lo que significarán para su vida las ideas discriminatorias y racistas de Trump. El Gobierno mexicano debe, por lo menos, apoyar a Jorge Ramos entregándole la medalla del Águila Azteca o declarándolo embajador de Derechos Humanos en EU.
Pero no vemos que el Gobierno mexicano haga algo por detener las palabras bárbaras de este zombi nacionalista.
Posdata:
Siguiendo con la historia del temible SNTE (con S) de Ciudad Juarez, la profesora implicada al ser impedida de ingresar a su trabajo por el coordinador sindical y sus compinches, pidió el apoyo de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y, después de comunicarse con la Secretaría de Educación y Cultura, le informaron que no pueden insistir en reinstalarla en la escuela donde está asignada (la secundaria 42) porque hay riesgo de que la agredan físicamente, y que la CEDH no puede arriesgarla a que resulte lesionada.
Al mismo tiempo recibe una orden de reubicación a la escuela secundaria 32, a 15 kilómetros de distancia, a dónde las autoridades la acompañarán a tomar posesión. La barbarie ha triunfado, el Estado de Chihuahua renuncia a usar su poder para someter a un puñado de profesores del SNTE y mejor alejan a la directora para proteger su integridad física.
Así o ¿la quieren más clarita?