Si los partidos no entienden lo que pasó en Jalisco y en Nuevo León y siguen pensando que tienen el monopolio de la representación política se van a llevar una sorpresa en el 18. Lo que se abrió en estos dos estados es, dirían los ingenieros, una grieta estructural. No es aún cuarteadura del enjarre, la falla viene desde los cimientos. En el resultado general, con un PRI que mantiene su hegemonía en la Cámara de Diputados, un PAN como segunda fuerza y el PRD sobreviviendo a pesar de los escándalos y la división interna, es engañoso.
En Guadalajara los llamados partidos grandes, PAN, PRI y PRD tuvieron su peor resultado de la era democrática. Lo grave no es que les ganó Movimiento Ciudadano, los tres fueron castigados por sus propios electores: el PAN se desfondó, el PRI bajó a niveles insospechados y el PRD estuvo al borde de la desaparición. En Nuevo León la elección para acalde de la capital nada tiene que ver con la de gobernador. Mientras en Monterrey la competencia entre PAN, PRI y PT se mantienen en la lógica histórica, en la elección a gobernador, con la aparición del candidato independiente, se fueron al piso. La presencia de un candidato fuerte y carismático enfrente explica una parte del fenómeno, pero no todo. Jaime Rodríguez, «El Bronco» y a Enrique Alfaro en fueron veneno puro para los partidos porque los electores vieron en ellos una forma de castigar a los partidos.
El PRI dejó de ser una maquinaria de voto corporativo. El voto duro, que en muchos estados de la república sigue operando y que en Jalisco y Nuevo León estaba totalmente vigente hasta de 7 de junio pasado, simplemente se esfumó. Hay muchas explicaciones, desde los que decidieron hacer huelga de brazos caídos como una forma de castigo interno a los respectivos gobernadores, hasta la gente movilizada que les cobró y luego les voto en contra. Los prisitas terminaron terminaron haciendo el trabajo a los candidatos opositores.
El PAN se desdibujó. Dejó de ser el partido que abrigaba a los ciudadanos pero, sobre todo, dejó de hablarle a los jóvenes. Más allá de los cuestionables resultados de los gobiernos panistas, el partido se convirtió en un mal remedo del PRI, adoptando las mismas prácticas pero con aún menos eficiencia.
En 1997 se rompió e monopolio del PRI; el domingo pasado cayó el oligopolio de los partidos y se abrió la vía de acceso al poder por fuera de ellos. La de hoy es una democracia distinta en la que el papel de los partidos que requiere ser repensado.