La otra renuncia

05/06/2015 - 12:00 am

Al parecer Peña Nieto escuchó a sus críticos y finalmente optó por renunciar. No renunció a la presidencia, pero sí renunció a gobernar. No podemos decir que México esté en una situación de ingobernabilidad, eso es una verdadera exageración, pues maltrechas y anquilosadas, algunas incluso artríticas,  pero la instituciones fundamentales de la República ahí están. Lo que sí hay en México es un desgobierno, una renuncia de los poderes constituidos a ejercer. (Gobernar: mandar con autoridad, dirigir, manejar, guiarse según la norma). La ingobernabilidad implica una crisis del Estado en su conjunto; el desgobierno es una falta de voluntad o capacidad para ejercer la autoridad.

Esta semana vimos al gobierno de Peña claudicar dos veces: la primera fue la renuncia a la reforma educativa. En un acto unilateral y pasando por encima de las instituciones creadas por el Estado, particularmente sobre el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE), el secretario de Educación, Emilio Chuayffet, canceló indefinidamente, a través de una boletín de prensa y sin mediar explicación alguna, la evaluación de maestros. Hay versiones que sostienen que la decisión no fue del secretario de Educación Pública sino del subsecretario de Gobernación, Luis Miranda, lo cual sería aún más preocupante.

La segunda claudicación es menos grave por su efectos pero mucho más en términos simbólicos, y fue ver al Ejército renunciando a proteger las instalaciones electorales. Si las autoridades civiles han decidido, por las razones que sea (miedo, prudencia, gobernabilidad), no responder a los ataques de la CNTE, lo menos que podrían hacer es no poner al Ejército en medio. En 28 de los 32 estados del país cualquier de nosotros que hubiese osado tocar un boleta electoral, no digamos quemarla, habría terminado en la cárcel; en Oaxaca, Guerrero, Chiapas y Michoacán, no.

¿Dónde termina la prudencia y comienza el desgobierno? El límite es poco claro. Es, por decirlo de alguna manera, una frontera líquida, movible y siempre sujeta a presiones. La concepción de esta frontera y la forma de ejercer la autoridad define en gran medida el estilo personal de gobernar. La reforma educativa, los sabíamos, implicaba un terrible desgaste político, tanto o más que el tema de seguridad, pero permitir delitos a la vista de todos como la toma de instalaciones electorales es un pésimo mensaje. El gobierno de Peña ha optado por evadir el conflicto para no desgastarse, entre otras cosas porque el capital político, la legitimidad necesaria para ejercer un acto de autoridad de ese tamaño, lo dilapidó en escándalos de corrupción.

Desfondado, desarticulado, incapaz de cumplir con las promesas de crecimiento, más preocupado por la imagen que por los resultados y sobre todo, temeroso al ejercicio de la autoridad, el gobierno de Peña Nieto está viviendo la peor pesadilla para un priista: parecerse cada día más a la administración de Vicente Fox. Eso sí, cada uno con su muy personal estilo de no gobernar.

en Sinembargo al Aire

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