Jorge Alberto Gudiño Hernández
25/04/2015 - 12:04 am
Las nuevas promesas
Cada tanto escucho comentarios elogiosos en extremo sobre una novela recién publicada: “es el nuevo Rulfo o el nuevo Gabo”. Lo dicen, normalmente, de autores nuevos, a los que se les acaba de publicar su primera novela. Normalmente sospecho de estos comentarios. Y no porque me niegue a participar de este entusiasmo. A […]
Cada tanto escucho comentarios elogiosos en extremo sobre una novela recién publicada: “es el nuevo Rulfo o el nuevo Gabo”. Lo dicen, normalmente, de autores nuevos, a los que se les acaba de publicar su primera novela.
Normalmente sospecho de estos comentarios.
Y no porque me niegue a participar de este entusiasmo. A mí me encantaría, como lector que soy, que, en efecto, de pronto apareciera un autor desconocido con una novela digna de los más laureados y reconocidos escritores. Sin embargo, sé que eso es difícil. Hay proezas literarias que sólo están destinadas a unos cuantos y, por ello, la sospecha se acrecienta.
No me sorprende, pese a ello, cuando estos comentarios vienen de la editorial que los publica. Los boletines de prensa, las contraportadas y los cintillos promocionales están diseñados para cumplir un objetivo específico. Un objetivo que tiene mayor relación con lo comercial que con lo literario. Como buenos empresarios que son, en las editoriales suelen exagerar para vender sus productos y eso está bien, es parte de un juego del que todos participamos.
Me sorprenden, entonces, los comentarios de algunos lectores, quienes leen entusiasmados estos libros y sueltan aseveraciones como las que cité al principio de este texto. Pero tampoco me sorprenden demasiado. Yo mismo he defendido el entusiasmo lector en muchos foros. Si hay a quien un libro que podríamos considerar malo le fascina, enhorabuena. Su lectura vale tanto como la de los otros. El problema comienza a llegar con las comparaciones, cuando a un libro regular se le pretende llevar a las alturas de los clásicos. Eso también lo he dicho: a la hora de leer, como en toda actividad, uno también tiene sus gustos culposos. Así, cada quien es libre de leer lo que más le entusiasme y guste aunque sepa que no es lo mejor de la literatura.
Justo por la razón anterior es que el comentario comparativo, aquél que pretende elevar los valores de una novela común y corriente hasta alturas insospechadas, no suele venir de un lector normal. Al contrario, casi siempre proviene de un lector que muchos podríamos calificar de especialista. Piénsese en un editor, en un crítico, en un lector profesional, incluso en otros escritores. Cuando ellos lanzan comentarios elogiosos en extremo sobre una novela recién editada, es que arriba la sospecha.
Esta sospecha casi siempre viene acompañada del acierto: el libro no es, ni por mucho, cercano a lo que se dice de él. Una lástima.
Dos preguntas llegan a mi mente cuando termino su lectura. ¿Por qué estos especialistas son capaces de calificativos como los que le prodigaron al libro en cuestión? Las posibles respuestas me atemorizan dado que están dentro de un vaivén poco amigable. Van desde un “han dejado de disfrutar la lectura de tanto llevarla a cabo y, en consecuencia, cualquier cosa los sorprende” hasta “la capacidad crítica se pierde con los años”. Me aterrorizan, sobre todo, porque he escuchado a lectores muy confiables lanzar aseveraciones lapidarias acerca de las virtudes de una novela mala. Y no es que me quiera abrogar el derecho de decir cuáles son buenas y cuáles no. Quienes nos hemos dedicado a esto durante muchos años sabemos que los parámetros existen, reconocemos los errores cuando nos topamos con ellos, somos capaces de identificar ciertos matices en el lenguaje que pueden transformar un texto común en la maravilla.
De ahí mi segunda pregunta: ¿estos especialistas han perdido estos parámetros, han extraviado su aparato crítico, lo han intercambiado por culpa del acechante embate del mercado? Podría ser. Y, en verdad, lo lamento. No tanto porque intenten venderme una idea falsa sino porque me parece que dañan mucho al libro en cuestión. Sobre todo, porque no es un bestseller que podría vender millones de copias sino, tan sólo, una gran apuesta editorial que terminará decepcionando a muchos. Y es una decepción que, a la larga, hará que esos otros lectores, al igual que yo, terminen sospechando de comentarios elogiosos en extremo.
En verdad, una lástima, porque, en una de ésas, nos rehusamos a leer una gran novela.
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