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Benito Taibo

05/04/2015 - 12:02 am

Semana Santa

Vivo en la colonia San Francisco de la Magdalena Contreras, las vías del viejo ferrocarril que nunca volverá, vuelto ya una suerte de monstruo prehistórico que podrá verse sólo en los museos mexicanos, hoy es una ciclopista, que en dónde vivo sí se usa para pasear y en la que los niños juegan y vuelan […]

Vivo en la colonia San Francisco de la Magdalena Contreras, las vías del viejo ferrocarril que nunca volverá, vuelto ya una suerte de monstruo prehistórico que podrá verse sólo en los museos mexicanos, hoy es una ciclopista, que en dónde vivo sí se usa para pasear y en la que los niños juegan y vuelan papalotes. Uno de mis vecinos es taxista, otro jubilado del SME, otro, basurero, hay un plomero, dos cerrajeros, y está también mi amigo Don Ricardo que tiene una miscelánea que se llama, por supuesto «Mi esperanza».

Fue zona semirural en su momento, vuelta colonia popular, fundada por comuneros en los años cuarenta. Aquí se respetan al pie de la letra las tradiciones y las fiestas (de guardar y otras que no tanto). En la esquina de mi casa hay un cristo resguardado por su capelo de vidrio y cada cincuenta metros, una virgen de Guadalupe, tallada en madera, dibujada en la pared, de barro… A ciento cincuenta metros está el panteón de San Francisco, donde cada dos de noviembre se celebra por todo lo alto el día de muertos con hartas flores, mariachis, mole, veladoras que iluminan el cielo toda la noche.

Somos de aquí, desde hace más de quince años. De aquí me sacarán el día que me muera. Es mi barrio y lo amo.

El «viernes santo» de cada año se lleva a cabo una procesión que recorre gran parte de la zona. Vienen caminando desde lejos Jesucristo, los apóstoles, romanos mal encarados con látigos que fueron escogidos cuidadosamente (los romanos y los látigos), plañideras vestidas de azul y blanco, montones de niños que siguen paso a paso el suceso y una María Magdalena que generalmente es muy guapa. Justo en la esquina donde vivo se lleva a cabo una de las «caídas» de la representación. No somos Iztapalapa, pero todo es muy digno y muy serio. Decenas de vecinos se preparan durante todo el año para el evento. Se hace un multicolor tapete de aserrín de colores que ocupa toda la vialidad y con el que me ha tocado cooperar. Es una verdadera obra de arte que acaba siempre barrido por el viento de la tarde. Se respira en el aire fervor y un cierto tono festivo y vacacional. Los niños miran la representación en silencio y desde lejos pueden escucharse los lamentos de unos y los gritos de los romanos que no salen de su papel, inmutables, perfectos, crueles.

Conozco de vista y de apretón de mano a muchos de los que participan. Me saludan con la cabeza y me reconocen como parte de la comunidad.

El año pasado se nos ocurrió hacer una comida en casa ese día aprovechando el “puente”, así que convocamos a familia y amigos y les advertimos que llegaran temprano.

Estábamos por empezar, poco después de las tres cuando sonó el timbre de la puerta.

No faltaba nadie, así que un poco sorprendido fui a abrir. Un romano jadeante, con su «pilum» falso, su casco y su capa roja me miró a los ojos, implorante. Era Ray, el que arregla bicicletas cuando no es romano de la guardia.

-Don Benito ¡Me quieren madrear!- Me dijo mientras ponía un pie de sandalia con correas dentro de casa.

Lo dejé pasar y cerré. -¿Quién, o quiénes?- Pregunté.

-Los pinches niños de Sarabia (la calle que baja hacia La Venta, a unos metros), empezaron a tirarme piedras y me dieron.- Y me mostraba un cardenal rojizo en el pómulo derecho.

No voy a hacer el cuento demasiado largo. Ray, vestido de romano comió y bebió ese viernes de Dolores con nosotros, a resguardo de los pequeños vengadores tirapiedras.

Como a las seis se fue, después de abrazar a todos los presentes.

Hoy, tenemos comida de nuevo. Pero ya no la hicimos en viernes, sino en domingo.

Y un lugar reservado para Ray, que desde ese día arregla mi bicicleta gratuitamente.

Sabemos que él, sólo sigue las órdenes del César. No tiene nada personal contra Jesús.

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