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Francisco Ortiz Pinchetti

03/04/2015 - 12:00 am

Días de aguardar

En mis tiempos de reportero de la segunda edición Ultimas Noticias de Excélsior ocurría exactamente lo mismo que ahora, 40 años después. La aridez informativa durante la llamada Semana Mayor era tal que nuestras únicas notas del día, el Jueves Santo, eran el reporte de salidas y entradas de vehículos en cada una de las […]

En mis tiempos de reportero de la segunda edición Ultimas Noticias de Excélsior ocurría exactamente lo mismo que ahora, 40 años después. La aridez informativa durante la llamada Semana Mayor era tal que nuestras únicas notas del día, el Jueves Santo, eran el reporte de salidas y entradas de vehículos en cada una de las casetas de peaje de las carreteras que parten del Distrito Federal, y los preparativos de la escenificación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa. Ambas eran por supuesto totalmente intrascendentes, porque a nadie le importaba que por la caseta de Tepotzotlán salieran –como siguen saliendo– 42 autos por minuto y llegaran 18. Tampoco conmovía a nadie –ni lo conmueve– que el joven que interpretará a Jesús diga la víspera de su crucifixión que le ofrecía su esfuerzo y sacrificio a la Virgencita de Guadalupe. Desde entonces estoy convencido de que, con el perdón de Dios, los Días Santos son los más aburridos del año.

Es por esa razón por la que desde hace un buen rato procuro escapar del bochorno prepascual con visitas fugaces a lugares cercanos a la capital del país. Hago lo que se llama comúnmente pueblear, sin más.  Hace unos días estuve precisamente por los rumbos del sureste del Estado de México, particularmente en las pequeñas localidades a las que mexicodesconocido.mx agruparía seguramente bajo el rubro de “la Ruta de Sor Juana”, un camino salpicado de historia, pinares y vestigios del barroco mexicano que distingue  a la arquitectura colonial mexicana. Visité por supuesto y antes que nada el pueblo de San Miguel Nepantla, donde ella nació, y estuve en Ozumba, Pueblo Mágico, donde fue bautizada y donde se conserva intacta la pila de la que se vertió el agua bendita sobre su cabeza. Estuve luego en Tlalmanalco, donde como otras veces disfruté de su capilla abierta, que de verdad vale la pena. También hice parada obligada en la hacienda de Panoaya, en Amecamaca, donde Juanita de Asbaje vivió algunos años de su infancia al lado de su abuelo. Dicen los que dicen saber que fue ahí, en la biblioteca del viejo, donde la futura Décima Musa aprendió a leer y además hizo sus pininos como escritora. De pilón estuve en Tenango del Aire, en que se ubica la llamada Casa de Madera, que alberga a la segunda más grande colección de artes aplicadas de la República Mexicana, maravilla de maravillas integrada por más de diez mil objetos que cubren dos siglos de historia y tradición. Almorcé cecina de Yacapixtla con enmoladas en La Panadería, inigualable, antes de lanzarme a una visita relámpago a Ayapango, donde además de admirar la placita y su templo que le valieron ya el título de Pueblo Mágico, aproveché  para comprar quesos y miel de abeja en La Catrina.

Todo esto se los platico ahora a manera de sugerencia para que emprendan tan diverso y entretenido recorrido este santo fin de semana y acaben así con el tedio insoportable que de niño podía mitigar sólo con mi asistencia a los oficios del Jueves Santo, el jueves, y a los de Viernes Santo, el viernes. Lo mejor era el entonces llamado Sábado de Gloria, el sábado, porque ese día era el de la tradicional quema de los Judas de cartón a los que se colocaban cohetes tronadores que acababan por hacer añicos al muñeco, generalmente  un demonio de retorcidos cuernos. Era común que saliéramos de día de campo en familia y en un paraje campirano colgáramos el monigote de un árbol para darle cuello. O mejor dicho, pólvora. Eso se acabó desde que al sábado le pusieron Sábado Santo y la Gloria se guardó para el domingo, con la celebración gloriosa del Domingo de Resurrección, tal vez la fiesta más importante de toda la liturgia católica. Falta decir que todo el entorno de estos lugares históricos y pintorescos es absolutamente bello, presidido nada menos que por los dos colosos que dominan el Valle, los volcanes Popocatépetl (don Goyo) e Ixtaccíhuatl (la Mujer Dormida). El espectáculo que ofrecen ambos es literalmente sobrecogedor en los días claros, aunque no deja de ser imponente también, a pesar de las fumarolas que ahora ocultan parcialmente, casi siempre, al veleidoso Popo.

La forma más común y posiblemente la más sencilla para acceder a esta zona del Oriente mexiquense es a través de la autopista México-Puebla, hasta la desviación a Chalco, para de ahí seguir a Amecameca. Sin embargo, yo prefiero tomar la ruta que parte de Xochimilco, pasa por el barrio de San Gregorio y sigue la carretera a Oaxtepec. En el entronque hacia Juchitepec, a unos 25 kilómetros, se toma a la izquierda hasta este poblado y de ahí se puede seguir a Tenango del Aire o  a Ayapango. Este camino es ideal si se parte del sur de la capital, pero además ofrece un atractivo adicional que es la bajada desde la México-Oaxtepec hasta Juchitepec: un paisaje crecientemente impactante a medida que se aproxima uno a las faldas del Iztaccíhuatl.

Aunque no se trata de cargar bajo el brazo los autos sacramentales de la Décima Musa, ni mucho menos, por alguna extraña razón nuestra poetiza está permanentemente presente durante este recorrido de Semana Santa, sobre todo si en él incluimos la visita al museo adjunto a la que se supone fue la casa materna de Sor Juana y  al casco de la hacienda de Panoaya, bellamente restaurado, donde se ha improvisado un “museo” que en realidad no guarda nada. Tampoco he encontrado relación alguna entre la obra poética de Sor Juana y la gastronomía que caracteriza la región en la que anduvo en sus años de la infancia, la pubertad y la adolescencia, antes de recluirse en un convento: mixiotes de pollo, codorniz, conejo, pulque, tlacoyos, peneques y mil delicias más, como dicen los clásicos. Además de una dulcería variada, rica y sana, conformada básicamente por productos de amaranto como la alegría, pepitorias, pan de nata y dulces de miel de abeja. En suma, lo que aquí propongo es una serie de distractores, a cual más hermosos, interesantes y sabrosos, para evadir el santo tedio de estos días, para aguardar de la mejor manera posible el regreso a la normalidad insoportable. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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