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Alma Delia Murillo

28/03/2015 - 12:01 am

Mutilados

-       Joven universitario, ¿qué piensas de la sentencia que dice que un pueblo tiene el gobierno que se merece aplicada a México? -       Pienso que es verdad, porque en este país la gente es muy borrega y por eso ellos tienen el gobierno que se merecen. -       ¿Y qué piensas de tu desarrollo intelectual, consideras […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer beco B3cocom

-       Joven universitario, ¿qué piensas de la sentencia que dice que un pueblo tiene el gobierno que se merece aplicada a México?

-       Pienso que es verdad, porque en este país la gente es muy borrega y por eso ellos tienen el gobierno que se merecen.

-       ¿Y qué piensas de tu desarrollo intelectual, consideras que es superior a la media?

-       Yo creo que sí soy intelectualmente superior porque estoy en una universidad privada.

-       Bien, ¿podrías citar tres libros que hayas leído?

-       No, es que la verdad yo no leo.

Y aquí debería resonar un ¡Plop!, como en la historieta más elemental del clásico chileno Condorito porque sí, el chiste se cuenta solo.

Les estoy resumiendo el contenido de un video que ha circulado en redes sociales desde hace poco más de un año y en el que se entrevista a un grupo de estudiantes de la Universidad Iberoamericana con el fin de conocer su postura respecto del desarrollo intelectual en México, de Enrique Peña Nieto y de ellos mismos. El resultado, más que gracioso, es patético, decadente, doloroso.

Y, lejos de promover una cacería de brujas para lapidar a estos jóvenes que, obviamente, no representan a su Universidad completa; me gustaría invitarlos a una reflexión más profunda: veamos este fenómeno como un síntoma de dos enfermedades sociales cada vez más agudizadas en nuestro país.

La primera es esta esquizofrenia brutal que nos está separando en dos entidades bien definidas: somos dos Méxicos. Uno que sobrevive convencido de tener “calidad de vida”, lo que sea que esta entelequia signifique, y otra nación marginal, lindante, mermada tras un obsceno muro que parece imposible de escalar. El de los que pueden aspirar a la educación y el de los que no, el de los 50 millones que tienen acceso a internet y el de los 70 millones que no… Hace un par de semanas el filósofo y escritor mexicano Óscar de la Borbolla se preguntaba ¿por qué no hay una revolución en México? Y la pregunta es más que pertinente pues hay motivos sobrados para que se desatara un movimiento imparable: 180 mil muertos en las últimas dos administraciones presidenciales, el tipo de cambio del dólar peligrosamente cercano al euro -$15 en promedio-; la imposición, que durará 15 años, de Medina Mora como Ministro de la Corte, el carpetazo a Ayotzinapa, la salida de la radio de Carmen Aristegui, ¿seguimos? 60 millones de mexicanos en pobreza, las reformas energética, fiscal y educativa aprobadas a mansalva; la burla vil y desvergonzada de Peña Nieto al nombrar a su amigo Virgilio Andrade como titular de la Secretaría de la Función Pública para que sea el encargado de “auditar” las finanzas del presidente y su familia… no sé ustedes pero yo entro en ataques de hipoglucemia cuando hago este recuento pero, terca, vuelvo a la pregunta de Óscar: ¿por qué no hay una revolución en México?

Ah, pues porque el México que necesita la revolución está ocupado trabajando jornadas de esclavo para llevar alimento a la mesa y el otro México, el de las clases medias y altas que deberíamos estar promoviendo un movimiento ciudadano imparable, estamos, a pesar de todo, colmados de privilegios ¿para qué querríamos transformaciones de fondo que pongan en riesgo nuestros créditos hipotecarios, automovilísticos, educativos, de entretenimiento y hasta del Smartphone?

Vuelvo a donde empecé para agregar un puntito nomás: es notable cómo los valores colectivos son diametralmente opuestos entre un segmento social y otro, no hay estudiante de bachillerato o universidad privada que no haya escuchado que es un futuro líder de México, un futuro empresario, un futuro dueño del rumbo del país y que se está formando para ello, para dirigir a otros mexicanos. Resulta perturbador escuchar que para los jóvenes de la Ibero que aparecen en el video “los mexicanos tienen el gobierno que se merecen porque son borregos” el mensaje es claro: esos mexicanos son otros que no soy yo, esos mexicanos a los que gobierna un gobierno distinto del que me gobierna a mí, ellos son responsables de lo malo que ocurre en el país y no yo.

La desolación aumenta si uno se pone a pensar en el video generacional del colegio Cumbres, reflejo fiel de la moral de los Legionarios de Cristo, que circula en estos días y donde en esencia, un grupo de mujeres hacen casting bailando sensualmente y hasta le lavan a los pies a un grupo de hombres que, acompañados por un cheetah que hace las veces de mascota, decide si las aprueba o no. Ellos mandan, ellas se ofrecen, todos contentos.

Vale la pena abrir un paréntesis para recomendarles el libro Mirreynato, la otra desigualdad de Ricardo Raphael y enterarnos más y mejor de este fenómeno que da cuenta de la terrible sociopatía que es la acentuada diferencia de clases en que vivimos.

Regreso al video para apuntalar lo que dije al principio, mirarlo como síntoma de otro trastorno colectivo de lo más tóxico: la soberbia.

Causa mucho pesar ver a estos chicos, sobrados de sí mismos, afirmar que su intelecto es superior al del resto de los mexicanos y luego parpadear incómodos cuando tienen que citar el título de algún libro o decir la capital de algún estado de la República Mexicana. Es triste por donde se mire, pero, carajo, ¿cuándo dejaremos de tenerle tanto miedo a aceptar todo lo que no somos, lo que no sabemos, lo que no tenemos, las habilidades que no poseemos?  Y esta deformación de carácter, ódienme pero piénsenlo por un segundo, empieza en la casa: ahí donde un padre o una madre ceba a un hijo diciéndole que es perfecto, se está mutilando a un ser humano.

¿Para qué querría una persona ocuparse de sus carencias, mirar sus fallas y tener hambre de corregirlas si se asume perfecta?

Somos un país escandalosamente joven, 26 años es el promedio de edad según el INEGI, casi dan ganas de no pensarlo para evitar la descorazonadora respuesta pero ¿qué estamos haciendo con nuestros jóvenes y qué están haciendo ellos por ellos mismos?

Aquí les dejo el video y, con perdón, un poco de mi malestar y de mi asombro porque creo que es algo que debemos compartir y masticar en colectivo.

@AlmaDeliaMC

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