¿Qué tiene que ver la caída de un capo con nuestra seguridad?, ¿por qué festejamos la caída de un capo como si México le hubiera metido un gol a Holanda? (y dejemos de hacernos los mártires, sí era penal). Porque nos han vendido que son los capos los responsables de la inseguridad que vive el país, que ellos son los malos (cosa que es cierta) y en el gobierno están los buenos (cosa que no siempre es cierta). Así se ha construido la historia, la narrativa, desde el gobierno misma que hemos replicado los medios, y a la postre hemos asumido que cada golpe a un capo de alguna organización es un triunfo, aunque nunca saboreemos las mieles de esa victoria porque en realidad no hay una correlación directa entre la caída de capos y seguridad.
Los capos y las grandes organizaciones de crimen organizado nos amenazan a todos, pero sobre todo al Estado. Para el Estado el crimen es una amenaza a sus esencia pues termina supliéndolo e imponiendo, a base de miedo, las nuevas reglas de relación de una comunidad. El crimen organizado puede llegar a ser, por algún lapso de tiempo, sinónimo de paz y seguridad, pero esos momentos son por definición efímeros. La característica principal de los grupos de crimen organizado es la inestabilidad pues lo que amalgama el pacto interno así como el desarrollo de las personas y de la economía dependen de la violencia. Esto es, el crimen organizado va más allá de sus capos, e implica desde policías, hasta autoridades y empresas.
Derrocar a los líderes es fundamental para que el Estado pueda reconstruir el pacto social y bajar la violencia, pero ni es automático ni causal. Al contrario, la caída de una capo puede significar en muchas ocasiones un aumento en la violencia porque se cae el precario sistema del miedo y lo que queda es sólo un sistema político-policiaco que por lo general está corrupto y desmantelado. En el caso de «La Tuta» el señor había dejado de operar desde meses atrás, pero la violencia sigue ahí; el Z-42 ya no mandaba nada, vivía para esconderse, y sin embargo Tamaulipas, es otra vez, un polvorín.
Salvo quizá el “Menchu” en el sur de Jalisco, no queda hoy un capo que realmente se realmente una amenaza para el Estado mexicano y sin embargo la inseguridad y la violencia no ceden. La estrategia iniciada por Calderón y seguida por Peña Nieto está llegando a su límite (el panista lo hizo con bombo y platillo, el priista de manera vergonzante, pero no varió un ápice la estrategia). Hasta ahora el gobierno de Peña ha sido incapaz de poner en palabras cuál es la estrategia de reducción de la violencia. Los diez puntos presentados en diciembre están my lejos de ser un programa.
Atrapar a un capo es una tarea de fuerzas armadas e inteligencia; reconstruir el Estado de derecho es una tarea de gobiernos civiles y de inteligencia social.