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Alma Delia Murillo

28/02/2015 - 12:00 am

Vandalismo automovilístico

Para Charly y Giovanna, que no se rinden Estamos podridos con la dominación que los automóviles ejercen sobre nuestras vidas, y digo estamos porque sé que no soy la única que se siente enferma cada vez que camina por las calles de esta ciudad y deja el aliento o el hígado con cuanto conato de […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer beco B3cocom

Para Charly y Giovanna, que no se rinden

Estamos podridos con la dominación que los automóviles ejercen sobre nuestras vidas, y digo estamos porque sé que no soy la única que se siente enferma cada vez que camina por las calles de esta ciudad y deja el aliento o el hígado con cuanto conato de atropellamiento hay que esquivar para llegar a nuestro destino con el alma zarandeada y agradeciendo que ningún coche nos haya dejado despanzurrados sobre el pavimento.

Vamos a ver si logro conminarlos a la rabia y a replantearnos en serio, el tamaño de nuestra responsabilidad en este caos dramático, en este verdadero cataclismo.

En mi amadísima ciudad de México vivimos 21 millones de pelados y circulan más o menos 6 millones de coches casi todos de uso particular; es decir que, por lo general, esos 6 millones de autos transportan únicamente a un pasajero, el conductor.

Luego nos quedan 15 millones de personas que se trasladan en transporte público, a saber: metro, metrobús, el tren suburbano, trolebús, autobús o camión y el legendario microbús que al grito de “súbale, lleva lugares” bien podría competir por el Record Guinness como una de las experiencias más inauditas sobre la faz de la Tierra.

Y aquí viene lo peor: según datos del Fideicomiso para el Mejoramiento de las vías de comunicación del Distrito Federal, esos 6 millones de automovilistas, es decir, el 28% de la población que se transporta en carro ocupa, invade, utiliza, monopoliza alrededor del 70% de las vialidades públicas. Esto, gente sensata, es el mejor ejemplo para hablar de lo que se denominan peores prácticas, modelos insostenibles, cagarla en grande para acabar pronto. O sea que el 70% del espacio vial de la ciudad se atasca con sólo el 28% de la población que tiene un auto. Estamos fritos, refritos, rebozados en estupidez crocante.

He visto a miles de peatones en el absoluto desamparo, como pequeñísimos héroes abandonados frente a un descomunal monstruo hecho de asfalto, motores y metales que los ataca sin piedad. Me parten el corazón en particular esas señoras y señores que evidentemente han venido de provincia a la gran capital y que deben jugarse la vida cada vez que intentan cruzar alguna de nuestras mortales avenidotas tan llenas del progreso y la prosperidad con que nuestros políticos mierderos se paran el cuello para dar cuenta de su perversa  administración del presupuesto público.

Ahora viene lo más peor porque lo peor ya lo he contado: hay una lucha, unas veces latente y otras francamente abierta, entre quienes tienen auto y quienes no. El razonamiento que subyace bajo este enfrentamiento suele ser el de los privilegiados despreciando a los jodidos que han de atenerse a su humanidad para transportarse pues no cuentan con el distintivo de poseer un coche. Clasismo puro y rampante, atontamiento supino.

Pero la cosa no se detiene ahí sino que hay conductores tan violentos como psicóticos que confunden el tamaño de su auto con el de su cuerpo y se sienten leones o búfalos de 400 kilos dispuestos a atacar a cualquier oponente corporalmente menor a ellos y se olvidan que conducir un coche es llevar un arma mortal entre las manos, así que son capaces de tirarle el carro encima a cualquiera de tamaño inferior, ya sea otro auto, un ciclista o un peatón. Embrutecimiento progresivo.

Tengan paciencia porque queda un tercer círculo del infierno: los automovilistas que están completamente convencidos de que sus moles de metal con ruedas pueden ocupar el lugar que está destinado para las personas y estacionan en banquetas, parques, camellones, líneas peatonales y no dudemos que se arroparían en la misma cama para dormir con su idolatrado coche si se pudiera. Son los que se ponen frenéticos si intentas razonar con ellos señalándoles que su carro no puede estar sobre la acera pues esas extrañas cosas llamadas seres humanos se quedan sin lugar para caminar. Imbecilidad clínica, deficiencia mental sin posibilidad de evolución alguna.

Yo nomás no lo comprendo: ¿en qué momento se nos olvidó que tenemos un hermoso par de piernas que además de ser tremendamente útiles  para alimentar todo tipo de fantasía cachonda y romper marcas de atletismo sirven para caminar y son por excelencia nuestro mejor medio de transporte pues definieron nada menos que la evolución de la especie?

A ver si no terminamos convertidos en un remedo de sirenas y sirenos posmodernos, reemplazando las piernas por ruedas o motores; ¡qué terror!, advirtamos que si sacrificamos nuestro cuerpo de la cintura para abajo, perderemos una de las experiencias que hacen que vivir valga la pena, me refiero a esa que hacemos funcionar a través del encuentro de nuestros preciados genitales. Ah, sería una maldición digna de ser contada en algún canto mitológico didáctico y la enseñanza se resumiría con estas sabias y doctrinales palabras: por pendejos.

Pero es que hay maldiciones generacionales de las que es imposible escapar. Y es que cuando  formamos parte de una generación, todos somos socios cofundadores de cuanta mierda resulte de nuestras irresponsables conductas colectivas.

Y no escribo impulsada por un ánimo revanchista pero tampoco desde el calmo paisaje de la contemplación, sólo les pido que comprendan que es desquiciante el reto de tratar de escribir, como una suerte de Jonás desde el vientre de la ballena, consciente de estar siendo deglutido por el monstruo y al mismo tiempo darle forma y significado al panorama que lo deglute, que se lo traga.

Ya noté que ando muy marítima de mis metáforas, ha de ser el calor que se ha puesto espeso en estos días. Ustedes perdonen.

Hay diagnósticos muy serios que calculan que entre el año 2025 y el 2030 el colapso de la ciudad será inevitable si el parque vehicular sigue creciendo a este ritmo (250,000 autos nuevos por año). ¿Qué ocurrirá entonces?, ¿construiremos puentes de terceros y cuartos pisos para hacerle lugar a los coches en el Periférico?

Desde luego hay responsabilidad de los encargados de la administración de los recursos públicos y el crecimiento de las vialidades pero, sobre todo, somos responsables nosotros, los que no concebimos el mundo sin auto simplemente porque no hay industria que prospere sin consumidores.

Queda muy poco tiempo para revertir la tendencia, ¿seremos capaces de renunciar a nuestra voracidad y nos detendremos?

Mientras tanto el panorama es desolador por la contundencia con la que este fenómeno revela una de nuestras peores taras generacionales, miren que enfrentar autos con seres humanos y hasta confundirlos… para muestra un botón: hoy, andando por la calle,  encontré una camioneta estacionada que así, en primera persona, ostentaba este letrero sobre el cristal: “Te suplico de la manera mas atenta que no me encierres, no cabe tu coche aquí” (sic). Si eso no es una señal de falta de inteligencia, no sé qué hace falta para destituirnos del puesto como la especie “más evolucionada” del planeta.

 

@AlmaDeliaMC

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