Tomás Calvillo Unna
24/12/2014 - 12:00 am
La rebelión del dolor
El país entró en un estrecho y muy difícil camino, caracterizado por el horror del crimen y el dolor que esparce en medio de una normalidad cuyas contradicciones cada día se vuelven más evidentes por su disfuncionalidad. Irritación, violencia y represión se comienzan a entremezclar. Poca claridad y discursos repetitivos por doquier. Pareciera que la […]
El país entró en un estrecho y muy difícil camino, caracterizado por el horror del crimen y el dolor que esparce en medio de una normalidad cuyas contradicciones cada día se vuelven más evidentes por su disfuncionalidad.
Irritación, violencia y represión se comienzan a entremezclar. Poca claridad y discursos repetitivos por doquier.
Pareciera que la imaginación abandonó el campo de la política y el temor la sustituyó como el arma preferida de los que ostentan el poder; usar el temor para impedir cualquier intento serio que pretenda modificar la precipitación sin rumbo que nos envuelve.
El desdén y un discurso unívoco justificado en ilusiones económicas que ya comienzan a ser anacrónicas incluso antes de su aplicación, remplazan al análisis profundo, crítico y plural de una realidad compleja que exige mayor apertura y generosidad de miras y sobre todo horizonte democrático.
Se ignora que una insurgencia cuyo origen está en el dolor de la perdida, de la ausencia, puede estar a la vuelta de la esquina. Las diferentes instancias de los gobiernos pretenden minimizar las señales que lo advierten.
Lo cierto es que miles, y no es exagerado decir millones de mexicanos se dan cuenta que ya no se va a detener esta fuerza colectiva que emerge sin tener aun claro a donde llegará.
Se intuye y presiente que el país ya no será igual; la autoridad política se resquebrajó y su legitimidad se ha debilitado a tal grado que para muchos es difícil pensar en un 2015, sin transformaciones que vayan más allá de los ámbitos de los partidos políticos y sus elecciones.
Y en esta visión radica uno de los cambios fundamentales que no se puede impedir ni ocultar.
Esto irá creciendo y por lo mismo requerirá de claridad, fortaleza, entereza y flexibilidad de todos los actores involucrados para acotar la violencia.
El gobierno y los partidos políticos no terminan de focalizar la naturaleza de este descontento que tiene raíces culturales y no se limita a las fronteras del territorio nacional. Por lo mismo los discursos siguen fallando y las palabras que pueden decir algo de valor se ausentan.
El dolor está en las entrañas y busca su cauce, no son solo razones políticas, tiene que ver con el propio sentido del ser de una comunidad.
Cuando se escucha la publicidad del Instituto Nacional Electoral en estas condiciones, da la impresión que las décadas de los ochenta y noventa siguen vigentes al igual que el espíritu cívico que caracterizó a los ciudadanos de aquel entonces.
Publicidad desfasada que confunde los tiempos políticos y la realidad que viven los ciudadanos en el 2014, al subestimar a estos últimos como si no advirtieran del desgaste de los procesos democráticos que los partidos han provocado.
Hay una brecha que crece y que empieza a tensar aún más las relaciones políticas de los diversos grupos de la sociedad y de las propias regiones del país. Los vasos comunicantes son insuficientes y cada día surgen nuevos cortos circuitos.
Sin duda es difícil que un país que se aprecia hoy en día como democrático, pueda cargar una historia tan siniestra como la de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa que se suma a otras y que a 90 días de sucedida, no la pueda explicar con un mínimo de claridad, siendo incapaz de ofrecer respuestas que permitan retornar un poco de paz a las familias de las víctimas e impartir una justicia plena.
Como ejercicio para dimensionar la conmoción de esos hechos, solo basta imaginar que un suceso así hubiera pasado en algún otro país.
Ayotzinapa hizo visible las múltiples fosas que expresan la degradación del régimen político y el contubernio entre autoridades y criminales en esa desdicha y otras más que manchan ya la historia reciente de la nación
A todo ello se agrega últimamente la percepción de que un solo grupo económico se quiere apropiar del país, aprovechando las reformas implementadas en diversos ámbitos y la homogeneidad y subordinación política lograda.
Ambición desmedida que ya alarmó incluso a los vecinos del norte que publican las asociaciones con intereses chinos procesadas de manera poco pulcra por decir lo menos. Pero que dejan entrever la presencia de nuevos actores económicos íntimamente vinculados al poder político que impulsa cambios estructurales que afectarán a largo plazo los equilibrios de poder en la región donde los Estados Unidos no serán un invitado de piedra, menos ante sus socios y competidores asiáticos.
Todo ello sin duda, como ya se ha señalado por otras voces, pueden ser factores que causen una temporada de fuertes oleajes e inestabilidad.
El país se da cuenta de lo que pasa; el inicio de todo cambio está en la conciencia. Error grave será seguir demeritando la inteligencia de los ciudadanos, sobre todo cuando la crueldad, la desigualdad y la impunidad amenazan lo más preciado de sus vidas.
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