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Adela Navarro Bello

24/12/2014 - 12:00 am

La batalla de Peña

El Jefe de la Oficina de la Presidencia de la República es, por norma, un funcionario que vive a la sombra del presidente. No en el sentido peyorativo tanto como en el sentido literal. Está tras el presidente, a un lado del Presidente y nunca frente al presidente. La figura de Jefe de la Oficina […]

El Jefe de la Oficina de la Presidencia de la República es, por norma, un funcionario que vive a la sombra del presidente. No en el sentido peyorativo tanto como en el sentido literal. Está tras el presidente, a un lado del Presidente y nunca frente al presidente.

La figura de Jefe de la Oficina de la Presidencia de la República puede ser relativamente nueva en México, pero ha sido clave en otros gobiernos, en otros países. En los Estados Unidos por ejemplo, el Jefe de la Oficina del Presidente, es el supervisor de su equipo, el que maneja la agenda, coordina a los asesores, filtra la información que se ha da a conocer, protege los intereses del presidente, negocia con el Congreso y asesora al primer mandatario.

Algo muy similar debió tener en mente el Presidente Carlos Salinas de Gortari cuando en 1988 se estrenó con la creación de la Oficina de Coordinación de la Presidencia de la República, donde ubicó a quien se conocía como “El Monsieur” José Córdoba Montoya. Una especie de consiglieri –en el estricto sentido de la mafia siciliana- que asesoraba y le hablaba al oído al presidente para la toma de decisiones. El mismo Salinas y en 1992, le dio el rango de Oficina de la Presidencia de la República, y hasta 1994 la tituló Córdoba Montoya que fue sucedido por Santiago Oñate Laborde.

Cuando Ernesto Zedillo arribó a la Presidencia de México mantuvo la Oficina de la Presidencia de la República con Luis Téllez al frente hasta que se cansó de la política, la grilla y la burocracia, y eliminó tal jefatura para dar paso a una unidad más administrativa de su oficina que de acciones de política interna.

Vicente Fox en el año 2000 la revivió como la Oficina Ejecutiva de la Presidencia de la República, y ahí metió a todos los comisionados que se le ocurrieron para dar atención especializada y específica a grupos vulnerables como migrantes, indígenas, del norte, discapacitados, y un etcétera de asesores que al final, solo funcionaron para dar discursos sin tener facultades ni presupuesto.

Con Felipe Calderón la situación no cambió mucho. Regresó la Oficina de la Presidencia con atribuciones en el manejo de la política interior, el enlace con el legislativo, la asesoría general, la coordinación con el gabinete, el manejo de la información, así como la concentración de la información en materia de seguridad y sectores especializados.

La Oficina de la Presidencia de la República de Felipe Calderón la encabezó Juan Camilo Mouriño, de donde tomó suficiente experiencia en la grilla política y la asesoría para después convertirse en Secretario de Gobernación, hasta el día de su fallecimiento al caer la avioneta en la que se trasladaba de San Luis Potosí a la Ciudad de México.

El segundo Jefe de la Oficina de la Presidencia de Calderón fue Gerardo Ruíz Mateos, quien también sería parte de su gabinete. Terminaría como titular en tan privilegiada posición la nunca bien ponderada Patricia Flores Elizondo.

Desde la llegada de Enrique Peña Nieto, la Oficina de la Presidencia de la República, que concentra áreas de asesores, secretaría particular, coordinación de comunicación, y manejo de información, así como enlace con el legislativo, asesoría y manejo de la agenda presidencial entre muchas otras, está el joven Aurelio Nuño.

A diferencia de cualquier Jefe de la Oficina de la Presidencia de este o de cualquier otro país, Aurelio Nuño en las últimas semanas ha hecho suyos los reflectores públicos. A veces parece vocero presidencial, a veces asesor del presidente, y en ocasiones defensor de Enrique Peña Nieto, pero le ha dado por hablar mucho. El Presidente por supuesto, se lo ha permitido. Quizá en un dejo de que ya muchos de sus colaboradores perdieron la credibilidad y el respeto de la población, pero Peña le está cediendo espacios y discursos a Nuño.

Así, desde la penumbra de la Oficina de la Presidencia de la República, el priísta Nuño brincó a los escenarios de la política pública y se postró ante los reflectores, sin una estrategia de comunicación, o de manejo de crisis en materia de inseguridad y violencia, acaso con el discurso hueco para esquivar el principal problema que aqueja a la administración de Enrique Peña Nieto.

Primero y en España, dio una entrevista a los editores de El País, donde justificó la falta de resultados en la estrategia federal en la investigación del caso de los 43 normalistas desaparecidos, defendiendo las reformas “transformadoras” del presidente mexicano, con una frase ya clásica en las metidas de pata federales: “No nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”.

Y de la bravuconería que él mismo demostró con esa declaración, pasó hace unos días a pedir la unión de la sociedad y el gobierno para evitar que “barbaries” como la sucedida el 26 de septiembre en Iguala se repitan.

Justo en el aniversario luctuoso 199 del héroe de la patria José María Morelos y Pavón, Peña Nieto dejó que su muchacho, su jefe de la Oficina de la Presidencia de la República, saliera una vez más a dar la cara por él. A él le encomendó el mensaje a la nación, a él le cedió su voz.

Y “haciendo suyos” los ideales y principios de Morelos, Aurelio Nuño habló por primera vez de la batalla que libra el Presidente de la República. Y dijo así:

“…quienes tenemos el honor de acompañarlo en su Gobierno, estamos unidos por la lealtad y por el compromiso de su liderazgo, y al proyecto que encabeza para democratizar las oportunidades de los mexicanos.

“…Nos honra ser parte de una nueva generación reformadora de este país. Por eso, con gran convicción y con gran emoción en esta batalla interminable, estamos con usted…”. Ya envalentonado y lisonjero con su jefe, se unió al clamor popular para deslindar a Peña de la responsabilidad como Jefe Máximo del Ejecutivo Federal: “…sociedad y Gobierno debemos luchar codo con codo en contra de los verdaderos enemigos de México: la impunidad, la pobreza, la desigualdad, la violencia y la corrupción”.

Así es como Aurelio Nuño ha salido de las sombras, como el soldadito de plomo de un Presidente que al menos sabe que enfrenta una batalla aunque aparentemente no tiene palabras para explicarla ni mucho menos resolverla.

Qué cosas nos esperan.

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