Francisco Ortiz Pinchetti
19/12/2014 - 12:01 am
Raúl Salinas y el ángel de Las Mendocinas
Siempre he tenido suerte para encontrar a la persona clave que me ayuda a construir una historia periodística. El fotógrafo Juan Miranda y yo, amigos y compañeros de mil aventuras, solíamos bromear con ese hecho, a veces verdaderamente asombroso. Llamábamos “angelitos” a esos seres maravillosos e intangibles que se nos aparecían de pronto para abrirnos […]
Siempre he tenido suerte para encontrar a la persona clave que me ayuda a construir una historia periodística. El fotógrafo Juan Miranda y yo, amigos y compañeros de mil aventuras, solíamos bromear con ese hecho, a veces verdaderamente asombroso. Llamábamos “angelitos” a esos seres maravillosos e intangibles que se nos aparecían de pronto para abrirnos la puerta cuando tratábamos de escalar el muro de una residencia. O el infalible confidente inesperado que como no queriendo la cosa nos daba el dato clave para una investigación. He tenido decenas de experiencias de ese tipo y confieso que sin esos golpes de fortuna, muchos de mis trabajos hubieran naufragado sin remedio.
Todo esto viene a cuento porque a raíz de la exoneración de Raúl Salinas de Gortari (en el peor momento de la Historia) acusado entre otras cosas de enriquecimiento inexplicable por más de 200 millones de pesos, recordé la anécdota que nos permitió “entrar” a su hacienda Las Mendocinas, cerca de Huejotzingo, Puebla, en 1994, apenas dos semanas días antes que su hermano Carlos terminara su gestión como presidente de la República. En Proceso estábamos ya tras las huellas del Hermano Incómodo cuando alguien pasó el pitazo de la existencia de una hacienda maravillosa de la que era dueño y señor. No teníamos más datos que el nombre de la propiedad, Las Mendocinas, y su ubicación “en el estado de Puebla, a la vera de los volcanes”.
El asunto requirió por supuesto de una indagación previa, nada fácil, por los rumbos de San Martín Texmelucan, Huejotzingo y Cholula. Logramos finalmente ubicar la hacienda en las cercanías de un pequeño poblado, San Lorenzo Chautzingo, efectivamente frente a la presencia imponente del Popocatépetl (a la izquierda) y el Iztaccihuatl (a la derecha). Armado Juan con su mejor equipo de cámaras y lentes nos apersonamos por fin en las inmediaciones del rancho. Nos encontramos con que la propiedad –que llevaba de sorpresa en sorpresa– estaba totalmente rodeada, cerrada, por una malla de alambre de dos y medio metros de altura y más de cinco kilómetros de largo, que quebraba para un lado, para el otro, bajaba a la barranca y ascendía por el cerro hasta apresarlo. Imposible acercarse, menos entrar. El telefoto de Juan permitió algunas tomas a distancia, bajo un sol abrazante antes de que guardias armados nos divisaran y, a señas, nos ordenaran retirarnos.
Para curar nuestro desconsuelo y mitigar la sed, nos refugiamos en la cantina del vecino San Lorenzo Chautingo, un pueblito de casas de adobe y calles de tierra en el que la única edificación de material era la Ayudantía Municipal. La taberna era breve y oscura, con tres o cuatro mesas de madera y sillas de lámina de la Corona Extra. En la mesa de al lado de la que nos sentamos, un par de parroquianos conversaban animados mientras apuraban tarros de cerveza. Alguna frase, una palabra por uno de ellos pronunciada, nos permitió tirar el anzuelo con una pregunta inocente sobre “esa hacienda” que habían mencionado. Resultó que los dos amigos trabajaban en Las Mendocinas y uno de ellos, el más joven, tenía un cargo de capataz o algo parecido. La plática fluyó mientras invitábamos otra ronda y la siguiente. El más joven empezó entonces a platicarnos pormenores de la remodelación del casco y las instalaciones adyacentes de la Hacienda a partir de que fue adquirida por Salinas de Gortari, luego lo confirmaríamos, en 1987, cuando era director de Distribuidora Conasupo (Diconsa) y su hermano estaba a un año de asumir la Presidencia de la República. Luego describió la casona y sus anexos con lujo de detalles, incluyendo muebles, colores, plantas, alfombras. Nunca supieron nuestros ocasionales compañeros de cantina, verdaderos angelitos, los motivos de nuestro interés, ni el destino final de su certera información.
Fue así que sin haber puesto un pie en la hacienda de 176 hectáreas, pude luego escribir:
“El casco y sus accesorios abarcan una extensión de unos 12 mil metros cuadrados. La vieja casona luce impecable, con sus grandes arcadas en torno de un patio central, pintada en rojo con los remates y balaustradas en blanco. Tiene dos plantas, construidas en escuadra. Abajo están varias estancias y el comedor –con mobiliario de caobas y cedros y grandes chimeneas–, la cocina, en la que todavía hay un horno para hacer pan, y cuatro habitaciones principales. Arriba, hay otras diez, en torno de un corredor, en cuya parte central dos ángeles de piedra sostienen una campana. La capilla de la vieja hacienda, dedicada a San Miguel Arcángel, también remodelada, forma parte del conjunto principal, que completan el patio y los galerones que alguna vez fueron talleres, almacenes e intendencia. Hay un pequeño lago, en cuyo centro, sobre un islote, se levanta un castillo en miniatura, refugio de los patos y los gansos. En el entorno, todo alfombrado por el pasto verde y salpicado de pinos, encinos, manzanos y tejocotes, se ubican otras casas para visita, en forma de chalets, con sus baños y demás servicios, así como las habitaciones del personal de servicio y de los vigilantes. En la entrada principal del rancho, a la que se llega por un camino de terracería, hay un gran portón de fierro y una caseta de vigilancia, con su torre de radiotransmisión. Nadie pasa sin permiso”.
Después de haber publicado un primer reportaje seguí con la investigación. Era un hecho que Las Mendocinas pertenecía a Raúl Salinas de Gortari, pero formalmente, en las escrituras, aparecía a nombre de “Agropecuaria Mendocinas, S. de R.L. de C.V”, empresa constituida curiosamente un día antes de efectuarse la transacción, el 27 de marzo de 1987. En la escritura aparece como representante de esa empresa su gerente, el contador público Juan Manuel Gómez Gutiérrez. No aparece, por supuesto, el nombre de Raúl Salinas.
Horas enteras pasamos en el Registro Público de la Propiedad, durante tres días, sin encontrar la pista para establecer la manera fehaciente y documentada la identidad del verdadero propietario de Las Mendocinas. En esta segunda incursión por aquellas tierras me acompañó otro fotógrafo, principiante entonces, Germán Canseco, que se metió como los buenos a la revisión de libros y más libros en el registro. Nada. Volvimos al pueblo y fuimos a la Ayudantía Municipal, donde un viejo aparentemente gruñón y despectivo, acabó por atender nuestra ansiedad: “La clave está en la integración de la sociedad”, nos dijo este otro angelito. “Búsquenle por ahí”. Cierto: en lugar de tratar de establecer una participación personal del Hermano Incómodo en la compraventa de la propiedad, debíamos encontrar quién era en realidad el dueño de “Agropecuaria Mendocinas”. Germán me llamó casi a gritos, de regreso ya en el atiborrado Registro Público de la Propiedad. De chiripa, dijo él, había encontrado el acta constitutiva de la sociedad, que quedó registrada ahí mismo; pero indebidamente, no por casualidad, se protocolizó meses después, hasta octubre de 1987. Por eso, claro, no ubicábamos el documento, en el que como socio mayoritario aparecía efectivamente Raúl Salinas de Gortari: el dueño. Había otros dos socios minoritarios, de paja en realidad: como socios minoritarios Juan Manuel Gómez Gutiérrez y Juan Gómez Caro.
De paso, a partir de ese hallazgo y otra vez de manera fortuita, descubrí la verdad del seudónimo usado por Raúl Salinas de Gortari (Juan Guillermo Gómez Gutiérrez) incluso en documentos oficiales como un pasaporte y una licencia de manejar. Cuando éstos fueron encontrados en poder de su hermana Adriana, até cabos. Y escribí: “El nombre de Juan Guillermo Gómez Gutiérrez, usado por Raúl Salinas de Gortari, es mitad falso y mitad real. La clave está en el nombre de pila: Juan Guillermo o Juan Manuel. Este es el misterio de los Juanes: Juan Manuel Gómez Gutiérrez sí existe. Es el socio –de paja– del hermano del expresidente en la compra y en la supuesta venta de la exhacienda Las Mendocinas, en el estado de Puebla, según consta en actas notariales. La dirección de Juan Manuel, asentada en el registro de esas transacciones, es la misma que aparece en la solicitud de licencia de manejo de Juan Guillermo, dada a conocer por la Procuraduría General de la República (PGR): Comunal 108-1, San Ángel, México D.F. Y lo más notable: Juan Manuel y Juan Guillermo nacieron el mismo día: el 30 de julio de 1945. También, por supuesto, tienen el mismo Registro Federal de Causantes: GOGJ-450730. Sólo que sean gemelos”. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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