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Benito Taibo

30/11/2014 - 12:00 am

La FIL…

Para cuando esta nota sea publicada, yo estaré en Guadalajara. Inmerso (exactamente igual que un submarino) en la Feria Internacional del Libro. Mi mujer lleva 24 años (el tiempo que hemos estado juntos) intentando enseñarme a decir “no” de vez en cuando. Sin resultados aparentes. Y es que no me puedo abstraer al delirio, a […]

Para cuando esta nota sea publicada, yo estaré en Guadalajara. Inmerso (exactamente igual que un submarino) en la Feria Internacional del Libro.

Mi mujer lleva 24 años (el tiempo que hemos estado juntos) intentando enseñarme a decir “no” de vez en cuando. Sin resultados aparentes.

Y es que no me puedo abstraer al delirio, a la imaginación, a la vorágine de la feria. Así que dije que sí a presentaciones, sí a transmisiones de radio, sí a charlas y conferencias un total de 16 veces; mismas en que tendré que hacer mi parte durante los nueve vertiginosos días que dura la FIL.

Porque puedo resistir casi todo, excepto la tentación (como diría Oscar Wilde).

Pero, pregunto a ustedes: ¿Dirían que no a una charla sobre fútbol, ciencia y literatura acompañando a Kirén Miret y al entrenador de la Selección Nacional de futbol? Pocas veces en mi vida podría hacer algo tan enloquecido,  y eso tan enloquecido solo puede suceder en la FIL.

¿Dirían que no a la posibilidad de una charla  en torno al nuevo libro de cuentos de Ignacio Padilla titulado ‘Las fauces del abismo’ junto con Alberto Chimal? Un libro de cuentos fantásticos que son fantásticos sin lugar a duda.

¿Dirían que no al chance de presentar al mejor poeta español de mi generación? Se llama Luis García Montero y en caso de que no lo conozcan, doy mi palabra de lector de que lo es, y a las pruebas me remito; escuchen alguno de sus poemas en propia voz.

¿Dirían que no al honor de sentarse junto a Élmer Mendoza frente a mil jóvenes para hablar de la importancia  que tiene leer?

¿No a moderar una mesa con escritores latinoamericanos?

¿No a poder hablar de historia de México?

La FIL es muchas cosas, circo de múltiples pistas, zoológico de cristal, feria de vanidades, oasis para cazacocteles, pero también lugar privilegiado donde el lector se encuentra a sus anchas, y tiene, durante unos cuantos días, la oportunidad inigualable de asomarse al mundo.

Lo he dicho una y otra vez, y no me canso. Allí se refunda año tras año la Democrática República de los Lectores, y tengo mi colorido pasaporte que atestigua que soy ciudadano de esa nación.

Parece que un escritor dijo que la Feria era un evento comercial y no cultural.

Difiero encendidamente. Es cierto que se venden y compran libros e incluso los derechos de edición del que lo dijo, y por mucho dinero.

Pero también es cierto que hay enormes y continuados esfuerzos de fomento a la lectura que van rindiendo frutos, y nadie me lo va a contar porque lo he vivido en carne propia desde hace ya muchos años. Y son los lectores los que compran libros, por lo tanto establecen una relación comercial y cultural (simultánea y paradójica) con la feria y con los que escriben, sin menoscabo una de la otra…

Allí, hay de todo como en botica. Vacas sagradas que merecerían convertirse en hamburguesas, glorias nacionales de una humildad infinita, escritores que no escriben y que sólo tienen el membrete; unos más que sí escriben y que son considerados por otros como menores y no iguales, citadores de frases para la posteridad, posadores en la foto, conocedores de restaurantes caros, especialistas en “grandes declaraciones”, como decir por ejemplo la tontería que la novela policiaca mexicana no existe. Hay también, esos que han escrito más libros que los que han leído (o se los han escrito otros y ellos sólo los firman), y por supuesto políticos que no pueden recordar ni por asomo, esos tres libros que marcaron su vida, porque leer no está dentro de sus prioridades, y en sus casas blancas sólo hay espacio para el vacío.

Pero también y sobre todo, montones de apasionados escritores que dignifican el oficio, amables, educados, sinceros que van a la FIL a trabajar, a enseñar, a contar, a escuchar también, a dejarnos una parte de su piel y de su alma, y no de vacaciones. Y hay estupendos promotores de la lectura que lo hacen por el puro placer de compartir el mapa de la isla del tesoro y no por dinero.

Pero lo que más hay son lectores. Esos iguales a uno mismo que se emocionan igual que uno mismo con el nuevo libro que tienen entre las manos, y que hace que su corazón (mi corazón, nuestro corazón) palpite con un ritmo distinto.

Cuando esta nota se publique yo estaré en la FIL.

Y es que no he aprendido a decir no.

Porque lo que me gusta es decir que sí, una y otra vez, siempre…

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