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Benito Taibo

09/11/2014 - 12:00 am

Una placa para Revueltas

“Los escritores están, sobre todo en sus libros, y allí hay que ir a buscarlos, antes que a ninguna parte”. José Revueltas. A cien años del nacimiento de José Revueltas, tal vez, hoy nos haga más falta que nunca.

“Los escritores están, sobre todo en sus libros,

y allí hay que ir a buscarlos, antes que a ninguna parte”.

José Revueltas.

A cien años del nacimiento de José Revueltas, tal vez, hoy nos haga más falta que nunca.

Necesitamos su lucidez, su tozudez, su espíritu crítico, su valiente voz, su compromiso.

Pero afortunadamente tenemos sus libros, su imagen perseverante en la memoria.

Permítanme una remembranza.

En 1988, una sorpresiva llamada de la Secretaría de Gobernación casi hizo que una diarrea fulminante terminara con mi existencia.

Me negué a contestar tres veces. Pero a la cuarta y última me agarraron tragando camote y contesté el teléfono.

Afortunadamente, sólo querían que fuera a dar un taller de fomento de lectura de una semana a un lugar insólito. Las Islas Marías. Colonia penal en el Pacífico Mexicano, de la cual sólo tenía como referencia una pésima película con Pedro Infante y una maravillosa novela de José Revueltas.

Y allá fui a dar, a una muy reciente construcción llena de ventanas sobre el mar, la única con aire acondicionado en la isla, llena de libros flamantes donados por diversas editoriales y presos que te miraban con total desconfianza porque sabían que tú podías irte cuando terminaras el curso y ellos definitivamente no.

El primer día tuve a cuatro hombres sentados muy serios frente a mí, el taller era voluntario y yo sabía que el trabajo en el Campamento de Balleto era duro y de largas jornadas, ni siquiera por un taller de lectura y un aire acondicionado iban a cambiar su rutina de tantos años. Los cuatro esperaban que hablara. Me limite a sacar un libro de mi mochila y lo empecé a leer despacio y con pausas dramáticas en voz alta. Así estuve dos horas. Al final sonreían.

Al día siguiente 52 presos estaban listos para escucharme. Y no crean que se debía a mi entonación ni a la maravilla del aire acondicionado; se había corrido el rumor. Los cuatro primeros hombres se habían envenenado con la literatura y habían envenenado tan sólo de oídas a sus compañeros.

Creo que en mucho ayudo el texto que escogí para esos días, un Revueltas puro y duro: Los muros de agua. En una edición vieja y desflorada que me acompañó en el periplo,  y que me hizo mirar a la isla con otros ojos.

Nunca en Gobernación me volvieron a invitar a dar un curso en las Islas Marías ni en ninguna parte, a pesar de que les dije una y mil veces que no era un texto subversivo (que lo es, por supuesto), pero que también es, aunque ustedes no lo crean, una novela.

Y en la novela, lo sé de cierto y lo he comprobado una y mil veces, están los escritos más subversivos de la historia.

Es muchísimo más potente y esclarecedor el texto de Los miserables que el Libro Rojo de Mao. Podrás entender la lucha de clases de forma espontánea y amena en Robin Hood mucho antes que entiendas bien a bien el Qué hacer de Lenin.

 Los presos se vieron a sí mismos en el espejo de la otredad; iban asintiendo gravemente cuando hablaba de lugares, apandos, veredas y paisajes que todavía quedaban allí y que eran fácilmente reconocibles. Pero sobre todo,  viéndose en el espejo que refleja la condición humana

Un hombre muy viejo se me acercó al final del taller.

-Yo conocí a Revueltas-. Me dijo.

Luciano se llamaba (no creo que viva todavía), estaba condenado a cadena perpetua por asesinar a su compadre con alevosía y ventaja, al salir de una cantina. No quería irse de la Isla, aunque ya le había tocado, hacía muchísimo tiempo la llamada “precondicional”.

-No conozco otra vida, ni otro lugar. Allá (y señalaba al continente que yo no veía entre la bruma) no hay nada para mí.

Le pregunté donde había vivido Revueltas en la Isla.

Y me llevó a un llano.

-Allí estaban las chozas de los políticos (Señalaba con el dedo). Cerca del cuartel, como para tenerlos siempre a la vista. Pero la verdad es que no se metían con nadie, al revés, hacían círculos de lectura como el que usted hace, pero hablaban de economía. Muchos no los entendíamos… Después sí, cuando hablaban como nosotros.

Pensé entonces, en diferencias estructurales y educacionales, en la palabra construida como barrera y no como puente, en la imposibilidad de hablar todos el mismo idioma aunque aparentemente lo hablemos.

Seguramente lo mismo que en su momento, en la soledad, pensó y luego contó José Revueltas.

-Pues, creo que sí entienden perfectamente lo que les estoy leyendo ¿no?- Contrataque, intentando defender el honor de  los presos políticos,  y sobre todo el de Revueltas, sin que nadie me lo pidiera.

-¡Ahhh!- Dijo con un brillo en la mirada. –Es que eso que nos cuenta, es literatura. Y la literatura sí se entiende porque se siente.

Pensé entonces y pienso ahora que debería existir una placa en memoria de José Revueltas en las Islas Marías. Tal vez sea su más distinguido y brillante huésped. El que mejor la haya descrito en la historia.

En este centenario de su nacimiento, esa pueda ser una misión que habría que abordar con gusto.

Lo único que saqué en claro de ese viaje, es que por una semana, cincuenta y dos hombres curtidos por el sol y la sal, condenados a largas penas, fueron libres; al menos dentro de sus cabezas y sus corazones.

La literatura de Revueltas les brindó una certeza, se volvió tabla de salvación en un lugar donde los muros son de agua…

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