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Benito Taibo

05/10/2014 - 12:01 am

Esos héroes (I)

¿Y tú, cuántos héroes conoces? Y seguramente puedes decir, como yo mismo, una retahíla de nombres que nos han enseñado en la escuela y que según el imaginario colectivo “nos dieron patria”, por ejemplo. Otros, provienen de la certeza de que por sus actos han pasado a la historia, convirtiéndose en un referente para todos. […]

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¿Y tú, cuántos héroes conoces?

Y seguramente puedes decir, como yo mismo, una retahíla de nombres que nos han enseñado en la escuela y que según el imaginario colectivo “nos dieron patria”, por ejemplo.

Otros, provienen de la certeza de que por sus actos han pasado a la historia, convirtiéndose en un referente para todos. Pienso en Gandhi, en Luther King, en Mandela…

Un héroe, según algunos, es una persona común y corriente que estaba en el lugar justo en el momento justo. Y lo que lo convierte en inmortal, en diferente al resto de los mortales, es ese acto extraordinario que lo catapulta hacia las páginas de la historia.

Para que existan héroes, se necesita por fuerza una sociedad que reconozca en si misma ciertos valores característicos y comunes, y que simultáneamente, viva privada de alguno de ellos. Como por ejemplo, la libertad, la igualdad social, el reconocimiento de la diferencia.

En un mundo donde estas condiciones germinan, como el nuestro, en el que desde tiempos inmemoriales y hasta nuestros días se sigue luchando por los mismos motivos, aparecerán de tanto en tanto esos hombres o mujeres paradigmáticos que le darán una vuelta de tuerca a las creencias, las instituciones, lo cotidiano.

El héroe contemporáneo, a diferencia de los que se cantan en gestas antiguas, no tiene en sus venas una sola gota de la sangre de los dioses,  y por lo contrario, es otro más que se pierde en medio de la multitud.

Pero que descolla, luminoso en el momento menos esperado.

El héroe es una promesa tan sólo. Y su condición se exalta a partir de una acción y del valor que los demás le otorgamos a ese acto, que puede ser simbólico o de ofrenda de la propia vida.

Todo esto viene a cuento por tres imágenes del siglo XX que rondan mi cabeza desde hace unos días y que no me dejan en paz. Son las imágenes de tres héroes de nuestro tiempo que no todo el mundo conoce, a los que nadie erigió una estatua y cuyos nombres se han perdido entre la vorágine y la rapidez de los días que corren.

La primera foto fue tomada en Hamburgo en 1936. En ella puede observarse una multitud que hace, con el brazo derecho levantado, el saludo nazi. Hombres, mujeres e incluso niños.

Es el momento de la botadura del velero de la marina alemana, Horst Wessel. La mayor parte de las personas que están allí, son trabajadores de los astilleros Blohm und Voss. Pero pueden verse entre ellos, sin duda, a policías y militares del régimen de Hitler.

A primera vista, no es más que otra de esas fotos propagandísticas con las que el nazismo creaba una suerte de ensoñación colectiva que a la larga se convertiría en una pesadilla.

Pero sí se mira bien, atentamente, podremos distinguir arriba, un poco a la derecha, a un hombre rubio en su overol de trabajo; uno más entre la multitud.

Con los brazos cruzados. El único que no levanta la mano.

Se llamaba August Landmesser. Era otro de los trabajadores afiliado (por pura necesidad) al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), ya que de otra manera, resultaba casi imposible conseguir un empleo.

No se sabe mucho de él. Excepto que estaba casado con una mujer judía llamada Irma Eckler, con la cual tuvo dos hijas, Ingrid e Irene, y por lo cual fue condenado a dos años y medio de trabajos forzados en el campo de concentración de Börgermoor  al considerar ese matrimonio y a su descendencia como “una deshonra para el orden social de la raza aria”.

Su rastro desaparece a fines de 1941, en alguno de los frentes de batalla. Alistado por la fuerza en el I Batallón de libertad condicional «999». Su mujer murió en 1942 en el campo de concentración de Ravensbrück.

La fotografía y su estupendo gesto de desdén no fue descubierta hasta muchos años después.

Esta imagen puede ser vista en uno de los muros del centro de documentación «Topografía del Terror» ubicado donde se encontraban las centrales de la Gestapo, en la antigua calle Prinz Albrecht de Berlín. Las dos hijas de Landmesser sobrevivieron a la guerra y fueron criadas en un orfanato.

 En 1991, una de ellas, reconoció a su padre en la famosa fotografía que se ha convertido en símbolo de la resistencia y de la objeción de conciencia.

Para mi gusto, un verdadero héroe, que con un gesto simbólico y valiente desafió al poder y a la locura.

Cambió, Landmesser con su gesto, el significado de “cruzarse de brazos”.

(Continuará).

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