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Jorge Javier Romero Vadillo

12/09/2014 - 12:00 am

El debate sobre las drogas da un paso adelante

Hace un par de días la Comisión Global de Drogas, en la que participan varios expresidentes de América Latina y Europa, entre ellos Ernesto Zedillo, junto con altos ex funcionarios del gobierno de Estados Unidos —como George Shultz, el secretario de Estado en tiempos de Ronald Reagan—, un ex secretario general de la ONU, diversos […]

Hace un par de días la Comisión Global de Drogas, en la que participan varios expresidentes de América Latina y Europa, entre ellos Ernesto Zedillo, junto con altos ex funcionarios del gobierno de Estados Unidos —como George Shultz, el secretario de Estado en tiempos de Ronald Reagan—, un ex secretario general de la ONU, diversos intelectuales y científicos, publicó el informe Asumiendo el control: caminos hacia políticas de drogas eficaces, en el que da un nuevo impulso a la discusión abierta sobre el tema. El nuevo documento va más allá que el anterior informe de la comisión, publicado en 2011: si entonces llamaban a cambiar el paradigma y se aventuraban a proponer la regulación de la mariguana, ahora proponen un enfoque más amplio, con estrategias de salud y regulación para las diferentes drogas hoy ilegales.

La política internacional sobre drogas y adicciones estuvo marcada durante todo el siglo XX por la visión prohibicionista impulsada sobre todo, pero no exclusivamente, por los Estados Unidos, donde ha imperado una moral puritana promotora de la abstinencia; fue ese mapa mental —tan extendido en amplias zonas de aquel país, sobre todo en el llamado “cinturón bíblico”— el que condujo al gran desastre de la prohibición del alcohol, sólo sostenida por trece años. Una vez que el presidente Roosvelt terminó con aquel despropósito, durante los años más duros de la gran depresión, las baterías puritanas se apuntaron a otros consumos.

Si los Estados Unidos se quedaron solos en su política antialcohólica, su beligerante prohibicionismo tuvo mayor éxito en el mundo cuando se enfocó contra otras sustancias. Entre 1961 y 1988 se fue construyendo un sistema internacional de control de drogas cada vez más prohibicionista y policíaco. Los primeros tratados, herederos del sentido de la convención sobre el opio de 1912, pusieron el acento en la fiscalización aduanera y comercial. Pero desde que Nixon le declaró la guerra a las drogas en 1971 y, sobre todo, cuando Reagan y su esposa Nancy se convirtieron en cruzados de la abstinencia con su “just say no”, las normas internacionales desarrolladas dentro del sistema de la ONU se tornaron en un arreglo institucional dedicado a la persecución policial y militar de la producción y el tráfico y a la criminalización de los consumidores, a los que se comenzó a encarcelar masivamente en diversas regiones del mundo.

El consenso internacional en torno al paradigma prohibicionista se consolidó al grado de convertirse en un tema intocable en el debate político. Aunque desde muy temprano distintos países europeos comenzaron a aplicar enfoques pragmáticos en la implementación de las reglas — como la experimentación con tratamientos sustitutivos para enfrentar la epidemia del consumo de heroína en España o Italia o la descriminalización de facto del comercio de mariguana en los Países Bajos— los Estados Unidos le impusieron al mundo una visión persecutoria del consumo y el tráfico de drogas. En su territorio las cárceles se llenaron de personas cuyo único delito era estar en posesión de una pequeña cantidad de alguna de las sustancias prohibidas, sobre todo marihuana y cocaína, mientras que en los países considerados productores o de tránsito se imponía una guerra devastadora.

Las primeras grietas en el fuerte consenso prohibicionista comenzaron a notarse con el cambio de siglo. Pero no fue sino con la llegada de Obama a la presidencia que la política norteamericana comenzó realmente a cambiar, cuando la evidencia del fracaso de la estrategia era ya evidente por su caudal de víctimas y efectos perniciosos en la salud, la seguridad y los derechos humanos.

La prohibición de las drogas ha sido mucho más dañina para la salud de las sociedades que las drogas mismas. Por culpa del sistema prohibicionista de control de substancias, millones de persona en todo el mundo sufren de dolores terribles que podrían se calmados con opiáceos a los que no tienen acceso porque podrían caer en malas manos según la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, convertida en policía global en materia de drogas. Por culpa de la prohibición el contagio de VIH se ha disparado en distintos países, pues los usuarios de drogas inyectables tiene que compartir jeringas en condiciones de marginación y estigmatización social. Por culpa de la prohibición, el precio de las drogas se ha disparado y ha generado incentivos para que los delincuentes especialistas en mercados clandestinos busquen controlar su comercio, sin garantías de pureza y calidad y sin escrúpulos a la hora de enganchar a niños y adolescentes. Debido a la prohibición millones de consumidores no problemáticos de sustancias ven aplastados sus derechos humanos y sufren marginación y cárcel.

El nuevo informe de la Comisión Global de Drogas, que se puede consultar en español en línea, llama a una política de drogas enfocada a la reducción de daño, con énfasis en la prevención y en los tratamientos no basados en la abstinencia, como los que con éxito se han desarrollado en Suiza, donde no sólo se suministra metadona como sustituto, sino que se ha aplicado con éxito la provisión controlada sanitariamente de heroína a los adictos. El documento llama también a abordar el asunto de la falta de acceso a medicamentos esenciales contra el dolor, derivados del opio hoy inaccesibles debido a la prohibición. También se atreve a proponer la exploración de sistemas de regulación no ya sólo de la mariguana, como en informes anteriores, sino también de la hoja de coca y de otras sustancias sicotrópicas de diseño.

La guerra contra las drogas parece estar llegando a su fin. En 2016 se llevará a cabo una nueva sesión especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el tema. Ahí seguramente habrá un bloque de países latinoamericanos que abogará por un nuevo consenso realista que abandone al menos los elementos más rígidos del actual sistema de control. Los gobiernos Colombia, Uruguay o Guatemala han adoptado ya definiciones claras, mientras el mexicanos, atenazado por la violencia, la inseguridad y con crecientes problemas de salud derivados del consumo, parece dubitativo. Los elementos para construir una nueva estrategia global están en la mesa; hace falta la decisión política para impulsarla.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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