Arnoldo Cuellar
11/09/2014 - 12:02 am
#TodosSomosKarlaSilva
Sin duda, los tiempos están cambiando en México y en Guanajuato. La atención que ha generado el ataque a dos jóvenes periodistas, perpetrado en las oficinas donde laboran cotidianamente, la corresponsalía de un diario leonés en el municipio de Silao, ha brincado todas las barreras de invisibilidad que pesan sobre el trabajo periodístico. El ataque […]
Sin duda, los tiempos están cambiando en México y en Guanajuato. La atención que ha generado el ataque a dos jóvenes periodistas, perpetrado en las oficinas donde laboran cotidianamente, la corresponsalía de un diario leonés en el municipio de Silao, ha brincado todas las barreras de invisibilidad que pesan sobre el trabajo periodístico.
El ataque sufrido por Karla Janeth Silva Guerrero y Adriana Elizabeth Palacios se ha convertido en un caso emblema en la lucha para poner un alto a la violencia en contra de quienes ejercen este peligroso oficio, por lo menos tal y como se practica en México.
Guanajuato no es una entidad donde se presenten las mayores incidencias en atentados contra periodistas. Si me apuran, el ataque sufrido por Karla y Adriana es el primero del que se tiene noticia en décadas. Sin embargo, ha concitado una solidaridad gremial en Guanajuato y una atención nacional e internacional, que pone en evidencia la relevancia que ha alcanzado el tema de la violencia contra trabajadores de los medios en la agenda pública del país.
En Guanajuato, los periodistas estábamos medianamente sensibilizados sobre la cuestión, sobre todo gracias al activismo que han mantenido algunos corresponsales de medios nacionales, más atentos a las circunstancias que padecen sus colegas y compañeros de otras entidades.
Sin embargo, ninguna protesta pública o manifestación de solidaridad sobre casos ocurridos en otras entidades había convocado más de dos docenas de personas. Tampoco en Guanajuato habían sido noticias destacadas las agresiones, muchas veces de mayor gravedad y con pérdidas más lamentables, en contra de periodistas de otras entidades.
El caso las dos periodistas atacadas en Silao marcará una diferencia fundamental en Guanajuato, primero por la respuesta gremial para no dejar pasar desapercibido el hecho, para exigir justicia y para acompañar a las víctimas; segundo por la advertencia a los poderes formales e informales de que hay una capacidad de respuesta de los comunicadores; finalmente, por la sensibilidad que se genera hacia este grave problema que se vive en el país.
En el ámbito nacional, la golpiza a Karla Silva parece haber dado lugar a un cambio cualitativo en la forma de cubrir los ataques a periodistas, más que como noticia por espíritu de cuerpo, como forma de autodefensa de un gremio que tradicionalmente ha sido muy poco solidario, quizá por la alta competencia que se vive en la búsqueda de noticias.
Hay también una generalizada respuesta de medios e instituciones internacionales de derechos humanos. Pareciera ser que ciertas circunstancias, como la juventud de Karla, el género, lo artero del ataque, la brutal embestida contra el trabajo periodístico reflejado en el “bájale de huevos a tus notas”, todo sirvió para que a la solidaridad se aunará una notable indignación, además de un afán protector.
Una mujer joven, en un país machista que desprecia a sus jóvenes; una periodista que muestra una gran convicción, en tiempos en que el trabajo reporteril es lo menos glamoroso en el terreno mediático; una corresponsal indefensa frente a la estructura política de un presidente municipal al que cuestiona, todo abonó a que la historia se volviera emblemática.
Adicionalmente, en torno a la historia al ataque a Karla Silva y Adriana Palacios empiezan a identificarse muchos de los otros vicios y vicisitudes que incluye la tarea de hacer periodismo en México y que representan ejercicios de violencia profesional que casi nunca sale a la luz por la vieja consigna de que “las cosas son así”.
Hablamos de asuntos como la frustración de una investigación que no sale a la luz porque afecta a un poderoso anunciante; el acoso a reporteros derivado de la comunicación cruzada entre jefes de prensa y directivos periodísticos; la prepotencia de los políticos que ven en un reportero inquisidor una molestia punzante que puede ser barrida con un gesto; el mutismo de los funcionarios; la inalcanzable transparencia.
Esos son los otros temas que empiezan a ser iluminados, entre otro muchos, por las secuelas de la violencia física ejercida contra esta aparentemente frágil jovencita que ha tenido los arrestos para denunciar, generar solidaridad y admiración y ser la causante de la que puede ser una de las gestas más significativas del periodismo reciente de Guanajuato.
Al final del día, el valor de Karla Silva y lo que voluntaria o involuntariamente ha echado a andar, puede dar lugar a que todos los que estamos involucrados en este hermoso y agobiante oficio, pongamos en cuestión muchas de las prácticas en las que hemos participado, a veces como víctimas, pero otra veces como cómplices.
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