En su definición más popular, un plurinominal es un político talegón, que cobra por hacer nada y encima llegó a la curul sin siquiera ensuciarse los zapatos o desgastar las suelas. Aún así, y a pesar de estar de acuerdo en casi todos los elementos de la definición, los diputados plurinominales son fundamentales para el equilibrio democrático de este país.
Los diputados de partido, rebautizados como plurinominales a fines de los setenta, nacieron como una graciosa concesión del sistema de partido único para que los partidos que nunca ganaban, ni ganarían, una elección, tuvieran representación en la Cámara de Diputados. La reforma política de Reyes Heroles en 1977 amplía la representación e introduce el factor territorial creando las cinco circunscripciones electorales. Desde 1979 tenemos una Cámara de diputados con 300 diputados electos de manera directa y 200 por la vía plurinominal. Estas 200 curules crearon una casta divina de políticos de todos los partidos, pero también le dieron estabilidad y gobernabilidad al país y profesionalizaron una Cámara que comenzaba ya a tomar decisiones fundamentales.
La perversión de perversiones fue cuando esta casta inventó los senadores plurinominales en abierta contradicción con el espíritu de la República. Los senadores representan el pacto federal, donde todas las entidades, independientemente de su tamaño, producto interno bruto y número de habitantes, tienen el mismo peso. Tener representación plurinominal en el senado de la República distorsionó la equidad, y sólo sirvió para que los diputados plurinominales tuvieran chamba entre un periodo y otro.
Está claro, pues, que hay que echar marcha atrás a los senadores pluris: para afuera todos. La discusión en todo caso debe ser si mantenemos los diputados plurinominales y cuántos. Quien insiste ahora en reducir el número son los priistas. El cálculo es muy sencillo: con la división de la izquierda el PRI tiene más probabilidad de ganar la diputación en aquellos distritos que tradicionalmente ganaba el PRD y el ellos era segundo lugar. Bajar el número de plurinominales a cien y dejar la cámara en 400 les regresa la posibilidad de tener mayoría simple (201 diputados) y lograr los dos tercios necesarios para reformas constitucionales (267) en alianza con el PAN.
Hay dos argumentos para reducir la Cámara de Diputados. Por un lado el costo y por otro la gobernabilidad. De poco sirve bajar cien diputados si los 400 restantes seguirán gastando como lo hacen hasta ahora, con lujos excesivos, dietas extravagantes y pago por evento (o sea mochada por voto). La gobernabilidad tampoco es una buen pretexto. El Pacto por México demostró que la parálisis legislativa era más de un problema de operación política que de dispersión. Por el contrario, reducir los espacios en la Cámara nos regresa al añejo anhelo de los factores de poder de un bipartidismo controlado.
Tratar de reducir o anular la representación de las izquierdas le puede dar gobernabilidad a la Cámara pero le restará gobernabilidad al país. No solo es una perversión torpe, hacerlo sería un error histórico.