Tomás Calvillo Unna
06/08/2014 - 12:01 am
LA PAZ POR VENIR
Hemos crecido junto a una conflagración armada en el Medio Oriente que luce interminable. Las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial diseñaron e impusieron otro reacomodo de fronteras, pueblos, etnias, culturas, armamento atómico y petróleo. Los estados nacionales surgidos en esas condiciones han cargado una tensión permanente y conflictos antiguos no resueltos; han sido […]
Hemos crecido junto a una conflagración armada en el Medio Oriente que luce interminable.
Las potencias vencedoras de la segunda guerra mundial diseñaron e impusieron otro reacomodo de fronteras, pueblos, etnias, culturas, armamento atómico y petróleo.
Los estados nacionales surgidos en esas condiciones han cargado una tensión permanente y conflictos antiguos no resueltos; han sido en ocasiones, peones de otros actores más poderosos, tanto en el periodo de la guerra fría, como en el de la globalización de hoy en día. En ocasiones también ellos han arrastrado a fuerzas ajenas a sus territorios para sumarse a sus cruentas batallas.
Desde cierta perspectiva esta guerra intermitente y localizada ha sido una prolongación de la segunda guerra mundial, como ésta, a su vez, lo fue de la primera.
La intensidad de las relaciones entre gobiernos, ciudadanos, empresas, organizaciones civiles, redes y demás, y la global interdependencia de este siglo XXI, puede ser una oportunidad única para edificar una paz duradera en dicha región.
Para ello es necesario replantear las estrategias de negociación que han tenido limitados resultados y han provocado una mayor fragmentación entre los propios actores involucrados. La consecuencia de ello destruye la esperanza de las comunidades palestinas, que viven prácticamente en un gueto y que cíclicamente enfrentan una brutal represión.
Sus liderazgos divididos y débiles expresan por un lado, el radicalismo de una insurgencia permanente que no reconoce al Estado de Israel y por otro, un movimiento moderado que negocia una frágil paz con la promesa continuamente postergada de tener su propio estado nacional y recuperar parte del territorio perdido para reducir la presión de su hacinamiento.
Como una cruel ironía de la historia, Israel recoge la infernal experiencia de su tragedia para imponérsela a un pueblo cuyas raíces le son comunes y familiares. La lógica que explica pero no justifica su política de seguridad, parte de una formula simple, que se puede expresar coloquialmente: “no nos lo vuelven hacer, aunque tengamos esta vez que llevarnos al mismo mundo al abismo”.
La nación como guerra de sobrevivencia al costo que sea, la historia como la memoria de la amenaza; el presente como una frontera de seguridad en expansión permanente; la identidad religiosa subordinada al poder militar del estado y sus agencias; el ciudadano, un soldado en ciernes, listo para ser reclutado en cualquier momento que el gobierno en turno lo requiera.
Sin el poder y sofisticación de Israel, los palestinos también han asumido esa fórmula y seguramente profundizarán en ella para hacerla más efectiva, si las arenas movedizas de la violencia no se extinguen. Nómadas sin oasis donde detenerse, convertidos en refugiados y habitantes de tercera clase en zonas restringidas de países llamados hermanos; divididos por fronteras que son herencia de las metrópolis coloniales europeas; musulmanes y cristianos y ateos todos palestinos, intentando definir la identidad de un estado nación que no termina de gestarse; resisten a las propias traiciones fratricidas, a las tormentas religiosas e ideológicas del siglo XX, a las alianzas con países cuya solidaridad se convierte en un juego estratégico.
El sufrimiento infringido con bombardeos a un pueblo en esas condiciones y los ataques terroristas de células como respuesta, son cada vez más demenciales y ahondan la ineptitud de los diversos actores políticos involucrados y de las potencias que durante años han intervenido en la región.
El régimen de Israel esperó a que la primavera árabe en Egipto se marchitara y el gobierno de los hermanos musulmanes se extinguiera aunque estos se hayan comportado con moderación.
El regreso del ejército al poder y la democracia de los cuarteles en el país de los faraones, parecieron devolverle la “seguridad” en esa frontera, para poner en practica el ejercicio brutal de intentar aniquilar a Hamas al costo que sea; en una época en que la exposición de la crueldad en el mundo entero convierte a una aparente victoria militar en una derrota estratégica.
Coincide también la reciente incursión en Gaza con el rechazo abierto del primer ministro Netanyahu a las conversaciones directas entre Irán y Estados Unidos; y tal vez sea aquí donde se encuentra el punto ciego del conflicto actual. Me refiero a la disputa sorda entre ambos países, donde sus líderes en diferentes momentos, han usado la retórica del enemigo externo para afianzar sus políticas internas y sus alianzas con los grupos más rígidos y militaristas.
Hay que recordar que Irán representó la revolución cuyas raíces ya no estuvieron más en el marxismo y todas sus variantes, sino en uno de los rostros de la tradición religiosa musulmana, que buscó reorientar lo que la modernidad sometida a las potencias y compañías extranjeras imponía a la antigua Persia.
Un retorno al pasado para no desaparecer en el presente y tener tiempo para construir su propio mañana. Inspirados en una de las lecturas del Corán, y de sus corrientes históricas.
Las potencias de occidente vieron en ello un peligro mayúsculo en lugar de reconocer a un aliado potencial si le respetaban su propio proceso histórico. Estados Unidos y sus aliados europeos no supieron leer lo que pasaba en ese vasto mundo musulmán. No reconocieron donde estaban las verdaderas amenazas y sus verdaderos enemigos, se aliaron con Hussein en Iraq para destruir el régimen de los Ayatollahs Iraníes. Israel no solo se sumó al bando occidental sino que buscó defender al viejo régimen del Sha, aliándose incluso con su aparato represor.
Irán resistió una guerra de casi ocho años, no fue derrotado a pesar de su aislamiento internacional, su cohesión interna se manifestó entonces como su principal arma. Sus vecinos se derrumbaron, primero Afganistán, poco después Irak, los ejércitos europeos y norteamericanos han merodeado desde entonces sus fronteras; y frente a ello su evolución política no se ha colapsado.
Sus tensiones entre conservadores, moderados y reformistas han expresado una sociedad rica y compleja, independiente y exigida a la vez a fortalecer sus procesos democráticos internos.
Su influencia en la región atraviesa el mundo árabe; Líbano, Siria, Palestina, están vinculadas a su propia historia como lo está el propio Irak.
En estas circunstancias Israel no puede negar su presencia como Irán no lo puede hacer con Israel. Ciertamente se ve difícil cambiar esta condición de ignorarse y despreciarse mutuamente. Los mayores obstáculos no se encuentran en Arabia Saudita, o en el lobby judío en Estados Unidos, sino en las propias ataduras internas que cada uno tiene en sus sociedades políticas, cargadas de una retórica inamovible, enraizada en intereses cuyo núcleo es la violencia oculta en cerradas ideologías.
No obstante, cada vez será más evidente que la paz en Medio Oriente será posible cuando se restablezca la línea de comunicación entre dos capitales que desde hace varias décadas no se reconocen: Tel Aviv y Teherán.
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