Francisco Ortiz Pinchetti
29/07/2014 - 12:00 am
La narcocarrera de El Greñas
La aparición hace unos días de un nuevo libro de mi admirado amigo José Reveles sobre cuestiones del crimen organizado (El Chapo: Entrega y traición. Ed. Random House. Debolsillo, 2014) me llevó a repasar mis esporádicas asomadas periodísticas relacionadas con el narco. Ubiqué varios trabajos de los años ochenta, sobre la Operación Cóndor en Sinaloa, […]
La aparición hace unos días de un nuevo libro de mi admirado amigo José Reveles sobre cuestiones del crimen organizado (El Chapo: Entrega y traición. Ed. Random House. Debolsillo, 2014) me llevó a repasar mis esporádicas asomadas periodísticas relacionadas con el narco. Ubiqué varios trabajos de los años ochenta, sobre la Operación Cóndor en Sinaloa, el florecimiento de la llamada narcocultura en el Noreste del país, el sepelio de El Señor de los Cielos, las calamidades de Badiraguato y algunos más. A diferencia de mi querido Pepe, excelente reportero que se convirtió en un especialista en temas de narcotráfico y seguridad nacional, yo me dediqué a la cacería de mapaches electorales priistas. Sin embargo, pienso que puede resultar interesante compartir con ustedes uno de esos trabajos, mi crónica sobre una narcocarrera celebrada en 1986 en Buenaventura, Chihuahua, en la que se apostó un millón de dólares. Fue originalmente publicada en Proceso, el 28 de abril de 1986, y luego incluida en uno de mis libros, De pueblo en pueblo, crónicas del pequeño México (Ed. Océano, 2000). El personaje principal de esa historia fue Gilberto Ontiveros Lucero, El Greñas, uno de los pioneros del Cártel de Juárez. Me parece que además de su aspecto folclórico algo aporta este texto al conocimiento del clima de impunidad y complicidades que cobijó en sus inicios al crimen organizado en aquellos años del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado.
BUENAVENTURA, CHIHUAHUA.- Un balazo marcó el inicio de la carrera. Los dos caballos –colorado uno, alazán el otro– arrancaron como relámpagos en medio de una polvareda y la expectación acumulada durante muchas semanas estalló en un grito de júbilo.
No era una carrera común, por cierto. La pregonada calidad de los caballos y la celebridad de sus propietarios daban a la competencia el cariz de acontecimiento histórico. Lo verdaderamente insólito, sin embargo, era la cuantía de la apuesta en juego: un millón de dólares.
La gente de Buenaventura, carrerera de tradición, había vivido esta vez días de tensión y asombro como nunca antes. Apenas la víspera, el pueblo fue invadido por centenares de automóviles, trocas, camionetas. Había de todo en aquella caravana rugiente, pero lo que llamó particularmente la atención de los lugareños fue el lujo de los Grand Marquís y las Vam, la fortaleza ostentosa de los Bronco, la versatilidad de los campers importados. Hasta diez avionetas aterrizaron ese día en la rudimentaria pista que el ayuntamiento hizo acondicionar con la debida anticipación.
Gente armada rodeaba como enjambre a los personajes principales –que por ello se distinguían– y se apostaba en lugares estratégicos a ambos lados del carril, como llaman aquí a la pista de carreras, que por cierto tiene fama de ser uno de los mejores del estado. Había también agentes de la Judicial Federal, policías estatales, gendarmes municipales. Y hasta un oficial del ejército.
Nadie lo decía, pero todo mundo lo sabía: era una narcocarrera.
Se pactó tres meses atrás. Los personajes principales, por orden de aparición, fueron:
–Armando Ortiz, rico agricultor y comerciante, famoso por los huertos de manzana que posee cerca de Ciudad Cuauhtémoc y propietario de un caballo alazán cuarto de milla traído de Estados Unidos.
–Rafael Aguilar Guajardo, excomandante de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en Ciudad Juárez, excoordinador regional de la propia DFS, mencionado por Rafael Caro Quintero como uno de sus cómplices principales en Chihuahua y contra quien aparentemente existe orden de aprehensión.
–Gilberto Ontiveros Lucero, El Greñas, hombre misterioso que de tres años para acá se ha convertido en el capo del narcotráfico en el Noroeste de Chihuahua, con procesos pendientes en Texas, dueño de una inmensa fortuna –casas, ranchos, hoteles, entre sus bienes– y propietario de un caballo colorado cuarto de milla traído también de Estados Unidos.
–Jesús Meléndez, Don Chuy, que en tres años se convirtió de humilde caporal en potentado, propietario de varios ranchos –entre ellos uno con más de 5,000 hectáreas de riego– y hombre fuerte de Buenaventura.
Armando Ortiz y Rafael Aguilar Guajardo se reunieron en Chihuahua en diciembre pasado. Ortiz presumía que la rapidez de su caballo lo hacía sencillamente invencible en las carreras. Y El Greñas envió a Aguilar Guajardo, su lugarteniente, para acordar la competencia y la apuesta.
–Quiero tratarlo directamente con El Greñas –dijo Ortiz.
Se reunieron, en efecto, pocos días después. Acordada la apuesta, discutieron las condiciones y el lugar.
–En Villa Ahumada –propuso Ortiz.
–En Buenaventura –dijo El Greñas– Y le voy a dar faja.
Era una ventaja atractiva: dar faja significa que el caballo que la otorga ganará siempre y cuando supere a su competidor por más de una cabeza. Ortiz aceptó: en Buenaventura. Fecha: el sábado 8 de marzo.
Jesús Meléndez, amigo y socio de El Greñas, se encargó de la organización. Contó con el apoyo del presidente municipal de Buenaventura, Gonzalo Caballero, y la ayuda del regidor Sergio Vega.
ALAZAN O COLORADO
Buenaventura es un pueblo tirado de panza al sol. Tiene unos 20 mil habitantes y está situado a 220 kilómetros de Chihuahua, rumbo a Casas Grandes. Es tierra de gente honrada, rancheros trabajadores y curtidos, a quiénes el súbito enriquecimiento de Meléndez no les resulta un misterio, pero sí les causa preocupación.
El pueblo es famoso, precisamente, por sus carreras de caballos. Cada año, en julio, con motivo de la fiesta del santo patrón, San Buenaventura, se celebra toda una feria de carreras y peleas de gallos. Es ya tradicional que el producto de las entradas y cuando menos un porcentaje de la venta de cerveza y alimentos en las inmediaciones del carril, se destine a obras de beneficio social. Así se remodeló la placita principal y se construyó el kiosco, por ejemplo.
Hay en Buenaventura una escuela particular, la «Libertad», que dirige una religiosa, Sor Inés Concepción Quintana Gómez. Y el regidor Sergio Vega tuvo la buena ocurrencia de que la carrera del 8 de marzo fuera en beneficio de esa escuela, tan necesitada siempre de recursos. Tenía además la facilidad de que su esposa, Yolanda Ponce de Vega, es casualmente la tesorera de la Asociación de Padres de Familia de la escuela «Libertad» y de que su hermana, Gloria Isela Vega de Prata, es la presidenta.
Instruidos por Meléndez, los Vega se pusieron a trabajar, convencidos del altruista objetivo del evento ecuestre. Sor Inés, la directora, se alegró con la noticia. «Yo no sabía que esta gente estaba involucrada», diría luego al reportero. «No tengo nada que ver».
Gonzalo Caballero, el presidente municipal, empleó el equipo del ayuntamiento y gastó, según aceptaría más tarde, 600 mil pesos en consolidar y aplanar la pista de aterrizaje. Pronto no se hablaba en el pueblo de otra cosa, mientras la noticia de la histórica carrera trascendía en diversos rumbos del estado.
A principios de febrero, un mes antes de la competencia, la llegada del caballo colorado, el de El Greñas, se convirtió en un acontecimiento. Lo trajeron en un remolque especial, con todos los cuidados del caso, y lo instalaron en la caballeriza de Porfirio Vega, primo del regidor. Tres caballerangos quedaron a su cuidado. Trajeron alimento importado y montaron vigilancia de día y noche. No hubo en el pueblo quien no fuera a conocer al colorado. Acudían a la caballeriza para observar cómo lo bañaban, lo cepillaban, lo mimaban y lo veían pasar rumbo al carril, todos los días, para sus entrenamientos.
El colorado se convirtió así en el favorito de los lugareños.
El alazán llegó después. Lo tuvieron en el rancho de los cuates José y Antonio Rayo donde era objeto de cuidados similares. Desde un principio la gente lo tomó como el rival a vencer. Para ellos era un caballo ajeno, venido de lejos, incapaz por supuesto de derrotar al caballo consentido por Don Chuy y por Aguilar Guajardo, que también tiene casa en Buenaventura.
Los Vega, mientras tanto, mandaron imprimir 10 mil boletos de a mil 500 pesos cada uno y organizaron a los padres de familia para la venta de antojitos y refrigerios durante la carrera: quien los burritos, quien los tamales, quien las quesadillas, Llegaron a un acuerdo con Jesús Armendáriz, El Compadre, distribuidor de la cervecería Moctezuma, dueño del hotel Valle Grande y socio del alcalde Caballero, para que permitiera la venta de cerveza a los organizadores y dejara la utilidad a beneficio de la escuela.
Todo iba sobre ruedas.
Pero nunca falta alguien que meta la pata. El presidente del Congreso del Estado, Rubén Ortega Rodríguez, es nativo de Buenaventura. Sus parientes le platicaron, entusiasmados, los pormenores de la carrera, la fama de los caballos, el monto de la apuesta, la identidad de los propietarios.
Y fue con el chisme.
Diez días antes de la fecha señalada para el gran evento, Ortega Rodríguez se entrevistó con el gobernador del estado, Saúl González Herrera. Se lo contó todo.
El asunto era ciertamente espinoso. La celebración de una carrera así, con una apuesta multimillonaria y con la abierta participación de personajes ligados al floreciente narcotráfico en el estado, parecía además un desafío: ocurría en plena campaña electoral del candidato del PRI a la gubernatura de Chihuahua, Fernando Baeza Meléndez, que cuando ocupó la subprocuraduría General de la República, durante los dos primeros años de este sexenio, tuvo a su cargo precisamente el combate al narcotráfico. Nadie olvida en Chihuahua que cuando Baeza Meléndez era subprocurador, El Búfalo y otros ranchos de Rafael Caro Quintero, dotados de riego por aspersión, verdeaban con los cultivos de mariguana. «Malo si lo sabía y malo si no lo sabía», dicen los chihuahuenses.
La narcocarrera de Buenaventura se antojaba el colmo de la osadía de quiénes han hecho que Chihuahua reverdezca, particularmente en el noroeste. Era la ostentación, la impunidad a pleno sol.
El gobernador González Herrera llamó al procurador de Justicia del Estado, Enrique Aguilar Pérez.
«En un acuerdo que tuvimos –declaró luego Aguilar Pérez– sometí al señor gobernador la intervención que a nosotros nos correspondía con motivo de la famosa carrera. El gobernador y yo llegamos a la conclusión de que ahí debería intervenir fundamentalmente el agente del Ministerio Público Federal y, en general, las autoridades federales, que son las competentes para autorizar la celebración de carreras mediando apuesta, así como las peleas de gallos, etcétera. Juegos y sorteos son materia federal.
«El gobernador participó de este asunto a la autoridad federal. Nosotros, en los términos de un convenio que tenemos celebrado con el gobierno federal, tenemos el deber de colaborar sin limitación –salvo las limitaciones legales– con la autoridad federal. En razón de ello, el gobernador dio instrucciones de que la policía del estado y la Policía Judicial acudieran a Buenaventura y que si los organizadores no exhibían la autorización federal se procediera a suspender la carrera.»
En efecto, el sábado 8 de marzo se apersonaron en Buenaventura, cuando aquello era un hervidero de gente y los automóviles congestionaban los accesos al pueblo, el subdirector de Gobernación de Chihuahua, Ricardo Baca, y el jefe de la Policía Judicial del Estado, general Heriberto Anguiano. Se hicieron acompañar por agentes judiciales destacados en Nuevo Casas Grandes y por policías del estado uniformados.
En el carril de Buenaventura había ya más de 10 mil personas. Y la gente seguía llegando. Bajo el sol de mediodía, la venta de cerveza estaba en su apogeo.
Baca y Anguiano dialogaron, discutieron con los organizadores. Al no existir permiso, y pese a la intermediación del alcalde Caballero, decidieron suspender la carrera. A las dos de la tarde se ordenó parar la venta de boletos, tarea en la que colaboraban los policías municipales.
Entrevistado días después, Baca declararía que cumplió fielmente las instrucciones que llevaba. «Las carreras de caballos en el estado –comentó tranquilo– son comunes, tradicionales. Somos un pueblo de apostadores».
Anguiano reportó a las 11 de la noche que las órdenes superiores habían sido cumplidas: la carrera se había suspendido. Y a esa hora, tanto él como Baca y los elementos que los acompañaban «se pasaron a retirar».
¡ARRANCAN!
Su intervención se limitó a impedir que la carrera se efectuara. No se llevó a cabo ninguna detención. La presencia de un gran número de sujetos armados –que corroboró el inspector de policía municipal. Melesio Mendoza– fue pasada por alto.
Mucha gente, decepcionada, tomó el camino de regreso. Otros se quedaron, en especial aquellos que habían traído consigo tiendas de campaña o campers. Algunos exigieron la devolución de las entradas, que se hizo parcialmente.
Al otro día, domingo 9 de marzo, desde muy temprano corrió el rumor por el pueblo: que siempre sí, que va a haber carrera, que a las 10, que a las 12, que ya regresó El Greñas, que don Chuy ya dijo.
Y a las 9 la gente estaba otra vez en el carril, guarecida del sol bajo los álamos frondosos que crecen a la orilla del río Santa María, entre los puestos de cerveza y comestibles. De nuevo estaban ahí los hombres armados, los agentes federales, los gendarmes municipales. No era la misma multitud del día anterior, pero sí había gente suficiente para colmar, en varias hileras, el trayecto de las 300 yardas que correrían el colorado y el alazán.
Empleados de Don Chuy colocaron al centro de la pista las varillas para sostener el hilo que la dividía en dos carriles. Mientras la expectación crecía y las apuestas entre el público menudeaban.
Pasaditas las 12 apareció El Greñas, de tenis y con una cachuchita en la cabeza, rodeado en todo momento por una docena de guardaespaldas armados, algunos de ellos de traje. También llegó Armando Ortiz, el dueño del alazán. Y Aguilar Guajardo, con su propio séquito.
El excoordinador regional de la DFS es hombre poderoso. En Ciudad Juárez es dueño de la discoteca Amadeus y del Hotel Silvia’s; tiene negocios en Estados Unidos, posee ranchos y residencias y es socio de los Zaragoza en la industria lechera juarense.
Aguilar Guajardo es considerado lugarteniente de El Greñas, aunque algunas versiones los colocan al mismo nivel dentro del negocio. Lo cierto es que El Greñas hace una ostentación mayor de su riqueza, pero no se deja ver con frecuencia. Se sabe que además de los ranchos que tiene, es dueño del hotel Rodeway Inn de Casas Grandes y del Palacio del César, que se construye en Ciudad Juárez. Tiene también una distribuidora de automóviles en Chihuahua.
En su mansión de la avenida Américas, en Ciudad Juárez, El Greñas guarda un Rolls Royce y otros automóviles de superlujo. La casa tiene frontón propio. Una tigresa, llamada «Viviana», pasea libremente por el jardín frontal, tras de las rejas negras exteriores. En un estanque hay lagartos traídos de Tabasco. Guardias armados custodian la puerta principal, de día y de noche.
Entre sus diversiones favoritas están precisamente las carreras de caballos. La de Buenaventura fue ejemplo de su estilo.
«Estamos listos», dijo por fin Chuy Meléndez a la mitad del carril. El público se agolpó contra las cercas blancas que flanquean la pista. El colorado y el alazán, equipados con sillín de carrera montados por jockeys profesionales, tomaron su lugar en el arrancadero.
Un balazo marcó el inicio de la carrera. En el arranque, en medio de un alarido, el colorado, favorito local, tomó la delantera, que conservó apuradamente durante las primeras 200 yardas del vertiginoso recorrido.
En el último momento, inopinadamente, su jinete metió al colorado hilo divisorio y el animal arrasó cinco, seis de las varillas, trastabilló y perdió velocidad.
Fue un final dramático. El alazán tomó ventaja y cruzó la meta una cabeza adelante del colorado.
Perdió El Greñas.
Entre el griterío y los sombreros lanzados al aire, el cronometrista no daba crédito a sus ojos: 14.3 segundos había durado la carrera. Un tiempo increíble, nunca antes visto en Buenaventura. El récord allí era de 16.8 segundos.
Todo había concluido.
«Ni hablar, mi amigo», le dijo El Greñas mientras contaba los fajos de billetes verdes que entregaba, a la vista de todos, a su vencedor, Armando Ortiz. Un millón de dólares en 14.3 segundos.
«Vamos acordando la revancha, mi amigo», dijo después El Greñas. «¿Qué le parece dentro de un mes, en Villa Ahumada?»
Válgame.
Twitter: @fopinchetti
DE LA LIBRE-TA
Nunca se llevó a cabo la carrera de revancha. El Greñas fue detenido a finales de abril de 1986 -casi simultáneamente a la aparición de mi texto- luego de agredir al fotógrafo Al Gutiérrez, del diario Herald Post de El Paso, quien acudió a su residencia en Ciudad Juárez para solicitar permiso para fotografíar un hotel supuestamente propiedad del capo. Los guardaespaldas de Ontiveros Lucero retuvieron y golpearon al periodista durante diez horas. El hecho provocó incluso la intervención personal del gobernador de Texas. El Greñas fue liberado dos años después, en mayo de 1988, pero fue reaprendido en enero de 1989. Estuvo preso 17 años en el penal de alta seguridad de La Palma, en Almoloya.
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