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Tomás Calvillo Unna

23/07/2014 - 12:00 am

El Reino de la ansiedad

“El desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado tal nivel que en la actualidad la idea de radicar el hambre y la miseria en el mundo no es ningún sueño utópico. Como no lo es pensar que puede transformarse la naturaleza del  trabajo alienado en trabajo verdaderamente creador o gozoso. O que pueda

“El desarrollo de las fuerzas productivas ha alcanzado tal nivel que en la

actualidad la idea de radicar el hambre y la miseria en el mundo no es ningún

sueño utópico. Como no lo es pensar que puede transformarse la naturaleza del

 trabajo alienado en trabajo verdaderamente creador o gozoso. O que pueda

edificarse una civilización no represiva.”

Herbert Marcuse. (1898-1979)

 

“También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en los cerebros

de los intelectuales en todas partes del mundo y he intentado llevar estas

ideas hasta sus lógicas consecuencias.

En tiempos de engaño universal decir la verdad se convierte en un acto

revolucionario.”

George Orwell. (1903-1950)

 

Nos hemos convertido en el último eslabón de la tecnología. El actual parto civilizatorio implica una mutación de la condición humana y ésta se encuentra más cerca de las pesadillas de la ciencia ficción llevadas al cine que de las utopías literarias y filosóficas que inspiraron cambios y revoluciones.

Los instrumentos electrónicos se han salido de control y son ya una adicción operativa; se justifican a sí mismos y se apropian de la economía y sus diseños.

Las llamadas redes sociales que representan a todos y a ninguno, que ayudan a advertir las amenazas e injusticias y pueden provocar acciones solidarias y democráticas, suelen ser frágiles debido a su propia naturaleza, donde temas, actores y lugares se remplazan a tal velocidad que cualquier responsabilidad asumida se diluye entre la vorágine de la información.

Hemos perdido al tiempo, el instante se ha apropiado del razonamiento e impone su lógica en labores y disciplinas; y abruma de contenidos propios de los mecanismos tecnológicos que no responden ya a las necesidades humanas sino a la dinámica misma de sus sistemas.

Hay una gran presión del tecno-capital que se manifiesta en las mentes y conductas, una epidemia de angustia que todo tipo de estupefacientes buscan acotar o desaparecer.

Las redes además de sus virtudes comunicativas también se han vuelto el basurero del subconsciente colectivo y saber distinguirlo es cada vez más una tarea sin fin y abrumadora.

La prisa no sólo es una consigna, es el ritmo de la revolución digital informática. La imagen, el tan en boga selfie, refleja una profunda ansiedad por ser visible para los demás: aquí estoy, aquí estamos. Es un ancla visual para dar una mínima señal de existencia en estos rápidos en que nos hemos sumergido.

La política y sus actores hay que entenderlos o al menos tratar de explicarlos también desde estas condiciones. La clase política está atrapada en este circuito y la suerte de su quehacer se encuentra adherida a las casas de bolsa, a las encuestas, ratings, marketing, y demás anglicismos.

Difícil tarea la de construir un lenguaje político que articule una propuesta para estos tiempos tan contradictorios, donde el fin de la utopía de Marcuse parecía estar a la vuelta de la esquina y sin embargo el mundo más vigilado, y no por ello menos caótico, de Orwell aparece como una densa sombra dominante.

México es un buen ejemplo de todo ello y la reforma energética, en poco tiempo será estudiada como una muestra de este cataclismo social cuya lógica de acumular se impone a costa de lo que sea, tierras y mares, tradiciones y comunidades. Es el resultado de no poder ver más allá de lo inmediato y olvidar los ritmos de la propia vida en la dimensión de la naturaleza y de la sociedad, de sus ciclos y generaciones e incluso de los propios negocios desbordados por unos cuantos, fracturando los necesarios equilibrios del dar y tomar.

La tecnología, el capital y el poder son hoy la fórmula de la política considerada exitosa, lo demás es inútil. La misma democracia está sujeta a ello. Así es como hoy se pretende gobernar y a quien se opone se le puede eliminar de mil maneras: convertirlo en criminal, volverlo invisible, ignorarlo o dejarlo un rato que diga sus “sandeces”.

La ansiedad propagada y permanente de imágenes e información se encargará de diluir cualquier otra opción que pretenda recuperar el rostro humano de la historia de nuestra cotidianidad.

Lo que tenemos que analizar son los vínculos entre los mecanismos de poder y la realidad virtual, así como la geopolítica que sigue pesando en la era cibernética. Allí está la experiencia, en otras latitudes, de la llamada primavera de Egipto que se convirtió en el invierno de la esperanza.

Los filmes, Metrópolis de Fritz Lang 1927 y Tiempos modernos de Charles Chaplin 1936, aparecen como un dulce presagio de lo siniestro que comienza a verse con mayor intensidad en medio de una amnesia preocupante; lo cual nos obliga a pensar más en ello, con el doble desafío de hacerlo con y desde las entrañas de los circuitos que ya nos codifican.

La tarea es una, sencilla y retadora a la vez: encontrar el balance que la desmesura, la ambición sin límite y lo excesos, han desechado; antes de que sea demasiado tarde. La política debería iniciar por ahí y retornarle a la democracia su esencia: la naturaleza ciudadana de los gobiernos y su rostro humano que en México se están erosionando.

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