No fue tragedia ni comedia, y ni alcanza a ser tragicomedia; más bien fue una comedia trágica. Los senadores mexicanos han logrado crear un nuevo género teatral a costillas del pueblo.
Por un lado, las grandes comedias del Siglo de Oro son obras maestras y divierten sin necesariamente tener un final feliz. Como diría Charlie Chaplin (y parafraseo), por encima de la anécdota se proyecta el argumento y éste debe ser importante para que sea arte.
Aunque provocaron risas y burlas del público que los veía desgarrarse las vestiduras un día para el siguiente zurcirlas y subir otra vez a escena, la anécdota fue mala y el mensaje incomprensible. Además, tampoco fue una tragedia, porque ésta afecta la vida de los actores, que en este caso resultaron indemnes.
Nuestros legisladores actuaron cual compañía de cómicos de la legua; sufrieron aparentes confusiones, volteando a ver a la audiencia preguntando por el perico que le escondieron los enanos traviesos (con todo respeto para las gentes de talla pequeña), a lo que los chiquillos respondieron: “atrás de ti, atrás de ti”.
¡Ah! Pero los resultados de la obra fueron trágicos y representan una fuerte pérdida y un dolor intenso para la nación.
Veamos el guion: La obra se representaría completa y al final quedarían aprobadas todas las iniciativas del protagonista; sólo debía administrarse la anécdota y organizar las entradas y salidas de los antagonistas (llámense Andrés Manuel, Monreal, Corral, Mireles, etc.) y demás actores.
Los tres grupos de histriones se dividieron los momentos claves de la pieza representada. Cuando algún antagonista se acercaba prematuramente al clímax, o la ciudadanía quería participar en la puesta en escena, uno del trío producía un distractor, dejando al antagonista en turno gritando en el templete con su público volteando a ver al pleito escandaloso entre las comadres de la vendimia callejera. Ya cuando el policía se llevaba a las peleoneras, el antagonista, cansado de gritar, terminaba con esa frase sacramental: “es cuanto señor presidente”.
Mientras tanto, en otro escenario, la división de fuerzas en el Senado no permitía que el partido del presidente, el protagonista, aprobara por sí solo las iniciativas elegidas, así que en ciertas reformas debía acompañar sus votos con los del PAN o los del PRD, aunque en escasos momentos tocó toda la orquesta.
Por un lado, los panistas no podían mostrarse condescendientes con todas las reformas que proponía el Ejecutivo, y a los perredistas les habría perjudicado apoyar públicamente la privatización petrolera. Era importante para estas dos tropas de actores que no los identificaran como aliados del PRI, o sometidos al señor presidente.
Todo mundo gritó pero al final nada pasó, a la hora de la hora el distractor no era el mundial como miles aseguraron, sino la oportunidad de patalear como feroces combatientes sin poner en riesgo las reformas.
El director de la obra sabía que no necesitaba engañar al público, aunque sí logró convencer a los actores de que sus berrinches podían cambiar algo. Por eso, en este nuevo género teatral, lo más divertido fue el esfuerzo de los malos histriones por parecer profesionales, como en las películas de Juan Orol. Todo el público se divirtió con sus malas ocurrencias, porque es bien sabido que regresamos al “lo que usted diga señor presidente”.
Distribuidos los papeles, todo fue seguir el guion hasta el clímax y su desenlace. Se debían descubrir los enredos y había llegado el momento de someter a las grandes televisoras y demás empresas mediáticas. Pero en ese momento los tres grupos se negaron a desarrollar sus papeles.
Mientras unos exigieron respeto a su individualidad, dejando a un lado el protagonismo colectivo, otros, corrida la voz de que Slim se preocupaba por cierta tendencia de las reformas, no quisieron quedar mal con él. Entonces se hizo el desbarajuste de los equipos, tuvieron que regresar al sagrado argumento “¡A votar, a votar!” y ya Slim, Azcárraga y Salinas deberán ponerse de acuerdo más adelante sobre el pastel de las concesiones.
En fin, fue divertido verlos desgañitarse para hacernos creer que tenemos parlamento aunque siguen siendo vedettes de carpa que cobran demasiado por tan malas actuaciones. Pero reitero que esta mala comedia terminó en tragedia, porque al final el pueblo quedó peor de lo que estaba.
La reforma laboral sólo ha precarizado el trabajo asalariado. No se ha dado alguna explosión de nuevos empleos ni han surgido infinidad de oportunidades para impulsar la economía. Al final del año, los obreros mexicanos son los que trabajan más horas por menos salario entre los países que integran la OCDE.
La reforma fiscal no disparó la creación de negocios, ni corrió el oro por las calles mediante enormes inversiones públicas. El PIB previsto sufrió una caída real y las explicaciones de por qué pasó son más absurdas que los discursos de los senadores.
La educación no sufrió un cambio espectacular en la calidad esperada, no se ha terminado con los comisionados, la corrupción del sindicato o la rebeldía de Oaxaca. Sólo descubrimos que hay un joven exageradamente inteligente en San Luis Potosí.
Descubrimos que la gasolina va a seguir subiendo de precio, aunque (tal vez y a lo mejor) para el 2025 empiece a bajar. Sin embargo el hoyo fiscal que dejará la falta de las aportaciones de Pemex se tendrá que pagar, o con más impuestos para los contribuyentes, o disminuyendo la calidad de servicios como el de los refugios de niños en situación extraordinaria, similares al de Mamá Rosa.
La Televisión seguirá siendo propiedad de los dos grandes grupos, pero Slim logrará ser el tercero cuando garantice que sus emisiones seguirán manteniendo a los mexicanos como los describió Azcárraga. Los grandes ingresos para las empresas aún serán las campañas anticipadas de los gobernadores y políticos con dinero para promover su perfil.
A fin de cuentas, seguiremos siendo el país que ofrece las mejores oportunidades de inversión al empresariado extranjero.
¡Viva México!