La Poesía casi siempre está ahí

04/06/2014 - 12:00 am

Bajar por Calvario, la calle empedrada que proviene del centro de Tlalpan y en la esquina de Insurgentes y Fuentes brotantes, abordar el Metrobús. Buscar un lugar que evite quedar en medio del subir y bajar de cada estación y de pie no estorbar. Alcanzar una mini horca donde la mano se ajusta para permitir que el brazo mantenga en equilibrio al cuerpo. Pararse en el lugar donde los vagones se unen: el piso que asemeja las arenas movedizas de la pubertad. Por las ventanas se aprecia el umbral de la Villa Olímpica; los basamentos prehispánicos de Cuicuilco y aquellas esculturas del Camino de la Amistad que perduran como restos de un parque imaginario que se resiste a desaparecer. El vaivén del Metrobus testimonia los abultados vientres de nuestra obesidad colectiva y nacional. El silencio que reúne a los desconocidos en los estrechos vagones se disipa al paso de las cuadras, con los cuchicheos de las parejas y amigos que no se vencen a la soledad; cuidan, tal vez sin saberlo, el fuego cierto de lo humano.

El Parque Hundido como una postal sepia de la infancia, es un destello colmado de verdes. Ahí se experimentaron las primeras bicicletas de montaña, cuando todavía no se inventaba su prototipo y los pilotos eran adolescentes y niños de las nuevas colonias que aparecían a su alrededor. Un hombre mayor con sus gruesos lentes me mira como si en su silencio obligadamente compartido pudiéramos recitar para nuestros adentros:

Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte contemplando

como se pasa la vida,

como se viene la muerte tan callando,

cuán presto se va el placer,

como, después de acordado, da dolor

como, a nuestro parecer

cualquier tiempo pasado fue mejor.

Uno de los poemas fundacionales de la lengua en español, Las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre…mientras resuenan los versos miramos la pantalla de televisión con cierta extrañeza, las palabras y las imágenes se han separado; sin decirnos, pareciera que sabemos lo mismo, llevamos este abismo, le pertenece al siglo XXI.

El sueño todo, en fin, lo poseía:

todo, en fin, el silencio lo ocupaba.

El Primer Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, antes de cruzar División del Norte, al dejar atrás la tortería donde trabajo un mesero cuya pasión eran los toros y llego a novillero hasta la cornada de aquella tarde que lo tuvo al borde de la muerte y sus sueños se hundieron en su dolor interior que cicatrizó entre el humo de los cigarros, cuando aquello aún era permisible como el mural del Teatro de los Insurgentes… hombres necios… al que le faltó agregar y cabrones, pero, las palabras también tienen su tiempo aunque suelen adelantarse, como presagios, sobre todo en el género poético que no disputa ningún derecho, pues los tiene todos desde su origen: aliento de eternidad.

Nada perdura, oh, nubes, ni descansa

Cuando en una agua adormecida y mansa

su rostro se aventura…

En el estrujante laberinto de su alma poética Jorge Cuesta encontró su Canto a un dios mineral; el hombre de gruesos lentes afirma con el movimiento de su cabeza, como si escuchara esta voz interior.

Que extrañó hay una patente libertaria en este viaje por Insurgentes será el centenario de aquel 1914, el de la Convención de Aguascalientes, el de los nacimientos de Efraín Huerta, José Revueltas, Octavio Paz, el Dr. Salvador Nava, huellas libertarias en sus biografías y en el Metrobús, que se aproxima a esa glorieta que no encuentra su tono urbano y en su confusión se vierten subterráneas pulsaciones que buscan emerger, salir a la superficie antes de la avenida Juárez, que trazó en sus líneas, Efraín Huerta:

Todo parece morir, agonizar,

todo parece polvo mil veces pisado.

La patria es polvo y carne viva, la patria

debe ser, y no es, la patria

se la arrancan a uno del corazón

y el corazón se lo pisan sin ninguna piedad

Cuantas pisadas, cuanto polvo, cuántos puestos, en esta glorieta que no termina de expresarse, que parece haber extraviado su emblema donde convergen los 4 rumbos y se bifurcan los caminos. Si Octavio Paz se liberará del bronce tan temido que inmoviliza a la misma memoria y en la Glorieta de los Insurgentes se escuchara:

un Sauce de cristal, un chopo de agua,

un alto surtidor que el viento arquea,

un árbol bien plantado más danzante,

un caminar de río que se curva,

avanza, retrocede, da un rodeo

y llega siempre:

un caminar tranquilo

de estrellas o primavera, sin premura,

agua que con los párpados cerrados

mana toda la noche profecías,

unánime presencia en oleaje,

ola tras ola hasta cubrirlo todo,

verde soberanía sin ocaso

como el deslumbramiento de las alas

cuando se abren a mitad del cielo

Un buen homenaje seria ese; encontrar en sus metáforas el emblema para una glorieta: un árbol agua, lluvia, luz, un árbol cuya fresca sombra al pasar de los años, dejara al viento ir: la piedra de sol de su voz interior.

Dejo el Metrobús y miro en el vidrio la imagen del hombre de gruesos lentes desaparecer, sin saber quién era a pesar de parecerme tan familiar.

Desde mis ojos insomnes

mi muerte me está acechando,

me acecha, sí, me enamora

Con su ojo lánguido.

¡Anda puntilla de rubor helado,

Anda, vámonos al diablo!

Paz ya bailó esos pasos que entonó José Gorostiza en el cráter creciente de la ciudad, por eso no está de más en esa explanada sembrar el árbol de la POESÍA y cuidarlo día y noche, como debe ser.

en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas