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Tomás Calvillo Unna

28/05/2014 - 12:00 am

LAS HUELLAS DE TODOS LOS DÍAS

Todo objeto es una huella cultural: un alfiler de aluminio, un prendedor de plástico, un cepillo de dientes eléctrico, un reloj de mano, el original y el falso, una lavadora, una pluma, el balón de fútbol, la vasija, el pañuelo. En cada uno se contiene su era y sus trucos. Aislados y cambiados de lugar […]

Todo objeto es una huella cultural: un alfiler de aluminio, un prendedor de plástico, un cepillo de dientes eléctrico, un reloj de mano, el original y el falso, una lavadora, una pluma, el balón de fútbol, la vasija, el pañuelo. En cada uno se contiene su era y sus trucos. Aislados y cambiados de lugar pueden transformarse en cosas indescifrables, pero aun así con paciencia, observación y estudio podemos escuchar el eco de su mundo. Aun los objetos de hoy en día cuya durabilidad se acorta cada vez más para permitir la sobrevivencia de un sistema económico creativo e insaciable, nos muestran sus invisibles coordenadas de poder.

Por ejemplo: celulares, tablas electrónicas, compus, conllevan las arduas tareas de la minería y sus hilos de sangre de una economía sustentada en la extracción desmedida al igual que en el talento e invención que, más temprano que tarde, hará inviable la elección civilizadora en la que viajamos.

Los hoyos negros del planeta se multiplican y no son misterios del universo sino tragedia de las ambiciones y los imperios y de una cierta angustia que palpita en nuestra certeza de finitud.

Los objetos han perdido densidad, menos pesados, nos hunden más en el consumo imparable que es la madre de las adicciones de nuestra sociedad contemporánea;  expresan el instinto de poseer, de ser dueños de algo o de alguien, un poder invertido que impera y muchas veces nos ciega.

Objetos más ligeros que aparentan ocupar menos espacio, no obstante están presentes en un territorio inmenso, el de nuestras mentes que disputan e incluso pretenden enajenar por completo.

Hay una guerra, ya no tan silenciosa y la está ganando quien domina el espacio virtual, el de la imagen y el de una química que es el alfabeto de toda hegemonía expresada en conductas, deseos y más apegos. No medimos aun el costo de estas batallas y sus consecuencias, sin embargo sus efectos irrumpen en nuestra cotidianidad y la modifican velozmente.

La política es un buen ejemplo de ello: la percepción pretende aniquilar la realidad, e intenta sustituirla anulando las dimensiones complejas y profundas que la caracterizan, reduciéndola a una superficie medible y manipulable. Las campañas políticas suelen ser el escenario predilecto para ello, ahora dichas campañas determinan la razón de ser de los actores políticos y marcan el ritmo de la democracia. En estos escenarios los partidos políticos son franquicias de productos de consumo que no representan valores o algo que se le asemeje, sino intereses que son vías para acceder a ciertos espacios de administración de esa maquinaria que comienza a mostrar signos graves de caducidad. Cada uno de ellos acomoda a sus ejércitos del mismo lado, para permitir que la matriz maltrecha del viejo estado nación, continúe con un poco de oxígeno y termine así de operar un cambio de era, donde el estado es ya una huella cultural de la abdicación de la política como espacio de representación ciudadana.

La política se ha descarnado, ya no tiene tiempo, está atrapada en la fugacidad del mundo de las percepciones y sometida a la cultura de un poder que domina los circuitos de la comunicación virtual. El mercado mismo, que es el alma del presente, se despoja de su tradicional geografía y gravita entorno a unas cuantas concentraciones de riqueza material que se disputan, sin importar lenguas o tradiciones, el control de los flujos del dinero a través de la oferta de adicciones legales e ilegales. En este sentido volver a leer a maestros como Gandhi, además del infaltable Maquiavelo y otros clásicos, no está de más para hacerse de buenas herramientas y saber que todavía es posible cultivar y crecer la libertad desde adentro e intentar que el príncipe recapacite y entienda que sin el pueblo no hay reino que se mantenga en pie.

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