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Benito Taibo

27/04/2014 - 12:00 am

Apuntarse a un bombardeo…

La frase que da título a la columna de hoy, se usa habitualmente cuando alguien, sin medir las consecuencias le entra a todo, a ojos cerrados y casi sin enterarse de que va la cosa. Déjenme poner un ejemplo: Un par de personas en una fiesta hablan entre sí. -El crack (la droga, no el […]

La frase que da título a la columna de hoy, se usa habitualmente cuando alguien, sin medir las consecuencias le entra a todo, a ojos cerrados y casi sin enterarse de que va la cosa.

Déjenme poner un ejemplo: Un par de personas en una fiesta hablan entre sí.

-El crack (la droga, no el grupo literario) no es tan malo como dicen.

-A mí me da miedo, yo no lo he fumado nunca.

-¡Anímate, tengo en el coche, nos vamos a poner a toda madre, es un super viaje!

Y el tercer personaje, que pasa casualmente por allí, tan sólo escucha “es un super viaje”. Y, apuntándose a un bombardeo, alegremente, a tontas y locas, pensando que no lo quieren llevar a esa aventura extraordinaria que planean esos dos que apenas conoce, dice:

-¡Yo también voy, no sean hojaldras!

Los dos primeros lo intentan hacer desistir, pero el camarada se empecina.

-¡Claro, siempre me marginan, no se puede contar con ustedes para nada, que mala onda!- Y terquea hasta que los que conversaban se hartan y lo llevan al coche.

A fumar crack.

Apuntado al bombardeo y sin poder dar un paso atrás a riesgo de ser incluso golpeado, el metiche, con ojos desorbitados, muerto del susto, fuma de la pipa que le pasan una y otra vez.

La semana pasada murió García Márquez. Noticias MVS, subió a su página de internet una foto maravillosa del Palacio de Bellas Artes rodeado de mariposas amarillas. Y escribió en el pie de foto: “Al finalizar el homenaje luctuoso al escritor Gabriel García Márquez (1927-2014), miles de mariposas amarillas de papel que llenaron el cielo de la explanada del Palacio de Bellas Artes”.

Es cierto que la redacción deja bastante que desear, y sin embargo, queda clara ¿no?

Pues no.

Instantes después comenzaron a aparecer los que se apuntan habitualmente al bombardeo y comenzaron, después del primer embate suicida, a dejar para la posteridad sus inflamadas quejas.

Todo comenzó con uno que escribió (textualmente): “Se ve bonito pero espero los derechos de los animales se apliquen fueron cientos de mariposas que moriran La peor masacre de mariposas ya con los petalos era suficiente. Excelente escritor hasta ahí…”

Y yo, me dije a mí mismo: No debió haber leído lo de “mariposas amarillas de papel”.  Obvio.

Pero, como decía mi abuela, “para rascar no hay más que empezar”, así que los indignados defensores de las mariposas amarillas de papel, siguieron lamentándose de la masacre:

“Hermoso fuera que leyeran todas sus obras, no el sacrificio de estos especímenes fuera de su hábitat!”

Y otro, y otro más.

“Cierto, cuantas mariposas murieron al atraparlas, el tiempo que estuvieron en cautiverio y a su salida…  a donde se dirigieron en esa gran ciudad de México… o les ensenaron el camino a su habitat ..?”

Y así, un montón de replicantes que ya ni siquiera leían el pie de foto. Acaso la última frase escrita líneas arriba, pero que solidarios y frenéticos, exigían  airadamente que rodaran las cabezas de los responsables del maripocidio.

Tan fuerte y sonoro fue el clamor, que por momentos me sentí tentado a ir corriendo al asfalto de la Avenida Juárez, a recoger a todos los lepidópteros caídos, e intentar por cualquier medio, volverlos a la vida.

Pero haciendo un esfuerzo me contuve. Y recordé que decía claramente: “mariposas amarillas de papel”, con lo cual mi alma descansó.

Me pregunto, y pregunto a ustedes, amigos, ¿por qué leemos lo que se nos antoja y no lo que está escrito?

¿Será que las justas causas nos obligan a sumarnos al bombardeo, sin ni siquiera  tener conciencia clara de a quién o a qué bombardearemos?

Y recordé un famoso cuestionario que se aplicaba hace algunos años para medir los niveles de comprensión lectora.

La primera línea rezaba:

Tiene usted cinco minutos para resolver el siguiente cuestionario. Escriba su nombre en la parte superior de la hoja. Antes de escribir las respuestas, lea atentamente todas las preguntas, hasta el final. Recuerde, no conteste nada antes de leer.

Y seguían, numeradas, una serie de operaciones matemáticas básicas, e incluso te pedían hacer algún pequeño dibujo.

La última frase del cuestionario decía:

Tan sólo ponga su nombre, como se le indicó, y devuelva la hoja al profesor.

Siete de cada diez personas, sabiendo que tan sólo les daban cinco minutos para resolver el cuestionario, iban obsesivamente contestando todas las preguntas, rápidamente.

Confieso que yo también caí en la trampa.

Pero nunca jamás después de aquella vez.

-¿Quién mató a las mariposas?

-Fuenteovejuna, señor.

-¿Y quién es Fuenteovejuna?

-Todos a una…

Pero debo aclarar en mi descargo, que los que se apuntaron al bombardeo mediático, fueron los que comenzaron la masacre, señor.

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