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Ricardo Raphael

25/04/2014 - 12:00 am

Nuestro problema de comunicación

Arde Troya en Tenochtitlán con la nueva ley de telecomunicaciones y radiodifusión. No se había experimentado tanta vibra intensa con otros temas. Francamente valoraba como más inflamables asuntos como la legalización del aborto, la despenalización de las drogas, los desaparecidos de la guerra contra el narco o las Muertas de Juárez. Y sin embargo, en […]

Arde Troya en Tenochtitlán con la nueva ley de telecomunicaciones y radiodifusión. No se había experimentado tanta vibra intensa con otros temas. Francamente valoraba como más inflamables asuntos como la legalización del aborto, la despenalización de las drogas, los desaparecidos de la guerra contra el narco o las Muertas de Juárez. Y sin embargo, en México pocas cosas nos convocan con mayor fuerza que nuestro problema de comunicación.

Echando marcha atrás con las manecillas del reloj cabe recordar que el expediente más interesante de la campaña presidencial en el 2012 fue este mismo. Hasta antes de que tomara vuelo el movimiento #YoSoy132, aquel proceso comicial andaba alicaído, tan aburrido como chupar un clavo oxidado.

Gracias a Enrique Peña Nieto cambió el escenario. Cuando acudió a la Universidad Iberoamericana, los alumnos aprovecharon para cuestionar su candidatura. Al equipo de campaña del priista se le salieron las cosas de control y el actual presidente vivió un momento humillante.

Sin embargo, la prensa mexicana, sobre todo la televisión, escondió el hecho. Por la noche los noticiarios estelares guardaron o maquillaron una nota que en otro país democrático habría sido la principal.

Al tiempo que esto ocurría, los jóvenes priistas fabricaron y difundieron un video malintencionado y mentiroso para denunciar como impostores a los alumnos de la Iberoamericana que participaron en el evento.

Lo demás es historia. Si bien el movimiento #YoSoy132 fue muchas cosas, en esencia significó un grito generacional para reclamar la relación inadecuada, corrupta y mafiosa entre los principales medios del país y el poder político. Dicho con menos palabras: se trató de una denuncia masiva sobre los problemas de comunicación que tiene la sociedad mexicana.

Un reclamo en contra de la asimetría de la información, del silencio sobre asuntos que habrían de ser públicos, en contra de la concentración de la propiedad en la radiodifusión y las telecomunicaciones, de la producción masiva de contenidos chatarra, en contra de la insensibilidad de los mayores con respecto a las formas que tienen los más jóvenes para comunicarse, en contra del México transmitido en blanco y negro que aún no termina de morir.

Aún si funcionó muy bien la campaña de desprestigio instrumentada para derrumbar al #YoSoy132, es innegable que todas las partes involucradas en su génesis – incluido Peña Nieto y la Televisora que lo protegió – aprendieron su respectiva lección.

Que no se equivoquen los ultra expertos en telecom, ni los hiper interesados en jalar agua para su molino. La expectativa que la sociedad mexicana tiene sobre la ley que ahora se discute está relacionada con una preocupación que va más allá de modernizar al sector.

Lo que se está exigiendo es que esta norma se haga cargo de democratizar la manera como las y los mexicanos nos comunicamos: los canales, los instrumentos, los dispositivos, las herramientas, el acceso a la información y a la expresión, la participación social y todo lo que tenga que ver con nuestra conexión hacia el espacio público, y también dentro del espacio privado, cuando este último ocurre a partir de las redes sociales.

Si continúa coagulando la idea de que la iniciativa presidencial no va a ampliar libertades y derechos, la oposición que va a enfrentar desde la ciudadanía será grande. No me refiero aquí a la réplica que los señores Slim o Azcárraga puedan imponer, tampoco a la de sus competidores del segundo circulo (Telefónica, MVS, Nextel y decenas de etcéteras).

Se trata de una oposición más involucrada y más seria, porque quienes formamos parte de ella no solo nos jugamos intereses económicos, sino algo a la postre algo más grave: la manera como vamos a construir sociedad durante el ciclo que nos reste de vida.

Si esta ley crece o mantiene barreras injustas en contra de la comunicación y la conexión de las personas, si prevé mecanismos autoritarios, tiránicos o arbitrarios, si mantiene en mano de unos cuantos la capacidad de comunicar y ser atendido, el rechazo a la ley será incalculable.

El #YoSoy132 – sus motivos y sus causas – hizo virar el rumbo de las campañas presidenciales del 2012. Esta nueva discusión, tan parecida, puede tomar un rumbo similar. México tiene una seria crisis de comunicación que esta ley no va a resolver pero sí podría significar, al menos desde el punto de vista político, el primer paso para despejarla. Esa es la expectativa, nada más, pero tampoco nada menos.

Ricardo Raphael
Es periodista. Conductor de televisión.
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