Francisco Ortiz Pinchetti
27/03/2014 - 12:00 am
El (verdadero) Mixcoac de Octavio Paz
No se vale. El error pudiera ser intrascendente si no se refiriera a un personaje mayor de las letras hispanas y tal vez la mente más lúcida y brillante de nuestro siglo Veinte, cuando menos. No sería tan grave si no hiciera equivocada alusión al lugar de su nacimiento, hace justamente 100 años, y si […]
No se vale. El error pudiera ser intrascendente si no se refiriera a un personaje mayor de las letras hispanas y tal vez la mente más lúcida y brillante de nuestro siglo Veinte, cuando menos. No sería tan grave si no hiciera equivocada alusión al lugar de su nacimiento, hace justamente 100 años, y si no hubiera permeado entre políticos, periodistas, funcionarios, académicos e intelectuales, incluidos algunos de sus más cercanos discípulos. Tampoco tendría importancia mayor si no fuera ese barrio, Mixcoac, tan entrañable y tan significativo en la vida y en la obra del poeta. Y no sería tan preocupante si la pifia no hubiese llegado ya a la tribuna del Congreso mexicano y fuese asentado ¡en un dictamen aprobado por la Cámara de Diputados y en un decreto emitido por el Senado de la República!
“Yo no nací en Mixcoac”, escribió textual el propio Octavio Paz como si quisiera aclarar la mentira repetida hasta la saciedad, en un hermoso texto sobre el pueblo en el que, efectivamente, no nació. El escrito, que así comienza, es parte de una recopilación realizada por Guillermo Sheridan y Gustavo Jiménez Aguirre y publicada en el diario Reforma el 6 de abril de 1994 con motivo de los 80 años del escritor. Ese material denota el cariño y la devoción que Paz tenía por el barrio en el que, como él lo confirma, pasó su niñez y partes de su adolescencia y juventud y que sin duda lo marcó para toda la vida.
El lugar exacto donde efectivamente nació nuestro único Premio Nobel de Literatura (1990) pocos lo saben: Octavio Paz Lozano nació el 31 de marzo de 1914 en la casa donde vivían sus padres, en la calle Venecia número 14 de la colonia Juárez, en el centro de la capital mexicana, muy cerca del edificio que ocupaba el periódico La Patria, fundado y dirigido por don Ireneo Paz, su abuelo paterno, y en el que también trabajaba su padre. Venecia es una pequeña y escondida calle de sólo una cuadra, ubicada entre Liverpool y Marsella, cerca de la avenida Chapultepec. Hay inclusive una referencia periodística sobre el feliz acontecimiento, como entonces se decía, publicada en el mencionado rotativo el 1 de abril de 1914, al día siguiente del nacimiento. Ponía la nota de La Patria: “Con toda la felicidad (en su domicilio de Venecia 14, en la colonia Juárez) tuvo esta mañana su primer alumbramiento (doña Josefina Lozano) la esposa del licenciado Octavio Paz (Solórzano) hijo de nuestro director, dando a luz un robusto infante”.
Sin embargo, en el dictamen emitido por la Cámara de Diputados el pasado 26 de febrero para solicitar que se declarase este 2014 como Año de Octavio Paz con motivo del centenario de su nacimiento –que se cumple el lunes próximo– se asentó: “El 31 de marzo de 1914, hace cien años, en el antiguo pueblo de Mixcoac, nace el distinguido e ilustre escritor mexicano Octavio Paz, quien constituye el intelectual mexicano de mayor influencia a nivel internacional durante la pasada centuria y cuyas reflexiones sobre la sociedad mexicana de ayer y hoy serán siempre un referente para conocer nuestra idiosincrasia y cultura” (sic). Ese mismo párrafo fue avalado palabra por palabra por las comisiones unidas de Cultura y de Estudios Legislativos Segunda de la Cámara de Senadores e incluido textualmente en el decreto respectivo. La Comisión de Cultura es presidida por la priista María del Socorro Alcalá Ruiz y sus secretarios son el panista Javier Lozano Alarcón y el hoy perredista Manuel Camacho Solís. La segunda de Estudios Legislativos es encabezada por Alejandro Encinas, del PRD y son sus secretarias Verónica Martínez Espinoza, del PRI, y María del Pilar Ortega Martínez, del PAN. Todos ellos firmaron el decreto con todo y la pifia, que fue por cierto reproducida tal cual en el boletín de prensa número 330 emitido por la dirección de Comunicación Social del Senado de la República el 13 de marzo de 2014, en el que se asienta que “con 79 votos a favor, el Pleno del Senado de la República aprobó declarar el año 2014 “Año de Octavio Paz” y “Año del Bicentenario de la Promulgación de la Constitución de Apatzingán”, y que “A partir de la entrada en vigor del presente decreto, toda la correspondencia oficial del Estado deberá contener al rubro o al calce la siguiente leyenda: “2014, Año de Octavio Paz”.
En el texto rescatado por Sheridan y Jiménez Aguirre, Paz refiere que “apenas tenía unos meses de edad cuando los azares de la Revolución nos obligaron a dejar la ciudad de México; mi padre se unió en el sur al movimiento de Zapata mientras mi madre se refugió, conmigo, en Mixcoac, en la vieja casa de mi abuelo paterno, Ireneo Paz, patriarca de la familia”. Y luego se refiere así a su amado barrio adoptivo: “Mixcoac es ahora un suburbio más bien feo de la ciudad de México, pero cuando yo era niño era un verdadero pueblo. El barrio en el que yo vivía se llamaba San Juan y la iglesia, una de las más viejas de la zona, era del siglo XVI. Había muchas casas del XVIII y del XIX, algunas con grandes jardines, porque a finales del diecinueve Mixcoac era un lugar de recreo de la burguesía capitalina. Las vicisitudes de aquellos años habían obligado a mi abuelo a dejar la ciudad y trasladarse a la casa de campo. Los fuegos artificiales fueron parte de mi infancia. Había un barrio donde vivían y trabajaban los maestros artesanos de ese gran arte. Eran famosos en todo México. Cada año armaban los ‘castillos’ para celebrar la fiesta de la Virgen de Guadalupe y las otras fechas religiosas y patrióticas del pueblo. Cubrían la fachada de la iglesia con una cascada incandescente. Era maravilloso. Mixcoac estaba vivo, con una vida que ya no existe en las grandes ciudades”.
Paz recordaba con asombrosa claridad la casa de su abuelo Ireneo, ubicada frente a la actual plaza Valentín Gómez Farías, en la esquina de Augusto Rodin y, precisamente, Ireneo Paz (aunque la Delegación Benito Juárez ha tenido el desatino de cambiar la nomenclatura de ésta última calle por la de “Irineo”, error que no se ha corregido en años). La casona es actualmente convento de las monjas dominicas, famosas por sus panes de Muerto y sus roscas de Reyes. En la semblanza que escribió en noviembre de 1996 para la edición de un libro de memorias de su abuelo, Algunas campañas (FCE), el poeta hace esta magistral descripción de la casa y su entorno:
“Uno de mis primeros recuerdos infantiles es una amplia terraza rectangular. El piso era de losetas bien ajustadas en forma de rombos blancos y azules. Tres alas de la terraza estaban bordeadas por las habitaciones, el comedor, un saloncito circular con un tragaluz, la biblioteca, la sala de esgrima y otras dependencias. La cocina, la despensa y los cuartos de servicio se alineaban atrás de la casa propiamente dicha, a lo largo de un corredor con un barandal de ladrillo rojo que colindaba con el jardín. El lado posterior de la terraza estaba abierto y lo remataba una balaustrada de poca altura; en el centro, una escalinata de seis peldaños llevaba a una glorieta. Más allá, entre prados y plantas, un senderillo que terminaba en una fuente a la japonesa, simulando un lago minúsculo rodeado de pedruscos y atravesado por un puentecillo. Más lejos aún, el círculo de los pinos, una palmera, tres fresnos y, sobre el muro de adobe, la mancha cardenalicia de un moral. En el extremo opuesto de la terraza, había dos salones silenciosos, siempre cerrados. Cada uno tenía un balcón que daba a la plazuela de San Juan: media docena de fresnos centenarios, de troncos robustos y áspera corteza; una fuente redonda y unas cuantas bancas de madera que hacía mucho habían sido pintadas de verde; una iglesia pequeña que parecía más hecha para los pájaros que para los hombres, rodeada como una tardía compensación por un atrio enorme en el que sobresalía una gran cruz de piedra, en el centro el rostro de cristo con su corona de espinas; unos portales que albergaban dos o tres tendejones. Las fachadas de dos casas cerraban por el poniente a la plazuela y le daban un aire a un tiempo señorial y melancólico: la de Ireneo Paz, construida a fines del XIX, y la de los descendientes del famoso jacobino Valentín Gómez Farías, que era de las postrimerías del XVIII. Se entraba a la casa de los Gómez Farías por un ancho y oscuro portón de madera, a cada lado un poyo de piedra gris; a la nuestra, por dos altas verjas de hierro con las iniciales entrelazadas del propietario”.
Sor Teresa, la priora del convento en 2008, nos contó que durante el sexenio de Salinas de Gortari Octavio Paz trató de recuperar la casona que fuera de su abuelo, mediante una permuta, lo que implicaba el traslado de las cerca de 70 monjas que vivían en el convento actual. “Su idea era crear aquí el Centro Octaviano, donde se preservara su memoria”, recordó la madre dominica, versión que me confirmaría luego Marie-Jo Paz, la viuda del escritor fallecido el 19 de abril de 1998. Inclusive había ya un proyecto elaborado por el arquitecto Teodoro González de León para la adecuación de la casa. Todo se frustró. El jefe del Departamento del Distrito Federal, que asumió las correspondientes gestiones, no logró conciliar a las partes sobre todo porque falló en conseguir un recinto alternativo suficientemente grande y confortable para albergar a las religiosas. Era el entonces priista Manuel Camacho Solís. Válgame.
Twitter: @fopinchetti
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