Jorge Zepeda Patterson
19/02/2014 - 12:02 am
El difícil arte de hacer mutis
Entre más veo a los denodados esfuerzos de Fox, Salinas, Zedillo y Calderón para hacer ruidito, más extraño a Lázaro Cárdenas. El general salió de Los Pinos a los 45 años de edad y vivió los siguientes 30, hasta su muerte, dedicado a promover el desarrollo de Michoacán, su estado natal. Pese a su enorme […]
Entre más veo a los denodados esfuerzos de Fox, Salinas, Zedillo y Calderón para hacer ruidito, más extraño a Lázaro Cárdenas. El general salió de Los Pinos a los 45 años de edad y vivió los siguientes 30, hasta su muerte, dedicado a promover el desarrollo de Michoacán, su estado natal. Pese a su enorme popularidad pocas veces aceptó el canto de las sirenas procedente de la Ciudad de México: a regañadientes fungió como secretario de la Defensa durante la Segunda Guerra Mundial a petición del presidente Ávila Camacho, hasta que pudo escaparse de nuevo a su terruño.
Mutis, que viene de mutitis (muévase, retírese), es el término utilizado en el teatro para avisarle a un actor que debe desaparecer de la escena. Hacer mutis, afirma el diccionario, es el acto de salir de la escena o de otro lugar de forma discreta.
Por lo visto, hacer mutis es un arte que no suelen dominar los políticos, particularmente cuando, como es el caso de un presidente, durante seis años han sido ombligos del mundo y amos del universo, por lo menos el suyo. Será la condición humana, supongo.
Algunos, como Luis Echeverría o Carlos Salinas tuvieron que ser literalmente objeto del aviso teatral: muévase, retírese. Al primero, su sucesor, José López Portillo lo mandó de embajador a las Islas Fiji, y eso porque no había una representación más distante de la Ciudad de México. Al segundo, Ernesto Zedillo lo convirtió en chupacabras y villano favorito, y terminó arrinconándolo en Dublín. Por supuesto que ambos regresaron en cuanto sus desagradecidos sucesores salieron de Los Pinos.
La ley no escrita que exige un eclipse total por parte de los ex presidentes obedece a una lógica impecable. El PRI tuvo y tiene muchos defectos pero inventó una extraordinaria forma para evitar que los generales postrevolucionarios se siguieran matando entre sí indefinidamente: uno solo de ellos gobierna con poderes casi monárquicos pero al fin de su mandato no hay reelección y su poder desaparece de forma absoluta a partir del primer minuto de su ex presidencia. Una fórmula que parecería sacada de un cuento infantil pero que, por arte de magia, otorgó una notable estabilidad a la sucesión del poder político en México durante muchas décadas.
Por eso es que provoca desazón el activismo que muestran los ex presidentes en las últimas semanas. El más obvio, aunque más inofensivo, es Vicente Fox. El tema no es que haya querido organizar una comida con sus ex colaboradores, sino que lo haya querido promover entre los medios de comunicación como un acto político cargado de significaciones (que sólo él conoce). Durante su sexenio se la pasó diciendo que ya le urgía irse a su rancho, pero desde el tercer día de su retiro y desde entonces no ceja en su afán de hacerse presente en la escena pública. Como un actor de teatro cuyo papel ha terminado pero regresa al escenario vestido ahora de camarero, ahora de ama de llaves y más tarde de cartero con tal de mostrarse ante el público. El guanajuatense es incapaz de resistir pasar frente un micrófono, el lente de una cámara o cualquier incidencia política para externa su opinión convencido, pobre, de que al resto de los mexicanos nos interesa. Fox me recuerda a un grupo de amigos que cuando estudiaban en París hacían todos los jueves la velada mexicana, dedicada a tomar tequila, a envolverse en sarapes y cantar rancheras nostálgicas para soportar la pena de estar tan lejos. Mismos amigos que a su regreso a México se juntan los sábados a tomar vino de Burdeos, baguetes con quesos brie y camembert, y a escuchar canciones de Edith Piaf para revivir la incomparable experiencia de haber residido en París.
Ernesto Zedillo desapareció del país tan pronto terminó su sexenio pero cometió un error imperdonable. Se vinculó a la empresa ferroviaria Union Pacific, una de las dos concesionarias que dejó la privatización de los ferrocarriles impulsada desde la presidencia por… Ernesto Zedillo. Un conflicto de intereses inexplicable en un funcionario que se caracterizó por su discreción. Peor aún, ahora que se debate la posibilidad de quitar el monopolio exclusivo a las dos concesionarias, no es un espectáculo amable ver a un ex presidente convertido en cabildero de la transnacional. Como diría el buen Juanga, “pero qué necesidad”.
Carlos Salinas se fue durante un sexenio pero nunca estuvo ausente. En los últimos doce años ha sido un titiritero trabajando a favor del regreso del PRI al poder. Quizá tiene menos influencia de la que se le atribuye, pero sigue siendo un hombre de poder tras bambalinas. Su intervención en la difusión de los videos de Ahumada para perjudicar a Andrés Manuel López Obrador fue decisiva en su momento. Se afirma que él es el principal impulsor del proyecto de ley para quitarle la exclusividad a las empresas ferroviarias tan cercanas al corazón de Zedillo.
De las intervenciones ex presidenciales sin duda la más dañina es la de Calderón. Particularmente para su partido. El michoacano quiere seguir siendo influyente a través del PAN, al que llegó a controlar desde Los Pinos. El actual presidente del partido, Gustavo Madero, ha intentado sacudirse la sombra calderonista pero no le ha sido fácil: antes de salir, el ex presidente colocó a muchos funcionarios y legisladores que ocupan posiciones de poder en el PAN. Comparto la opinión de los que creen que el partido no volverá a ser una fuerza atractiva para el electorado hasta que recupere la autonomía de sus procesos internos, se reconcilie con sus bases y se sacuda el control de la cúpula calderonista.
Hoy vi el mapa de las Islas Fiji: son muchas, pero están divididas en cuatro sectores. Digo, uno por ex presidente.
@jorgezepedap
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