Arnoldo Cuellar
23/01/2014 - 12:00 am
Villarreal: el triunfo del cinismo en el otrora partido de la decencia
La fragilidad de las convicciones éticas de los panistas de nueva generación, quizá más que las democráticas, constituye la principal razón de la quiebra de ese partido político, ocurrida justo en el momento de su mayor triunfo: al conquistar la presidencia de la República. Al llegar al poder, en sus diversos niveles, los nuevos militantes […]
La fragilidad de las convicciones éticas de los panistas de nueva generación, quizá más que las democráticas, constituye la principal razón de la quiebra de ese partido político, ocurrida justo en el momento de su mayor triunfo: al conquistar la presidencia de la República.
Al llegar al poder, en sus diversos niveles, los nuevos militantes del partido que mantuvo vigente la crítica en contra de la antidemocracia, el corporativismo y la deshonestidad priista, optaron rápidamente por usar sus nuevas posiciones para hacer, exactamente, aquello que fue el motivo central de la crítica que ejerció el PAN en su largo peregrinaje opositor.
Y aunque no fueron todos los que cayeron en las redes del uso corrupto del poder, la mayor parte de quienes no lo hicieron optaron por callarse y evitar meterse en problemas, lo que quizá fue peor.
Un ejemplo de ello es el actual coordinador parlamentario de Acción Nacional en la Cámara de Diputados, Luis Alberto Villarreal, el campeón de los moches y el gran inventor de una corrupción mecanizada e industrializada utilizando las asignaciones de presupuestos anuales a municipios y estados.
La proclividad de Villarreal por la corrupción y el empleo del poder como mecanismo de enriquecimiento personal no es una novedad, por lo menos en Guanajuato, donde se conocen sus trapacerías desde que ejerció como alcalde de San Miguel Allende, entre 2003 y 2006, justo durante el gobierno de Vicente Fox, el primero de la alternancia.
Ya Zona Franca ha exhibido desde hace tiempo la forma obscena en que creció el patrimonio de la familia Villarreal en ese lapso, con la adquisición de decenas de lotes en algunos de los fraccionamientos más lujosos de San Miguel Allende, muchos de ellos autorizados para desarrollarse en la administración de Luis Alberto Villarreal.
Fue a través de su hermano Ricardo, en esa época un estudiante universitario, que se escrituraron 28 lotes del fraccionamiento Los Garambullos, entre otros. A la postre, esos mismos predios formaron el capital inicial con el que se invirtió en otro negocio, obtenido a través de licencias logradas por tráfico de influencias: el Grand Casino de León.
Con antecedentes como el uso de las facultades municipales de forma discrecional para cobrar los favores con terrenos y el tráfico de relaciones en un gobierno federal de su mismo signo para un negocio en el filo de la legalidad, donde incluso hubo que cerrar áreas de juegos de azar que abiertamente violaban las normas vigentes a las pocas semanas que detonó el escándalo, a nadie puede espantar el papel que ostenta hoy Villarreal como el principal sicario económico del grupo en torno a Gustavo Madero.
Lo que sí extraña es que panistas que ni de lejos tienen las mismas características de corrupción y venalidad de Villarreal se conviertan en sus aliados coyunturales en este momento, obnubilados por el poder que ostenta el sanmiguelense y que, según el criterio de estos ingenuos, los puede favorecer en sus aspiraciones políticas.
Es el caso de los diputados federales Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, Beatriz Yamamoto, Elizabeth Vargas y Juan Carlos Muñoz, quienes ya ven en Villarreal a un posible apoyo para sus ambiciones futuras, razón por la cual omiten cuidadosamente cualquier señalamiento crítico ante el escándalo del tráfico de comisiones derivado de los presupuestos destinados a obra pública en los municipios de todo el país gobernados por panistas.
Rodríguez Vallejo se ostentaba como un militante con sangre nueva y ganas de componer los errores de su partido. Hoy, a la vera de Villarreal como uno de sus apoyos para buscar una eventual candidatura a la alcaldía de León, se ve que no tiene madera para encabezar la rebeldía contra la corrupción en su partido. Será más de lo mismo.
Juan Carlos Muñoz, un empresario de polendas, integrante de una familia trabajadora y prospera, parecía un buen prospecto para ingresar al servicio público no para repetir los vicios de los políticos profesionales, son para aportar las virtudes del trabajo duro y la solvencia administrativa. Su silencio ante lo que ocurre con el manejo corrupto de Villarreal deja mucho que desear.
Parece el mismo caso de Beatriz Yamamoto y de Liz Vargas: mujeres empresarias que no parecían tener necesidad de las componendas de la política. Muy rápido han mostrado que no tienen ni el valor ni los instrumentos para aportar oxígeno a la emponzoñada atmósfera que dejó la pérdida de la presidencia de la República en el PAN.
Por los suelos, como si hiciera falta, queda también Juan Manuel Oliva, el ex gobernador de Guanajuato que pactó con Villarreal en un ejercicio de crudeza política cuando debió enfrentar la rebelión de Fernando Torres Graciano. Esa alianza subsiste, con la presencia de olivistas como Alejandra Reynoso en el equipo de trabajo del coordinador parlamentario panista.
Patética resulta, también, la defensa del líder panista en Guanajuato, Gerardo Trujillo, quien ante los señalamientos derivados de la grabación del alcalde de Celaya Ismael Pérez Ordaz, informando a su cabildo de la exigencia de pago con la que está siendo presionado, sólo atina a decir: “nunca nadie mencionó a Villarreal”, sin importarle la gravedad de la situación que detona en una administración a final de cuentas panista.
Más triste aún, es el papel de Ricardo Alfredo Ling Altamirano, líder panista en León, quien con un retórica digna de los años de la guerra fría sale a culpar al PRI de filtrar grabaciones, sin importarle lo que contienen esas grabaciones. Sólo falta que diga que la corrupción panista también… es culpa del PRI, por poner el mal ejemplo.
En medio de este panorama y de la escasa indignación que despierta entre los panistas el hecho de que el virus de la corrupción, que tanto le señalaron al PRI el siglo pasado, habite ahora felizmente entre sus filas, a la vuelta del tiempo quedará claro que el mayor daño al que muy probablemente haya sido el partido político más consistente en la historia del México moderno no fue tanto por la existencia de una minoría de militantes corruptos, como por la tibieza de la gran mayoría de sus integrantes que, sin vergüenza y sin decoro, aceptaron la corrupción entre sus filas y trataron a los corruptos con respeto e incluso con consideración.
Muy seguramente Luis Alberto Villarreal no tendrá futuro político tras dejar la Cámara de Diputados, pues incluso su protector, Gustavo Madero, estará necesitado de tirar lastre si, como todo apunta, logra su objetivo de mantenerse en un segundo mandato al frente del PAN.
Será, eso sí, un ex político con una holgada situación económica que podrá dedicarse a sus aficiones, como la lidia de toros. El daño a su partido, en cambio, apenas empieza, aunque en eso quizá no vaya a tener tanta responsabilidad como quienes lo solaparon con su silencio, su incuria y su simulación.
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