Michoacán ¿qué nos ha pasado a los mexicanos? ¿tenemos remedio?

14/01/2014 - 12:00 am

Veo las fotografías y vídeos de Michoacán y me asusto. ¿Qué niveles de corrupción y contaminación en la vida de los michoacanos, los llevó a ese extremo?

Cuanta impunidad, injusticia, abusos, se sucedieron por parte de los carteles de la droga (con la consabida tolerancia de los gobernantes),  sobre los ciudadanos de ese Estado, para que personas jóvenes, económicamente activas, con negocios o labrándose un futuro, arriesguen el todo por el todo, que es lo único irrecuperable: la vida para rescatar la paz comunitaria por sí mismos.

Esto es inusitado en la guerra contra la violencia delictiva, que se ha dado en muchas ciudades y regiones del mundo.

En Palermo Italia, la participación ciudadana fue masiva, y muy activa, movilizaciones enormes desde las universidades, pero quienes estaban al frente del  combate a los delincuentes eran los jueces instructores y los policías que habían sufrido una especie de epifanía, que los ubico en la defensa del Estado de Derecho.

En Colombia, fueron los políticos apoyados en el ejército, y con sucias maniobras para conquistar el respaldo de los delincuentes adversarios a Pablo Escobar, lo que los llevo a cercarlo y finalmente asesinarlo, que por cierto no significó en automático la eliminación de las “organizaciones del mal” sino solo un recambio y tal vez una disminución  de la violencia, para hacer más respirable la atmósfera de la fuente de la Cocaína.

En Los Ángeles, California, fue una dura acción policíaca, apoyada por los padres de familia mexicanos que empezaron a controlar a sus hijos de la siguiente generación a los pandilleros violentos y una nube de trabajadores sociales los que disminuyeron la violencia criminal de las calles en los 80s, igual en Nueva York.

 Sin manifestar una gran simpatía por tales métodos, salvo por el caso de Palermo y únicamente como observador del fenómeno encuentro que en todos los casos, el rescate de cierto nivel de paz social, fue dirigido por el Estado.

Esa fue la teoría que los miembros de la Mesa de Seguridad de Juárez sostuvimos durante lo más pesado de la guerra de carteles en esta frontera, y lo seguimos sosteniendo. La responsabilidad de brindar una ciudad pacifica es responsabilidad del estado en sus tres niveles de gobierno y los ciudadanos debemos exigir rendición de cuentas, y presionarlos para que limpien sus instituciones y apliquen la ley recuperando un mayor control de la ciudad por el Estado de Derecho. Hay avances significativos, aunque todavía no terminamos, ni mucho menos. (En 1993-2006 hubo un promedio histórico de 225 homicidios por año en 2010 fueron 3,150  y en 2013 fueron 485), es decir estamos mejor pero no estamos bien.

Pero lo que sucede en Michoacán rompe todos los modelos. Es indiscutible que una comunidad no puede estar en una guerra entre delincuentes cuando son ellos los que dominan el territorio, pero de exigirle al estado que haga su trabajo, a quitarse la camisa, abandonar el trabajo, armarse lo mejor posible para imponer la paz armada. Hay un cambio cualitativo explicable solo en los países Sub Saharianos.

Me parece evidente que el gobierno tiene confirmado que son los ciudadanos armados los que están imponiendo la paz en los municipios conquistados por las autodefensas, pues de otra manera las acciones y las prácticas de combate del gobierno y los activos serian totalmente diferentes.

Lo más alarmante es que no es el Estado el que dirige la ofensiva contra los violentos, y actúa como una especie de espectador parlante en esa guerra civil localizada, porque los delincuentes son civiles, aunque en ciertos turnos trabajen de policías y los grupos de autodefensas también son civiles, luego es una guerra entre civiles, y repito eso solo se da en Rwanda, Mozambique, Uganda, Liberia y ahora en México.

Y otro elemento muy extraño es que al parecer son gentes del pueblo, y son gentes que al parecer solo buscan vivir en paz, no pretenden el poder político ni una revolución, tampoco parecen cuerpos paramilitares.

Parece ser que no es una violencia contra el Estado de Derecho, sino como en Palermo, por instalar el Estado de Derecho en la región.

No me había atrevido ni siquiera a escribir la palabra autodefensas desde que aparecieron hasta hoy, porque se lo que es la oscura guerra de los delincuentes, en una sociedad donde la diferencia con los ciudadanos “honrados” está marcada por el filo de una navaja de rasurar. Y conozco la percepción de una  muerte inminente.

Por eso  ahora que lo hago me quedo con muchas más preguntas y comprendo que estas  ideas pueden ser equivocadas. No sé cuál sea la sensación de los que terminen de leer esto.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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