Jorge Javier Romero Vadillo
20/12/2013 - 12:00 am
La ciudad sin rumbo
La crisis del Metro ha sido el último episodio en la cadena de torpezas del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera. La decisión de aumentar sustancialmente la tarifa del principal sistema de transporte de la ciudad, con la utilización de encuestas sin legitimidad como subterfugio, ha mostrado la falta de una estrategia de gobierno coherente […]
La crisis del Metro ha sido el último episodio en la cadena de torpezas del jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera. La decisión de aumentar sustancialmente la tarifa del principal sistema de transporte de la ciudad, con la utilización de encuestas sin legitimidad como subterfugio, ha mostrado la falta de una estrategia de gobierno coherente y la salida al paso de los problemas como método de gestión.
Las protestas en torno a la subida de precio en el Metro marcan una ruptura importante del gobierno emanado del PRD con una parte relevante de su electorado tradicional. El asunto ha sido pésimamente procesado, sobre todo porque muchos ciudadanos vieron en las supuestas encuestas un engaño para justificar una medida de suyo impopular y que afecta a sobre todo a aquellos que han garantizado con su voto la permanencia de la izquierda en el gobierno de la ciudad desde 1997, pero se trata sólo de una muestra más de la improvisación y la falta de proyecto que han caracterizado a la administración de Mancera desde el comienzo.
Los sucesivos gobiernos del PRD en la capital del país no han sido extraordinariamente eficientes. Durante los últimos 16 años se han acumulado los problemas: procedimientos de recolección de basura de tiempos de Maricastaña, saturación del los vertederos, aumento de la contaminación, transporte público caótico e ineficiente, inseguridad apenas contenida, apropiación privada del espacio público tolerada en favor de las clientelas perredistas, obras públicas en beneficio de minorías —los segundos pisos son el ejemplo más destacado— e incentivos erróneos que han propiciado el aumento de la utilización de automóviles particulares, como la de establecer en ocho años el tiempo máximo para que los coches puedan circular todos los días o la eliminación del impuesto por tenencia de vehículos particulares.
Sin embargo, más allá de sus errores, tanto Cuauhtémoc Cárdenas, como López Obrador y Marcelo Ebrard pudieron construir liderazgos relevantes desde la jefatura de gobierno y se distinguieron por algunos rasgos singulares de su agenda de gobierno. López Obrador con la pensión universal para los adultos mayores y Marcelo Ebrard con la legalización durante su período de la interrupción voluntaria del embarazo y del matrimonio igualitario pudieron presumir de logros importantes para un programa de izquierda, con independencia de sus limitaciones en la gestión de los temas propiamente urbanos; con todo, a pesar de ser sólo avances fragmentarios, al final del gobierno de AMLO comenzó a construirse el Metrobús y Ebrard amplió sustancialmente al Metro con la línea 12.
Mancera, en cambio, ha carecido completamente de iniciativa política, pues ha sido incapaz de diferenciarse del gobierno federal y parece más interesado en salir en las fotos a lado de Peña Nieto que en construir una identidad propia, mientras que hace evidente su carencia de ideas y su ignorancia sobre lo que quiere decir la gestión de una ciudad. Al principio de su gobierno habló, en términos vagos, de la movilidad urbana como uno de sus objetivos en incluso prometió acabar durante su primer año de gobierno con los microbuses y peseros, pero pronto quedó claro que no se trataba más que de ocurrencias declarativas que no se sustentaban en ningún proyecto serio.
La incoherencia mayor, sin embargo, se ha dado precisamente ahora con el aumento en el pasaje del Metro, precedida por las subidas en el Metrobús y en el resto del transporte. Es evidente que la ciudad requiere de inversiones mayúsculas para transformar un transporte público fragmentario, ineficiente y contaminante y que para ello se requieren ingresos ingentes, pero la decisión de conseguir los recursos por medio del aumento de tarifas es incongruente con una estrategia de izquierda, como la que se supone que debería impulsar Mancera.
Los recursos que se recaudarán si finalmente el gobierno de la ciudad logra imponer el nuevo precio en el Metro son más o menos los mismos que dejó de recaudar por la eliminación del impuesto de tenencia de vehículos, medida a la que se dejó arrastrar Ebrard imbuido por la demagogia de Calderón y de los gobernadores de los alrededores de la capital ante las presiones de una minoría ruidosa: la de los automovilistas. Lo que resultaba coherente para los gobiernos del PAN, cuyas bases electorales más leales son las capas medias urbanas, era un despropósito para un gobierno de base social popular, sobre todo cuando al paso de los meses éste pretende compensar los recursos que ha dejado de recaudar con una reducción del subsidio al transporte público.
La pretensión de que el aumento es necesario para dar un mejor servicio no se justifica cuando en realidad se sigue, aunque sea por inercia, una política en beneficio de los usuario de automóviles particulares. Hace décadas que los gobiernos de la ciudad debieron poner como su objetivo central el desarrollo de un sistema bien integrado de transporte público, con amplia cobertura, cómodo y limpio, con el objetivo de disuadir el uso de coches; sin embargo han hecho casi todo lo contrario, con consecuencias catastróficas para la calidad de vida urbana. Ahora pretende el gobierno capitalino parchar un hueco financiero con una medida impopular justificada con la promesa de mejorar el servicio, pero sin una oferta integral que avalé su dicho.
Lo más grave es que Mancera y su equipo, muestran a cada paso falta de oficio político y el procesamiento de sus decisiones resulta torpe en extremo. No sólo ha logrado el jefe de gobierno ganarse la animadversión de diversos grupos del propio PRD, sino que ahora deteriora el apoyo ciudadano no clientelista. Puede ser que el subsidio al Metro haya sido excesivo y que le mejora en el servicio requiera de aumentos, pero ellos sólo podrán tener legitimidad si se presenta como parte de un conjunto de acciones coherentes y con metas precisas, no como una medida arbitraria justificada con un método fácilmente controvertible como el de las encuestas. De inmediato han surgido nuevas mediciones, como una que acaban de publicar académicos de la UNAM, que contradicen a las pagadas por el Sistema de Transporte Colectivo.
Eso sí: en Los Pinos le deben estar muy agradecidos, ya que consiguió atraer la animadversión popular en el momento en el que Peña lograba sacar adelante su reforma energética. Gran trabajo político el de esta figura emergente de la izquierda nacional.
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