Author image

Benito Taibo

15/12/2013 - 12:00 am

El fervor

No soy creyente de ningún dios o religión. Y sin embargo… La virgen de Guadalupe merece toda mi simpatía y mi respeto. Será que desde hace casi 500 años ha estado cerca de los desamparados y también de los rebeldes. Aunque, es cierto, también ha sido utilizada hasta el hartazgo por la televisión y por […]

No soy creyente de ningún dios o religión. Y sin embargo…

La virgen de Guadalupe merece toda mi simpatía y mi respeto. Será que desde hace casi 500 años ha estado cerca de los desamparados y también de los rebeldes. Aunque, es cierto, también ha sido utilizada hasta el hartazgo por la televisión y por la propia Iglesia para adormecer ciertas ansias sociales.

Su efigie acompañó la gesta insurgente y se convirtió en icono de libertad contra el dominio español, enfrentada a otra virgen, más blanca y más peninsular  que los realistas enarbolaban: la de los Remedios. Luego prendida a las cananas se volvió revolucionaria y entró acompañando a Villa y Zapata hasta el mismísimo Zócalo de la ciudad de México. Bueno, incluso el EZLN tenía a la virgen de Guadalupe entre sus filas. Hasta marxistas-guadalupanos andan por ahí, demostrando que México es el país líder en el mundo en cuanto a sincretismos culturales se refiere.

Será que es un emblema identitario, de cohesión social, absolutamente mexicana. Había hasta hace unos días, sólo tres símbolos intocables en nuestra cultura nacional, la madre (propia), la madre de todos en la imagen de la Guadalupana y el petróleo nacionalizado; aunque este último ha dejado de serlo por obra y gracia de diputados y senadores, que tarde o temprano tendrán que rendir cuentas a las dos anteriores por andarse metiendo con nuestros mitos fundacionales.

En la esquina de mi casa, en un barrio de la Magdalena Contreras  hay una talla en madera de la virgen.  Desde que fue puesta allí, las pintas en los muros se detuvieron, la delincuencia evita el rumbo y hasta los habituales borrachines desmadrosos se han mudado de esquina. Así que, me consta que obra milagros instantáneos.

Vivo pues, en un lugar donde abundan los americanistas de pura cepa, y ondeantes banderas amarillas en tejados y postres así lo atestiguan, pero sobre todo, de fieles guadalupanos, que son legión.

Durante todo el año ahorran para celebrar por todo lo alto a la virgen, en festejos largos y mucho más sonoros que los que se llevan a cabo durante la conmemoración de la independencia o la navidad. Y se aprovisionan con cohetes, palomas, bombas, subidores, chinampinas y otros fuegos artificiales coloridos y ruidosos para demostrar con estruendo su fervor.

El arsenal que se va juntando durante los doce meses previos sería más que suficiente para comenzar una pequeña guerra.

Y a partir de las once la noche del 11 de diciembre, el cielo explota y se ilumina sin parar hasta la mañana siguiente.

Este año no fue la excepción. Cientos, miles de bombazos hacen un escándalo impresionante; como si quisieran los fieles llamar la atención de la virgen, que por lo visto nos ha tenido, como mexicanos, bastante abandonados últimamente.

Yo no paré de brincar en la cama. Cohete tras cohete, que parecían estallar justo en mi ventana. Y no diré nada sobre los perros, que sufren enormemente en estos días.

Hacia las cuatro de la mañana, pareció que los  beligerantes  guadalupanos nos daban una tregua. Un silencio reconfortante invadió entonces nuestro alrededor. Por poquísimo tiempo. Me estaba acomodando cuando…

¡Llegaron los mariachis!

Mi vecina Lupita tiene un enamorado que sólo sabe demostrar su cariño a trompetazos. No manda flores, chocolates, dulces. Él, como no, trae mariachis, un montón de mariachis.

Así que nos echamos la serenata completa de una hora, aquí mero, juntito a mi oído.  –Sí nos dejan, nos vamos a querer toda la vidaaaaa…

Confieso que fue mejor la música que la cohetería.

Pero en cuanto terminaron los mariachis, justo en el acorde final de “Paloma Negra”, volvieron los bombazos. Y cuando me fui de casa, sobre las ocho de la mañana, seguían.

Sigo temblando de cuando en cuando.

Afortunadamente, es sólo una vez al año. Supongo que para darle tiempo a la virgen de recuperarse del estrés post traumático. Aunque sin duda, debe estar complacida por el entusiasmo pirotécnico de mis vecinos.

El año que viene, me les uno en la celebración. Ahorraré para conseguir un par de misiles tierra-aire que iluminen el cielo contrerense y demuestren a todos que en mí, también hay fervor.

en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas