Jorge Zepeda Patterson
04/12/2013 - 12:02 am
Tú, el Cadillac y la Boquitas
Cientos de miles de personas leyeron entre este lunes y martes dos reportajes de Sinembargo.mx que se convirtieron en piezas virales en las redes. En el primero Sanjuana Martínez desnuda los testimonios de las mujeres convertidas en esclavas sexuales en el antro el Cadillac; en el segundo, Humberto Padgget recupera la historia de una niña […]
Cientos de miles de personas leyeron entre este lunes y martes dos reportajes de Sinembargo.mx que se convirtieron en piezas virales en las redes. En el primero Sanjuana Martínez desnuda los testimonios de las mujeres convertidas en esclavas sexuales en el antro el Cadillac; en el segundo, Humberto Padgget recupera la historia de una niña de 12 años transformada en la Boquitas por sus explotadores.
En ambos casos hay un monstruo capaz de cometer bajezas de crueldad inconcebible. En El Cadillac, según testimonio de las víctimas, Alejandro Iglesias Rebollo, dueño del lugar y antes del Lobohombo, ordenó destazar a una prostituta enfrente de sus compañeras simplemente por haber intercedido por un cliente que no tenía para pagar la cuenta. En el caso de la Boquitas, la víctima es sometida a incontables infamias y torturas regulares, entre otras la quemadura de los genitales con una plancha hirviendo por parte de Gerardo Altamirano, su proxeneta.
Los dos textos pueden ser leídos como un descenso a los infiernos; un vistazo al inframundo de ese otro país que nos afanamos en creer que no es el nuestro. El México salvaje y brutal del tren la Bestia en la que se viola y asesina regularmente a los centroamericanos, el de las cárceles abarrotadas donde seres humanos se denigran día a día en situaciones límite, el de campamentos de la sierra en los que campesinos y migrantes son utilizados como esclavos por los cárteles de la droga.
Parecería un mundo paralelo y ajeno a ese que nosotros habitamos, imperfecto e injusto, pero normalizado por la vida cotidiana. Y en efecto, poca responsabilidad tenemos en las atrocidades cometidas por los Zetas o en las vidas trituradas en una prisión federal.
Pero cuando me pongo a pensar en las decenas de cuerpos que todos los días pasaban encima de La Boquitas a sus trece o catorce años, ya no estoy tan seguro que podamos sacudirnos esa infamia mediante el simple expediente de atribuirlo al subsuelo siniestro en el que los monstruos viven.
El Cadillac existe y las Boquitas son “producidas” porque todas las noches hay miles de mexicanos que lo demandan. Vecinos de usted y míos que no viven en el subsuelo sino en la oficina a la que acudimos y se sientan a la mesa familiar en la que nos sentamos los domingos.
No son Alejandro Iglesias o Gerardo Altamirano la causa de estas atrocidades, de la misma manera que una Kalashnikov no puede ser responsabilizada por los cadáveres que provoca. Proxenetas y explotadores deben ser castigados por la ley, mucho más cuando se trata de engendros como los dos terribles victimarios arriba descritos. Pero no nos engañemos, desaparecido cualquiera de ellos otros tomarán su lugar de manera inmediata. Rescatar a la Boquitas del infierno es una buena noticia; aunque debemos asumir que otra niña va a ocupar su puesto. ¿Por qué? Porque los cuerpos que buscaban a la Boquitas seguirán haciéndolo. Es terrible pero es así: su vecino, su pariente, usted mismo quizá; personas sin ninguna relación con el crimen organizado o desorganizado, pero razón última de su existencia.
Vivir en una sociedad de mercado significa que toda demanda genera una oferta. La oferta es el vehículo, la demanda es el motor. La oferta (prostitutas) procede del inframundo, la demanda (sexoservicios), de la comunidad en la que vivimos. La oferta la ponen monstruos como Iglesias y Altamirano; la demanda la ponemos nosotros. Es decir, personas normales, ciudadanos, padres de familia, jóvenes prometedores; todos los cuales podemos indignarnos al leer un reportaje como el anterior.
No pretendo ponerme moralino con el tema de la prostitución. Las pulsiones para acudir a una profesional del sexo son muchas. Las autojustificaciones son tan viejas como la profesión. “Hombres son hombres”, “la prostitución evita las violaciones entre la población”, “la mujer es dueña de su cuerpo y puede convertirlo en su fuente de ingreso”, “siempre las trato con amabilidad”, “no soy regular, solo ocasional”, “siempre ha existido y lo seguirá haciendo”, etc.
El que acude a la prostitución puede usar la justificación que quiera. Allá él. Lo que no puede hacer es leer cualquiera de los dos reportajes anteriores y creer que su decisión está desvinculada de los fenómenos que acaban de indignarle. ¿No cree usted?
Ligas a los dos reportajes mencionados. Cadillac y Boquitas
@jorgezepedap
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