Benito Taibo
01/12/2013 - 12:02 am
Tolerancia
Hay algunos que son intolerantes a la lactosa. Yo soy intolerante a la tolerancia. Me explico… Odio la palabra tolerancia, me remite a «soportar», a «ni modo», a «aguantarse» a «condescender» a “joderse” y todo por intentar ser políticamente correcto.
Hay algunos que son intolerantes a la lactosa.
Yo soy intolerante a la tolerancia.
Me explico…
Odio la palabra tolerancia, me remite a «soportar», a «ni modo», a «aguantarse» a «condescender» a “joderse” y todo por intentar ser políticamente correcto.
Prefiero la palabra “respeto”, creo firmemente en el derecho de los otros a amar, vestirse, hablar, pensar, creer o descreer como les de su regalada gana.
Tuve de niño una experiencia singular que hoy comparto con gusto.
El Parque México estaba dividido no sólo por la calle de Michoacán.
De un lado se juntaban los niños judíos y del otro los que no lo eran (y lo pongo así para no hacer una curiosa e intolerante descripción de creencias variadas que ni no tenía claras entonces, ni las tengo ahora). El tema es que cada vez que alguno de los «bandos» cruzaba el parque, un hálito de desconfianza, como una nube negra, rondaba por encima de nuestras cabezas.
Las viejas y retrógradas creencias heredadas, decían de un lado del parque, que los otros, eran los que habían asesinado a Jesucristo. Y del otro lado, nos llamaban por igual “Goy”, no judío, extranjero. Nadie hablaba sobre el tema, pero, la palabra “tolerancia” salía a relucir siempre en una y otra esquina.
El caso es que sólo podías jugar en uno de los parques, dependiendo de tu creencia.
En mi casa no creíamos en nada.
Mi madre había ideado un sistema genial para que yo no me sintiera extranjero en ninguna parte. De ninguno de los dos lados del parque.
Me tejió una “kipá” blanca que yo me ponía en la coronilla cada vez que cruzaba la frontera invisible de la calle de Michoacán.
De un lado era Benny y del otro Benito.
Y jugaba, feliz, con todos. Incluso, afortunado yo, tuve novias en los dos parques. Y comía, sin distingos, de un lado, los mejores tacos de canasta que he probado en mi vida, y del otro, en la glorieta de Citlaltépetl, en “La Paloma”, la tienda de abarrotes judía que pertenecía a los padres de Ludwik Margules, arenques con crema, espectaculares.
En algún momento, la frontera se borró y nos mezclamos, nos reconocimos, nos dejamos de tener miedo. Transformamos la “tolerancia” en “respeto”, no sin dificultades. Gina es una de mis mejores amigas y lo somos desde esos inmemoriales tiempos. Y nos reconocemos como iguales en la mirada del otro.
Tengo en mi casa la “kipá” que me permitió ser igual a los otros y que todavía uso en las bodas de los amigos que conservo de esos días luminosos.
Todos saben perfectamente que no soy judío, pero no les importa. Me quieren tanto como yo a ellos.
Todo esto viene a cuento, porqué hoy, mientras ustedes leen estas líneas, estoy en la FIL de Guadalajara, que en este año está dedicada a Israel.
Y ya he escuchado un par de groseras generalizaciones que rayan no en la intolerancia sino en el más absurdo racismo. Pero me queda claro que sólo puede ser por dos motivos; una profunda ignorancia, o miedo al otro, al diferente. En cualquiera de los dos casos lo lamento enormemente.
Ojala algunos se dieran el tiempo para saber que es Israel, como es su cultura y cual su oferta literaria, que es mucha y buena.
Creo firmemente en la autodeterminación del Estado Palestino, pero eso no me hace ni anti israelita, ni por supuesto y muchos menos, antisemita.
Amos Oz, por ejemplo, una gloria de la literatura universal, que vive y escribe en Israel, es uno de los intelectuales más importantes de la izquierda en su país que se pronuncia constantemente contra los asentamientos israelíes en los territorios palestinos.
La próxima vez que oiga un comentario xenófobo, sacaré mi kipá y volveré a ser tan judío como en aquellos días en que aprendí la palabra respeto y a respetar al diferente, que no era más que un reflejo de mí mismo.
Y mientras tanto, buscaré, golosamente, una buena birria, y algún arenque con crema ácida, perdido en estas latitudes.
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