Benito Taibo
13/10/2013 - 12:01 am
Lo light
Hace un par de meses comentaba, muy ufano, que me había ido a echar unos tacos de carnitas maravillosos a “El abanico” (Clavijero y Gutiérrez Nájera, Colonia Tránsito, en México D.F.). Enormes y deliciosos, con harta cebolla, nopales, salsa verde. Sólo pude con tres, empujados por una Mundet del inverosímil sabor “Prisco”, rojo y fragante. […]
Hace un par de meses comentaba, muy ufano, que me había ido a echar unos tacos de carnitas maravillosos a “El abanico” (Clavijero y Gutiérrez Nájera, Colonia Tránsito, en México D.F.). Enormes y deliciosos, con harta cebolla, nopales, salsa verde. Sólo pude con tres, empujados por una Mundet del inverosímil sabor “Prisco”, rojo y fragante. Parado en la banqueta, rodeado de amigos y de otros que vienen desde lejos, sabedores de la calidad, el precio y el sabor que allí se ofrece. Soy un habitual de taquerías, garnacherías y mercados de la ciudad desde muy joven, y disfruto enormemente con cada nueva sorpresa que me depara el destino.
Anuncié mi proeza y una jovencita conocida me mandó un mensaje que transcribo: “Cuidado con las grasas insaturadas, el clembuterol, las bacterias”.
¡Chale! Para una vez que descubro una maravilla así y yo generosamente comparto el mapa de la isla del tesoro, viene alguien a intentar amargarme la fiesta.
Estuve por contestarle que para mi gusto les faltaba clembuterol y me contuve. No voy a bronquearme a causa de mis hábitos alimenticios, pensé. Pero una enorme nostalgia me ha invadido. Extraño esos tacos chorreantes y grasosos; meditándolo un poco descubrí que sí vale la pena romper una lanza en su defensa, por muchos motivos, así que, con su permisito…
Vivimos en tiempos banales, políticamente correctos, proclives al culto al cuerpo, preocupados por lo infinitesimal, contadores de calorías, de hueva, pues.
Ahora, los refrescos y un montón de cosas más son “light”, el café descafeinado, los huevos, las lechugas y los pollos “orgánicos” (como si hubiera “inorgánicos», ¡chale de nuevo!), la leche baja en calorías, el aceite debe ayudar a bajar el colesterol malo y subir el colesterol bueno y las comidas tendrían que estar libres de carbohidratos. Ahhh, y el sexo puede ser virtual. ¡No me jodan!
Vivimos en el nuevo reino de las ensaladas y el spinning.
Antes nos íbamos de reventón de fin de semana, ahora se juntan para irse de “encerrón” a un spa.
Hoy el eufemismo campea por la libre. Antes despotricábamos, mentábamos madres, gritábamos, comíamos pantagruélicamente y bebíamos como Gargantúa, llamábamos ciegos a los ciegos y no “personas con capacidades diferentes“. Un viejo era viejo y no “adulto mayor en plenitud” (¿qué es esoooo?).
Y recuerdo aquella maravillosa frase de William Blake que dice que “El camino de los excesos conduce al palacio de la sabiduría”.
Coincido.
No me imagino a Hemingway echándose un Mojito con Splenda.
A Stevenson bebiendo té Chai mientras escribía El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
A los Rolling Stones en el camerino, a punto de salir al escenario, compartiendo felices y vibrantes una cocas zero.
A Sartre preguntando si el “Coq au vin” proviene de una granja “free”.
A Alí Chumacero en un Starbucks pidiendo un Macchiatto con leche de soya.
Creo que de tanto andar pensando en nuestros cuerpos, se nos están olvidando nuestras mentes.
Tengo alto el colesterol, los triglicéridos, el Dhnosequé, y por supuesto el azúcar.
Y me da lo mismo.
Un conocido me dijo alguna vez que se había vuelto “vegano” y yo no atiné a contestarle nada, porqué he sido terrícola de toda la vida.
Por ningún motivo contaré calorías, prefiero contar historias.
Voy a vivir lo que tenga que vivir y no voy a alargar ese tiempo pasándome a las filas de lo “light”. Me parece soso, aburrido, sin sustancia, triste. Seguiré visitando mercados, taquerías, puestos de la calle repletos de maravillas.
Pediré, en cuanto pueda, cuatro de costilla en “El abanico” con doble clembuterol y en vez de uno, dos Mundet de Prisco.
Para terminar esta mañana de domingo, antes de irme hacia el Menudo de doña Rosita en Magdalena Contreras, pido a los estridentistas su lema y les digo con cariño: ¡Viva el mole de guajolote!
Y por supuesto, no me iré caminando…
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