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Benito Taibo

08/09/2013 - 12:01 am

Seis grados de separación

Existe una teoría muy difundida que explica que entre cualquier ser humano de la Tierra existen tan sólo seis grados de separación. Esto quiere decir que entre una costurera china y tú, que estás leyendo esto ahora mismo, hay tan sólo cuatro personas que se conocen mutuamente y que la última de ellas conoce a […]

Existe una teoría muy difundida que explica que entre cualquier ser humano de la Tierra existen tan sólo seis grados de separación. Esto quiere decir que entre una costurera china y tú, que estás leyendo esto ahora mismo, hay tan sólo cuatro personas que se conocen mutuamente y que la última de ellas conoce a la costurera china a la que me refiero.

Un poco escéptico, yo mismo hice la prueba mental, y escogí al azar a Mónica Bellucci. Y descubrí que conozco a un productor de cine, amigo de mi hermano, que ha trabajado con un director de cine que ha filmado con ella. Así de fácil.

Y está tan sólo a tres grados de separación. Aunque en la «realidad real», esté a un par de galaxias de distancia.

Parecería increíble pero es cierto.

Por lo tanto, la chinita que borda despreocupadamente mirando de vez en cuando pasar a los gorriones por la ventana en un suburbio pequinés, es mucho menos ajena y lejana de lo que a simple vista parecería estar, al otro lado del mundo.

Vivimos en un país donde todos los días nos asalta el miedo y la tragedia. Cada nuevo «levantado», asesinado, desaparecido, está sin duda, mucho más cerca nuestro que la chica que borda ahora mismo en Pekín ignorante de nuestra existencia y nuestros miedos.

Me entero de que han matado al hermano del amigo de mi amigo. A tan sólo tres grados de mí mismo.

A tan sólo tres estados de donde me encuentro. A menos de 800 kilómetros, a ningún huso horario de distancia.

Por una imbecilidad. Porque alguien que tiene una pistola recibió la orden de otro que se sintió «agraviado» por un gesto o una mirada,  y a lo mejor con un par de inútiles billetes de a mil de por medio, hizo el “trabajo”; si se puede llamar así matar a un hombre al que ni siquiera conoces.

No puedo menos que llenarme de rabia.

Y nadie hará nada porque el miedo paralizante y la ausencia de estado de derecho y de impartición de  justicia ha desaparecido en gran parte de nuestra geografía. La complicidad y el contubernio, son hoy por hoy los más crueles y terribles de nuestros enemigos.

Y muchos de ustedes han vivido a uno o dos grados, la violencia ciega e imbécil en la que estamos sumidos y vivimos sometidos, o los ha rozado queriendo o sin querer en carne propia.

Nos dicen que los bárbaros están a las puertas del reino, esperando sumergidos en las sombras para terminar con todo, para violar a nuestras mujeres y crucificar a nuestros hijos, para derribar los muros con los que hemos construido la aparente normalidad en la que nos encontramos.

Nos han quitado el territorio de la noche en muchos estados de la república, nos han quitado incluso los caminos para transitar libremente.

Y ese terror manifiesto que infunden los bárbaros, acaba convirtiéndose en un conservadurismo atroz que nos hace ir hacia atrás en cuanto a libertades se refiere.

Estamos viviendo en una larga y oscura noche, y la luz al final del túnel de la que tanto nos hablan, parecería ser la de un tren que viene en sentido contrario, a toda velocidad hacia nosotros.

Somos más los que queremos que nos devuelvan las calles, las noches, la patria que por derecho nos corresponde y por la que nos rifamos todos los días. Y allí, en ti, en tu amigo, tu pareja, tus cuates de la escuela, los compañeros de la oficina, tu vecino, el señor de la tiendita, en esos que están a nuestro lado, sin ningún grado de separación de por medio, radica la esperanza.

Pero corremos el enorme peligro de que esto escale a dimensiones épicas e incontrolables.

Cuando el miedo se convierta en rabia aparecerán una y otra y otra «Fuenteovejuna» y nos habremos convertido entonces en lo que odiamos.

 Yo le mando un abrazo desde aquí, al amigo de mi amigo, y ante la imposibilidad de hacer mucho más para que las cosas cambien, le ofrezco mi palabra.

Pero también le ofrezco la certeza de que el miedo matará al miedo, tarde o temprano, lo sé de cierto.

Sólo le pido a esa chinita anónima, que alguna vez, cuando le rece a sus dioses, distintos a los nuestros, ruegue por nosotros, porque aunque no nos conozcamos, estamos muy cerca.

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