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Jorge Zepeda Patterson

04/09/2013 - 12:01 am

Peña ¿no quiere o no puede?

No, Peña no está en camino al despeñadero. Todavía. Ciertamente “el momento de México” se quedó en apenas “momento Kodak”, una imagen congelada que no ha podido transformarse en película. O quizá apenas en un par de imágenes afortunadas: al anunciar su Pacto por México al arranque de su gobierno y al meter en prisión […]

No, Peña no está en camino al despeñadero. Todavía. Ciertamente “el momento de México” se quedó en apenas “momento Kodak”, una imagen congelada que no ha podido transformarse en película. O quizá apenas en un par de imágenes afortunadas: al anunciar su Pacto por México al arranque de su gobierno y al meter en prisión a Elba Esther Gordillo. El resto fue en realidad un impresionante embate mediático capaz de crear altas expectativas entre muchos que ni siquiera habían votado por él: apenas 39 por ciento del electorado lo eligió como presidente, pero en la primavera ya alcanzaba 61 por ciento de aprobación.

Para desgracia de los priistas, la realidad ha tenido un desempeño muy por debajo de la narrativa. Hoy, los circuitos financieros internacionales se preguntan si México está en el umbral de una recesión. Peor aún, frente a los problemas de desgobierno que se nos acumulan comienza a surgir la duda de si en realidad el cacareado oficio de los priistas tenía algún fundamento. La inseguridad pública no ha cedido, el fenómeno de las guardias de auto defensa se hace endémico en algunas regiones, el Estado sigue cediendo territorios ante el crimen organizado, y las reformas económicas están paralizadas o están en camino de concretar en sucedáneos y versiones deslactosadas.

Habría que preguntarnos si todo ese optimismo de hace apenas cinco meses estaba justificado y si el pesimismo de ahora es certero y realista. Tengo la impresión de que ambos han estado inflados por esos esteroides de la opinión pública que son los medios de comunicación.

El problema de este gobierno en realidad son dos (y no haré el chiste fácil afirmando que el problema es uno y se llama Peña Nieto). El primero es que quiere los cambios pero no sus resultados, o al menos no muchos de ellos. Como dice el dicho, cambiar para seguir igual. Peña Nieto carece de la voluntad auténtica para transformar a México porque ello implicaría desmontar las bases que hacen posible la existencia del PRI. Sanear a Pemex sin tocar al sindicato; introducir reformas económicas sin afectar los monopolios; fortalecer al Ejecutivo sin castigar los excesos de los gobernadores; gobernar sin molestar a los intereses creados. El mandatario quisiera pasar a la historia como un Presidente modernizador, pero él y los grupos que lo rodean están anclados en la premodernidad y en ella encuentran el sustento y las posibilidades de su reproducción.

El segundo problema es que, incluso si hubiera voluntad (asumiendo sin conceder), habría que preguntarnos si la institución presidencial posee los márgenes de maniobra para llevar a cabo los cambios que se han presumido.

No pocos intelectuales han defendido la necesidad de un regreso a una modalidad benigna de presidencialismo como único antídoto frente a la proliferación de poderes y la rebatinga salvaje que se ha generado. Nuestras instituciones democráticas y jurídicas resultaron muy tiernas para acotar la enorme fuerza que acumularon los poderes reales en los 12 años de gobierno panista: monopolios, cárteles de la droga, gobernadores, líderes sindicales, y similares, adquirieron con Fox y Calderón una dimensión que nunca llegaron a tener bajo la sombra de los mandatarios priistas. Para no ir más lejos: Elba Esther Gordillo con su propio partido político y su desafío al PRI logró un peso protagonismo y una autonomía que Fidel Velázquez nunca alcanzó, por ejemplo.

Para contrarrestar la parálisis panista, se argumenta que el país requiere un centro de mando capaz de meter en cintura a todos los poderes sueltos. Pero esto entraña una enorme dificultad. Los intentos de reforma y contrareforma que vemos estos días, sugieren que quizá esos poderes han adquirido tanta fuerza que ya están más allá del punto de no retorno. Es decir, son tan poderosos que pueden neutralizar los intentos para acotarlos o debilitarlos.

La reforma de las telecomunicaciones, que entre otras cosas busca disminuir el monopolio de Televisa y de Slim en sus respectivos territorios, es un buen ejemplo para ilustrar esas dificultades. Cada paso que se avanza en esa dirección es inmediatamente contrarrestado por cabildeos y presiones de estos grupos. La reforma educativa iría en el mismo camino. Televisa logró demorar la sustitución de televisión analógica en Tijuana y hace lo imposible por suavizarla. Todo ello gracias a la movilización de la opinión pública y las negociaciones tras bambalinas. De la misma manera en que la CNTE logró, mediante marchas y enfrentamientos, meterle parches a la ley relativa a la evaluación del magisterio.

Todavía no sabemos en qué quedará la reforma energética. Falta la modificación constitucional y, sobre todo, las leyes secundarias. Pero ya está claro que el proyecto del ejecutivo deja intocado al poderoso sindicato petrolero, cuyas prebendas y corrupción forman parte esencial de los obstáculos que impiden la modernización y la eficiencia de Pemex.

El país necesita salir de su molicie y eso probablemente sólo lo logrará con reformas capaz de dinamizar y sanear la vida económica y política. Peña Nieto se ha vendido como el líder capaz de ofrecer tales reformas. Y sin duda que habrá reformas. El problema es que el presidente ni puede ni quiere trabajar por aquellas que el país realmente necesita. Siendo así, lo que tendremos será básicamente reformas vendidas a tamborazos, narrativas infladas, ruidos y muy pocas nueces.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

Jorge Zepeda Patterson
Es periodista y escritor.
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