Benito Taibo
01/09/2013 - 12:01 am
Maldita «opinión pública»
Se desgañitan en la radio clamando derechos, escriben diatribas incendiarias en periódicos, revistas, páginas web, hablan doctamente en foros televisivos, están siempre en el ojo del huracán que ellos mismos crean todos los días y traen en la bolsa, junto con el maquillaje, su propio reflector para lo que se ofrezca. Son los amos de […]
Se desgañitan en la radio clamando derechos, escriben diatribas incendiarias en periódicos, revistas, páginas web, hablan doctamente en foros televisivos, están siempre en el ojo del huracán que ellos mismos crean todos los días y traen en la bolsa, junto con el maquillaje, su propio reflector para lo que se ofrezca.
Son los amos de ese fenómeno inexplicable mal llamado “opinión pública” y dicen representarnos. Sí, a usted, a mí, a los ciudadanos de a pie que no tenemos la luz sobre la cabeza ni el micrófono frente a la boca.
Pero, con la pena, no nos representan. Como tampoco nos representan diputados y senadores en términos estrictos. A los que me refiero, hablan y opinan de todo con total desparpajo y piensan que lo hacen desde el imaginario colectivo, con la voz del pueblo y desde el pueblo, sin ton ni son.
¿Quién los inventó? ¿De dónde salieron? ¿Con qué permiso hablan por ti, por mí, por todos?
Estos paladines justicieros se autoerigieron como tales, en el mejor de los casos, o, déjenme pensar mal que a eso me dedico, responden a muy oscuros intereses, cobran en más de una nómina y rinden pleitesías secretas y vergonzantes.
Hay un clima de histeria colectiva con el caso de los maestros de la CNTE, y un montón de voces “autorizadas” que echan diariamente, por todos los medios, más leña al fuego, como si hiciera falta.
Es cierto que la ciudad se ha desquiciado. Pero no mucho más que cuando caen las severas tormentas a las que ya estamos acostumbrados, o cuando hay embotellamientos inexplicables (yo siempre he dicho que el tráfico es un animal veleidoso que no respeta ni siquiera sus propias leyes).
Es cierto que en cuestión de derechos, tienen tanto derecho los maestros a manifestarse como los demás a circular libremente. Las democracias viven en un frágil equilibrio que sólo se puede sostenerse en pie con la ayuda de la política y la negociación. Y por supuesto la inteligencia…
Pero, los nuevos ayatolas de la prensa, la radio y la tele piden desde sus minaretes soberbios que se aplique “todo el rigor de la ley”, “el uso de la fuerza pública”, “el respeto a las garantías individuales (como si los maestros no tuvieran derecho a ellas)”, “cárcel a los vándalos”, “fuerza contra los anarquistas” (¿¿¿???) y otras lindezas y contradicciones varias que no repetiré pero que sin duda están generando un clima de linchamiento inevitable.
Estoy convencido de que nada de esto hubiera pasado si oídos prestos y voluntades políticas se hubieran sentado en una mesa a oír y negociar como se debe antes y no después.
Ya sabemos qué pasa cada vez que se hace, dentro de un “estado de derecho”, el uso de la fuerza pública: pagan justos por pecadores. La fuerza pública se distingue por su inmensa miopía y el tamaño de sus garrotes, y a la sociedad le salen nuevas y peores cicatrices que cada vez son más difíciles de borrar. ¡Ni con crema de concha nácar!, como diría mi abuelita.
Esa “opinión pública” tiene sus nefastos orígenes en la creación del periodismo masivo; cuando algunos se dieron cuenta de que su voz era escuchada por otros, que eran reconocidos en las calles y que, si lo querían, podían incidir, influenciar, convertirse en intermediarios entre los sin voz y la autoridad. Y en muchos casos funcionó y funcionó bien.
Pero… del uso al abuso hay tan sólo dos letras.
Cuando se realizó la hoy famosa marcha de los derechos civiles, encabezada por el Dr. Martin Luther King en los Estados Unidos, un referente en cuanto a libertades individuales, y contra el racismo, decenas de periodistas (blancos y vociferantes) hablaron por la radio, la televisión, escribieron en los medios, hicieron carteles reprobando la marcha, insultando a los participantes, exigiendo que la fuerza pública actuara contra ellos.
Hoy, a 50 años, nadie los recuerda. Ni siquiera sus empleadores. No representaron nunca a la opinión pública, a la opinión del público.
Nadie puede hablar por todos, pero algunos sí pueden hablar por algunos. Parecería un silogismo sacado de mis clases de lógica en la preparatoria.
Todo esto viene a cuento porque ya me aburrí de que llamen a los desenfrenados hablantines, “opinión pública”. Deberíamos encontrarles otro nombre. A mí se me ocurren algunos, pero me gana el pudor y luego mi madre me regaña por poner groserías en el papel.
Cuando escribo, por ejemplo esta columna, tan sólo me represento a mí mismo. Digo lo que creo y lanzo el mensaje en una botella al proceloso mar de las opiniones ajenas, confiando que encuentre destinatarios y no adeptos. Creo fervientemente en el derecho a disentir, a no ser tratado como una ovejita más dentro del rebaño, a aportar mínimamente en la creación de una sociedad más informada y sobre todo, más justa.
Como habrán visto, hoy me puse todo lo serio que la ocasión lo amerita. Así que como despedida y para relajar el ambiente, les paso al costo el mensaje que me envío mi amigo el Dr. Bolavsky y que sin duda me sacó una sonrisa: “Nunca te enamores de una maestra oaxaqueña, porque tarde o temprano, se va a marchar”. Y yo añadiría: “En todo su derecho”.
La verdadera opinión pública, es la opinión del público, y esa, hasta ahora, no ha sido escuchada.
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