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Benito Taibo

18/08/2013 - 12:00 am

De aviones y dinosaurios

Permítanme hacer una confesión pública que espero no demerite la opinión (buena o mala, no soy monedita de oro) que pudieran tener acerca de mi persona. Durante muchos años le tuve pavor a los aviones. Me refiero por supuesto a volar, no a las máquinas enormes y relucientes que surcan los aires. Es más, no […]

Permítanme hacer una confesión pública que espero no demerite la opinión (buena o mala, no soy monedita de oro) que pudieran tener acerca de mi persona.

Durante muchos años le tuve pavor a los aviones. Me refiero por supuesto a volar, no a las máquinas enormes y relucientes que surcan los aires. Es más, no sé de nadie que le tenga miedo a los aviones como tal, pero en estos tiempos uno puede esperarse, en cuestión de fobias, cualquier cosa, y oír por ejemplo a alguien gritar a voz en cuello: ¡odio con toda mi alma a los 747!

Lo mío era más sencillo, si cabe. Volar, por más explicaciones científicas, tecnológicas, de sentido común que me ofrecieran, no entraban dentro de mi cabeza. En cuanto me abrochaba el cinturón me ponía a temblar como una hoja. Cerraba los ojos y miraba mi cuerpo destrozado entre hierros retorcidos. Volar era una habilidad reservada para las aves y yo me sentía un verdadero intruso en ese territorio.

Incluso, yo, que soy un agnóstico total, estaba siempre tentado, mientras el infernal aparato volador se movía por motivos siempre inexplicables, a recurrir a ayudas divinas que aliviaran mi creciente y descontrolado pánico.

Pero me resistía, gracias a una sólida educación sentimental, y frente a la inevitabilidad del vuelo entonces apelaba por medio de jaculatorias inventadas, a mis santos científicos y laicos.

¡San Orville Wright, mi buen compadre, no permitas que se caiga esta madre! ¡Santos Dumont, yo te lo imploro, que se eleve de una vez como tu globo! ¡San Leonardo Da Vinci, desde el cielo, haz favor que no se mueva tan pinchi!

Y debo confesar que siempre funcionaron.

Ya no tengo miedo a volar. A pesar de que científicamente no acabo de entender cómo esos monstruos se sostienen en el aire.

El tema es que yo apelaba a una curiosa y disparatada  fe (que funcionaba) para afrontar mi racional terror de terminar en la ladera de una montaña hecho caca.

Acabo de leer la encuesta de percepción sobre la ciencia y tecnología en nuestro país, elaborada por CONACYT e INEGI, realizada en 2011 y de la que se desprenden datos francamente asombrosos.

 22 por ciento de los encuestados piensan que es falso que el universo se iniciara con una gran explosión.

 29.69% no creen que los seres humanos se desarrollaron a partir de la evolución de otras especies animales (lo siento Mr. Darwin).

 Un alarmante 37.55 por ciento está convencido de que los primeros hombres vivieron en la misma época que los dinosaurios (¡maldito Spielberg y su Parque Jurásico!)

 34.06 por ciento cree que el sonido viaja más rápido que la luz (¡me estás oyendo, inútil!).

Casi la mitad de los encuestados piensan que la astrología y la parapsicología son ciencias, y sólo el 35% consideran a la economía como tal. Será que así nos ha ido confiando en los economistas.

33.53 por ciento asegura que los objetos voladores no identificados (ovnis) reportados, son vehículos espaciales de civilizaciones extraterrestres (sin darse cuenta de que lo verdaderamente increíble es que haya vida en este planeta).

Pero lo mejor es que muchos (72.59 por ciento de las personas consultadas) confían demasiado en la fe y muy poco en la ciencia.

Y como somos sincréticos, bullangeros, jacarandosos y contradictorios, se piensa simultáneamente que los científicos pueden ser “peligrosos” debido a sus conocimientos (57.5%) pero que en México debería haber más personas trabajando en investigación (77.6%).

Peligrosos, pero sin duda muy necesarios. Parece ser que seguimos viendo a los científicos como al Dr. Frankenstein o al Dr. Jekyll, y nos horrorizan sus inmensas posibilidades para hacer el mal. En las películas del Santo, siempre había algún científico loco, ¿recuerdan?

No me asusta en lo absoluto que el paciente entre a la sala de operaciones confiando en el médico, pero llevando en la mano un rosario, y por sí los dos fallan, un ojo de venado. Así estamos hechos; somos el producto de siglos de pensamiento mágico mezclado con pequeñas dosis de ciencia. Los evolucionistas fueron perseguidos durante la Guerra Cristera y son perseguidos hoy en algunas comunidades como Nueva Jerusalén, Michoacán, donde no conciben otra posibilidad que la de haber sido creados por un dios.

Cierto, triste, y sin embargo…

Sacarnos de la cabeza el pensamiento mágico y sus inmensas posibilidades no es una tarea fácil, y menos si pensamos que hay muchos intereses oscuros que prefieren que las cosas sigan como hasta ahora. Siempre la fe es mucho más barata que la ciencia.

Vivimos tiempos banales y violentos a partes iguales y frente a la ausencia de legalidad, de justicia social, de oportunidades, el pensamiento mágico, el horóscopo, la “limpia”, el ojo de venado, la sábila para la suerte y los números que soñamos del Melate, parecen seguir siendo una alternativa más cercana y viable que el reconocimiento de nuestras enormes debilidades.

Para progresar, crecer, ampliar el horizonte y el pensamiento, necesitamos a la ciencia como herramienta indispensable.

Soy un escéptico profesional, creyente absoluto de la ciencia y sé de cierto que las brujas no existen.

Pero soy mexicano, y por lo tanto puedo afirmar que de que las hay, las hay…

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