El hijo del Gallero

25/06/2013 - 8:38 am

En las zonas semiurbanas-semirurales de las grandes ciudades, se establece una profunda relación de paternidad y filiación entre el varón jefe de la casa y el hijo varón mayor o único según el caso.

Esta es la historia verídica de un personaje que durante los 10 años, del 1998 al 2008, se convirtió en el hombre fuerte de una de estas zonas que todavía existen en Ciudad Juárez, mitad ciudad, mitad rancho.

Su afición por la crianza de gallos de peleas y la cruza de razas, buscando mejorar los dones combativos de esta especie, le consiguieron el mote de “El Gallero”, o Don Isabel, como era tratado por las gentes más cercanas a su pequeño feudo. Juanito, de siete años de edad a principios de 2008, ya era identificado en el barrio y reconocido como el “hijo del gallero”. Y ese mote en ese tiempo y lugar, en esos días era un mote de orgullo y satisfacción, Juanito adquirió las habilidades necesarias para criar y cuidar los gallos que su padre mantenía en el corral de la vivienda.

Cada domingo, al filo de mediodía se organizaban peleas de gallos clandestinas para la Dirección de Comercio y las autoridades municipales, pero públicas y notorias para los habitantes de esa colonia, pues recibían una gran cantidad de visitantes, manejando ruidosamente sus enormes camionetas, Suburbans, Armadas, o cual más de espectaculares, y «El Gallero» no sólo tenía los mejores ejemplares para la pelea, sino que hay testimonios de que él y sus amigos que siempre lo acompañaban y que eran cerca de diez, vendían algo más que los simples gallos que lanzaban al palenque.

Un domingo después de la pelea, Don Isabel le dijo a Juanito que se regresara a la casa junto con «El Tibio», uno de sus eternos secuaces y que el al rato los alcanzaba, que le dijera a su mamá que preparara la cena, porque iba a llegar con hambre. Algo le decía a Juanito que aquella despedida no era buena y él no quería irse tranquilamente hasta que su padre le ordeno con gesto iracundo: “te vas o te vas porque tengo un negocio que terminar”.

Juanito se regresó triste a su casa y su tristeza se convirtió en llanto, angustia y dolor cuando al filo de las 12 de la noche les avisaron que habían matado al Gallero, haya por el pueblo de Zaragoza. Los amigos del señor trataban de justificar y consolar a la familia, diciéndoles que «El Gallero» murió como los hombres, pero que alcanzó a llevarse dos sicarios antes de que lo cruzaran de lado a lado con una AK-47.

Los amigos del gallero siguieron juntándose y de alguna manera siguieron apoyando a Juanito en su quehacer de la crianza de gallos de pelea y seguían usando como punto de reunión su casa, donde platicaban muchas cosas que Juanito no entendía y otras que le parecían muy divertidas, siempre recordando a Don Isabel, el antiguo patrón que sí era gente.

Juanito pasó de los siete a los 12 años jugando prácticamente a los gallos de pelea, a las bromas y los sarcasmos muchas veces brutales de parte de los viejos pandilleros del barrio, pero siempre lo respetaban “porque era el hijo del gallero”. Ahora tiene 13 años de edad y la semana pasada al regresar de una kermes que se celebraba en el barrio lo estaban esperando dos tipos desconocidos que le dijeron eran los nuevos patrones del barrio y que ya habían juntado a los antiguos amigos del gallero para ponerse a trabajar enserio, aprovechando la cercanía del cruce fronterizo de la casa de Don Isabel.

Juanito se quedó helado cuando uno de aquellos hombres le dijo “ya estas grandecito, ya puedes hacer muchas cosas además de criar gallos, necesitamos que ya te pongas a trabajar enserio, porque más pronto que nunca tendrás que sustituir a tu papa”.

Juanito que había aprendido el valor del silencio, les dijo que estaba bien, que nada más le dieran oportunidad a terminar la primaria en este mes de junio, pero ese día ya no volvió a casa, se fue a visitar una tía que vivía en otro barrio y en otro rumbo de la ciudad, y de ahí sólo lo pudimos sacar para trasladarlo junto con sus tres hermanas, su mamá y su abuela, primero a otra ciudad y tal vez después a otro país.

Cuando sondeamos la posibilidad de sacarlo con su familia a el estado de Texas, las autoridades migratorias incomodas de poder dejar pasar gente sin pasaporte, sugirieron que con el apoyo de los familiares más viejos de Juanito se fueran a algún otro lado del interior de la Republica. «El sur es más tranquilo», dijo uno de ellos, «y pueden ayudarse entre todos los familiares, que al cabo las familias mexicanas son muy protectoras entre sí». Un activista norteamericano que estaba presente, le dijo al funcionario de migración «nosotros lo llevamos a algún lugar más tranquilo de México y le mandamos ayuda para que se sostengan él y su mamá por algunos días, pero ustedes hagan lo mismo con los soldados que tienen en Afganistán, mándelos solos, sin armas y sin vehículos al suroccidente que al cabo que esa zona es más tranquila y casi no hay talibanes, así en México en las zonas más tranquilas casi no haya narcotraficantes».

El funcionario migratorio comprendió el tamaño del drama que había venido viviendo aquel niño desde que empezó la guerra de las bandas criminales en Ciudad Juárez, a principios del 2008 y él siendo un niño que apenas empezaba la primaria tuvo que lidiar con toda la violencia que lo rodeaba: ver morir a varios amigos de sus papá, jugarle al simpático con aquellas gentes y preocuparse cuando aquella pandilla recibía las visitas impresionantes, para un niño de edad primaria, de algunos hombres que Juanito sostiene eran policías y llegaban al reparto de utilidades.

Esperamos que Juanito, su madre, su abuela y sus tres hermanas logren reconstruir en medio del dolor que vivieron estos cinco años una vida más agradable y menos angustiante.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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