Arnoldo Cuellar
20/06/2013 - 8:36 am
¿Estamos ante la disolución del PAN?
El Partido Acción Nacional vive la crisis más profunda de su historia. Probablemente estamos ante una última llamada. No se trata sólo de la confrontación interna entre corrientes con ópticas contrastantes, sino de la definición del partido tras haber perdido la Presidencia de la República, el mayor logro político de su historia, y paliando las […]
El Partido Acción Nacional vive la crisis más profunda de su historia. Probablemente estamos ante una última llamada.
No se trata sólo de la confrontación interna entre corrientes con ópticas contrastantes, sino de la definición del partido tras haber perdido la Presidencia de la República, el mayor logro político de su historia, y paliando las consecuencias de haber sucumbido a lacras siempre combatidas por su doctrina, como el patrimonialismo, el abuso del poder y los negocios privados a la sombra del interés público.
Hoy el PAN no sabe a dónde va. Su recuperación como fuerza opositora está impedida por la evidencia de que resultó tanto o más corrupto que los priistas a los que combatió por décadas. El PAN no representa una opción moralmente válida en estos momentos, si no intenta una transformación profunda donde lo primero que debería pasar debería ser una profunda autocrítica.
Sin embargo, no parecen pasar otras cosas, fuera de los desfiguros que ocurren a nivel nacional, donde entre las investigaciones por el manejo discrecional de los recursos puestos a disposición de Ernesto Cordero, y el intercambio de mensajes tuiteros entre Javier Corral y Juan Ignacio Zavala, no apto para menores de edad, el PAN no tiene manera de recuperar el decoro.
Los gobiernos estatales, por ejemplo, podrían convertirse en la fuente de un resurgimiento del PAN. ¿Cómo? Sencillamente tratando de hacer buenas administraciones, algo que no resultaría difícil si se excluyera el componente de la corrupción y el beneficio personal y se establecieran, como objetivo primordial, los componentes de un buen gobierno.
Es entendible que no resulte fácil satisfacer los reclamos ciudadanos, elevar la calidad de los servicios públicos y eficientar la aplicación de recursos cuando se están pensando en hacer negocios con el presupuesto. Pero eso debería de cambiar si las prioridades cambian.
El grave problema de los gobiernos panistas, locales y nacionales, ha sido que no tienen la ductilidad del PRI para negociar con los factores reales de poder, pero tampoco han sido honestos a ultranza. La corrupción mezclada con ineficiencia, colocó al PAN donde hoy está: una tercera fuerza política en crisis y dependiente de los favores priistas para no ver agravada su circunstancia.
Un golpe de timón en un gobierno como el de Guanajuato, que apenas empieza, donde se reconocieran los excesos del pasado reciente, pero también se trabajará a fondo en sanear administraciones corporativistas, patrimonialistas y corruptas, podría dar al PAN algo del oxígeno que requeriría para intentar reconstruirse como opción política en la nueva democracia mexicana.
El mayor bono del que goza el PRI hoy es el derivado del hecho de que el PAN resultó un aventajado seguidor de sus vicios y un deficiente imitador de sus virtudes. En cambio, las precariedades políticas del PAN serán a partir de ahora los mayores lastres de un partido histórico que puede vivir incluso el trance de una disolución.
La grave responsabilidad de gobiernos como el de Guanajuato, que representa el único triunfo panista en la debacle del 2 de junio del 2012, es que en sus manos queda la posibilidad de reconstruir la esperanza de futuro de una derecha democrática a la que perdió la inconsecuencia que tuvo cuando llegó al poder con su éxito como oposición consistente por decenios.
Los panistas tuvieron el monopolio de la credibilidad como oposición leal al PRI, su vocación democratizadora, alejada del aventurerismo revolucionario de la izquierda, les dio viabilidad para convertirse en la fuerza retadora de monopolio priista. Su gran traición, al convertirse en todo aquello que combatieron, amenaza con retrasar la transición mexicana e manera significativa. De allí el tamaño de su responsabilidad.
Por ello, el reducto de credibilidad del PAN, en estos momentos, se reduce a aquellos lugares donde ejercen control político pleno, como en Guanajuato. Gobernadores como Miguel Márquez no sólo deberían hacer un buen gobierno, tendrían que hacerlo ejemplar, si es que quieren darle al PAN una posibilidad de reconstruirse.
Hasta ahora nada de eso pasa. Gobiernos como el de Guanajuato se manejan medianamente y permanecen en la lógica de administrar las circunstancias y contemporizar con los vicios que han heredado, mientras que a nivel nacional las élites panistas pelean por los restos de un botín cada vez más escaso y cuyo control está fuera de sus manos.
En Guanajuato, Miguel Márquez ha dicho a sus cercanos que sólo quiere ser un buen Gobernador y no le importa la suerte del PAN, en alusión a su antecesor, Juan Manuel Oliva, quien se caracterizaba por operar partidistamente desde el gobierno.
Pero gobernar bien quiere decir algo más que no meterse en problemas, debería significar también adentrarse en corregir los vicios de una tradición de corrupción y dejadez.
Así que si gobernadores como Márquez creían que la tenían tranquila, no saben dónde se están parados.
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