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Jorge Javier Romero Vadillo

17/05/2013 - 12:00 am

La crisis sin utopía

La primera gran recesión del siglo XXI, ya en su quinto año con efectos dispares alrededor del mundo y que se ha cebado sobre todo con los países del sur europeo y con Irlanda, no sólo ha hecho evidentes las debilidades de los Estados y las limitaciones de la política frente al poder de los […]

La primera gran recesión del siglo XXI, ya en su quinto año con efectos dispares alrededor del mundo y que se ha cebado sobre todo con los países del sur europeo y con Irlanda, no sólo ha hecho evidentes las debilidades de los Estados y las limitaciones de la política frente al poder de los grupos financieros, después de décadas de debilitamiento estatal impulsado con ahínco desde los tiempos de Tatcher y Reagan, sino que muestra también los estragos sobre la acción colectiva y la capacidad de resistencia social que provocó el derrumbe de la Unión Soviética y el deterioro del proyecto socialdemócrata.

Frente a la crisis actual, la izquierda política se muestra perpleja, con reflejos lentos y sin energía suficiente para encabezar un proceso de reforma que implique no sólo un giro a la política de austeridad  para propiciar el crecimiento, sino un proceso de reformas capaces de poner reglas claras a los grupos financieros que provocaron el actual colapso de economías como la de España o la de Grecia. La paradoja histórica es que actualmente el gobernante que ha defendido con mayor vigor una política de estímulo al crecimiento es el Presidente Obama, mientras que en Europa, el Presidente francés François Hollande se muestra titubeante e incapaz frente a la austeridad luterana de Ángela Maerkel y su afán por la reducción del déficit de los países ahogados por el desempleo y la recesión.

Pero si en la izquierda política falta la energía y la decisión para presentar una alternativa consistente y vigorosa frente a la crisis, que permitiera formar una coalición con fuerza para forzar la reforma institucional del sistema financiero global, en los términos defendidos por economistas con credenciales tan relevantes como las de Stiglitz o Krugman, entre las sociedades lo que ha privado es el desconcierto y la inacción, cuando no la movilización reaccionaria de derecha ultra nacionalista y xenófoba. Cierto que  se movilizaron los indignados en España y que en Estados Unidos ocuparon un parque los que dijeron que ocuparían Wall Street, pero se ha tratado de movimientos marginales con efectos políticos débiles –por más que algunos defensores le atribuyan a los movilizados un papel relevante en la derrota de Romney en las pasadas elecciones norteamericanas– y que no han involucrado acciones eficaces de resistencia con capacidad de influir en los gobiernos para el cambio de políticas. En España el abstencionismo electoral de los Indignados contribuyó en todo caso al triunfo con mayoría absoluta de Mariano Rajoy y el Partido Popular, que no han hecho más que someterse con docilidad a las exigencias alemanas, mientras muestran toda su corrupción y su beatería en la gestión  cotidiana, sólo aferrado al recorte del gasto social sin tocar los privilegios de quienes provocaron el derrumbe.

Cuando se leen los testimonios y las novelas de los tiempos de la gran depresión que estalló en 1929, la impresión queda la impresión que detrás de la desesperación y el hambre se movían energías utópicas vigorosas. En el extraordinario libro de Edmund Wilson American Jitters: A Year of the Slump, tal vez el mejor reportaje sobre la gran depresión realizado no por un periodista sino por un crítico literario con visión política, se pueden encontrar, más allá de las historias de miseria y desesperanza, a trabajadores que se organizan en sindicatos y que tienen la convicción de que otro mundo es posible, de que lo que ha fracasado es el capitalismo pero que con la organización y la acción de las masas será posible construir una sociedad mejor.

Frente a la crisis de la década de 1930, el socialismo parecía una alternativa esperanzadora. Claro que también entonces, y con enorme efectividad, crecieron los movimientos fascistas que pretendían detener la posibilidad de que la clase obrera alcanzara el Paraíso. El choque alcanzó proporciones apocalípticas, primero en la guerra civil española y después en el cataclismo mundial, pero fue la resistencia de los trabajadores la que en buena medida llevó al presidente Roosevelt a impulsar su New Deal y a que, después de la Segunda Guerra Mundial en Europa se desplegara el Estado del Bienestar.

Sin embargo, hoy frente a la crisis los afectados no tienen la perspectiva de pensar en que otro arreglo social es posible. La utopía comunista se desmoronó tras mostrar el monstruo que había producido el sueño de la razón ilustrada. La socialdemocracia no ha superado la culpa de no haber sabido administrar la crisis de la década de 1970 y se muestra timorata y poco imaginativa, pero sobre todo resulta incapaz de mover al entusiasmo a quienes parecen haber perdido toda esperanza de futuro.

Los afectados por la crisis de nuestro tiempo en los países más desarrollados no sufren, en su mayoría, de los estragos que padecieron los afectados por el derrumbe que comenzó en 1929. No existen hoy las legiones de desempleados famélicos que poblaban los reportajes de los años treinta. Hoy los desempleados rumian su depresión frente a la televisión y en muchos casos cuentan con algún colchón de seguridad social, por mermado que esté y por magro que sea el cheque del seguro de desempleo; mal que bien ahí está la seguridad social y el sistema de salud que construyeron los Estados de bienestar y que no han logrado desmantelar del todo los predicadores del anarco capitalismo. Pero sobre todo, lo que priva en la mayoría es el desencanto y la ausencia de un proyecto de futuro diferente al cual se puedan aferrar.

Frente a la ausencia de utopías de futuro, lo único que le queda a algunos es la utopía tradicionalista, la del mundo imaginario de la nación pura, sin extranjeros perniciosos que quitan el trabajo o con gobiernos fuertes que pueden tomar decisiones sin tener que someterse a la monserga de los controles parlamentarios. Otra vez, como hace ochenta años, la tentación fascista vuelve a tener eco en el joven taxista griego que con candor y simpatía se refiere a Hitler como un gran tipo. Una vez más, frente a la incapacidad de la izquierda para ofrecer un horizonte de futuro, se incuba el huevo de la serpiente.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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