La Medicina Social, en México y en EE.UU.

02/04/2013 - 12:00 am

Consecuencia de la mala educación sanitaria, el desprecio por la medicina preventiva y la familia patriarcal, hace que el supuesto macho alfa de la comunidad parental niegue sistemáticamente que enfrenta problemas de salud hasta que el organismo se rebela con síntomas inocultables.

Pertenezco a una generación familiar en vías de extinción. Sobrevivimos a la infancia 11 de 14 hermanos nacidos entre 1925 y 1954, y desde el 91 han ido cayendo uno a uno mis padres y mis hermanos: de seis varones, ya sepultamos a tres, y de cinco mujeres otras tres recibieron sus merecidos homenajes fúnebres.

Los varones, incluyendo a papá, han fallecido por enfermedades en el sistema respiratorio, y dos de los tres sobrevivientes padecemos problemas sistemáticos en nuestra función pulmonar.

Sin embargo, mi hermano con 78 y yo con 67, cada vez que nos encontramos –y a últimas fechas lo hacemos muy seguido–, al preguntarnos por nuestra salud siempre contestamos ambos «como un chavalo de 28 años».

Pero este invierno se nos vino encima el mal, y ya llevamos cinco meses sin reposo.

Él es norteamericano y tiene servicios de salud social por su tiempo trabajado como chofer en aquel país desde 1960. Yo soy mexicano y tengo servicio médico por mi empleo en laUniversidad Autónoma de Ciudad Juárez.

Desde que «El Sabio» (así le decimos) fue a su primera consulta, le indicaron una batería de estudios clínicos y análisis que lo tuvieron en el hospital casi una semana y costaron más de cinco mil dólares. En cambio, a mí me recetaron una pastilla diaria y un jarabe: «A ver si con eso tiene mientras su organismo se defiende solo».

Así hemos ido dando tumbos: a él cada vez le piden estudios más sofisticados y conmigo experimentan medicinas más potentes, esperando que con este medicamento de última generación remita mi malestar.

Este fin de semana fui a comer a El Paso con un viejo amigo que acaba de vencer al cáncer, y a pesar de que evité por todos los medios que descubriera que traigo problemas respiratorios –la tos persistente no le pasó desapercibida–, luego de una hora de charla profesional me asaltó directamente: «Tú andas mal de salud y esa tos no dice nada bueno, ¿qué tienes?». Así emplazado no tuve otra opción que confesarle que llevo cinco meses con ese problema.

Me hizo como diez preguntas y me recomendó a un médico. «No procastines», me ordenó, «puede ser cáncer». «Estás jodido», le respondí, «ahora ya quieres repartirla a todo mundo».

Por fin, los galenos de servicios médicos de la UACJ me ordenaron la primera batería de exámenes muy generales.

Y a mi hermano, después de sacarle unos 30 mil dólares, concluyeron recetados un jarabe para calmarle el malestar mientras su organismo desarrolla mejores defensas en su sistema inmunitario.

La universidad ha gastado conmigo algo así como unos 15 mil pesos en los cinco meses de atención; la mayoría en medicinas y salarios de los doctores.

La medicina social tiene dos perspectivas afectando al mismo tiempo a una familia. La visión empresarial de contratar hospitales, médicos y laboratorios particulares, –que es el modelo norteamericano y que viéndolo bien es más espectacular, pero muchísimo más caro–, es prácticamente un sistema de financiamiento con dinero público a los mercenarios de la salud.

Y en México el otro sistema, muy legislado, con todos los derechos reconocidos para el paciente, pero en la práctica con muy pocos recursos. No se trata de que a los médicos mexicanos les salgan ronchas con los estudios clónicos o de laboratorio de punta, lo que pasa es que los sistemas de salud mexicanos son muy pobres, porque sus ingresos  están indexados a los salarios y los salarios son muy bajos. En la universidad algún estudio clínico caro tiene que ser autorizado por el Rector.

En México se prioriza el pago a los médicos y estos tienen que hacer magia para encontrar el diagnóstico adecuado.

Platicando el día de ayer, «El Sabio» me dijo: «mira, tenemos los mismos síntomas y ni aquí ni allá le encuentran. Te van a voltear al revés y no van a saber de qué se trata. Mejor olvídate de ellos y vámonos a los remedios de mi mamá, un té de gordolobo con miel y un tequila con limón, que de algo nos tenemos que morir y si nos quedamos juntos harían un sólo sepelio, y les ahorraríamos uno con todo su desmadre a los que se quedan vivos».

Así que viéndolo bien, con nuestros males los únicos que han ganado son los médicos, los laboratorios y las compañías farmacéuticas, y nosotros igual de jodidos.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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