Arnoldo Cuellar
21/03/2013 - 12:00 am
PAN, la identidad perdida
La segunda fuerza política de México, dos veces gobernante a nivel nacional y con la más larga trayectoria opositora dentro de la institucionalidad, parece sumida en una profunda crisis tras su derrota en la pasada elección de julio. Como gobierno, el PAN parece haber sido incapaz de preservar la fuerza de los ideales que lo […]
La segunda fuerza política de México, dos veces gobernante a nivel nacional y con la más larga trayectoria opositora dentro de la institucionalidad, parece sumida en una profunda crisis tras su derrota en la pasada elección de julio.
Como gobierno, el PAN parece haber sido incapaz de preservar la fuerza de los ideales que lo guiaron como oposición. De ser un contumaz e insobornable crítico de las carencias democráticas del PRI, de su pragmatismo y su relajamiento ético, ya en el poder los panistas eligieron gobernar bajo el signo de sus viejos adversarios.
Probablemente a causa de que el PAN exitoso como opción política no fue el de la brega de eternidad y la mística del voto, sino el de los empresarios recién llegados a la política, en el gobierno federal ganado por Vicente Fox la única idea que se instaló fue la de ocupar el espacio del PRI para disfrutar del poder.
Si alguna época vacía de iniciativas políticas ha conocido el país en su etapa moderna, esa fue la de Vicente Fox Quesada como Presidente de la República. Un tránsito grosero de aprovechamientos personales, rápidamente multiplicado ad nauseam en todos los niveles del gobierno, en donde pulularon los advenedizos mientras los panistas doctrinarios o se hicieron a un lado o se sumaron a la cargada de desenfado, ligereza y corrupción.
Y aunque Felipe Calderón Hinojosa tenía una trayectoria de mayor rigor intelectual, oficio político y conocimiento del Estado, su presidencia no pudo reparar los estragos de su correligionario y antecesor, sobre todo a causa de su obsesiva lucha por obtener legitimidad a través de la confrontación con la delincuencia organizada, a la que no sólo no venció, sino que convirtió en una presencia anárquica y descontrolada, gracias a una metástasis que probó lo erróneo del diagnóstico.
La crisis del PAN, gracias a esos 12 años de ejercicio de la máxima responsabilidad pública bajo el signo de la ocurrencia y de la terquedad, explotó en la fallida campaña presidencial de Josefina Vázquez Mota, imposibilitada de ganar no por sus propios errores, sino por la carga histórica que pesaba sobre su candidatura.
Pero allí no se tocó fondo. A la falta de procesamiento de la derrota se sumó el enquistamiento de Gustavo Madero, no sólo en la dirigencia del partido sino también en la conducción del grupo parlamentario panista en la Cámara de Diputados, con lo que la crisis no sólo no ha remitido, sino que amenaza con convertirse en un asunto de mayor gravedad.
Las crisis no son ajenas a un partido derrotado en una elección; sin embargo, de su procesamiento depende la posibilidad de una recuperación para situarse de nuevo en la tesitura de una competitividad real.
El PRI del año 2000 se sumió en una confusión, más grave de hecho que la del PAN, porque el Presidente de la República era su centro político. Las batallas que protagonizaron en distintos momentos Roberto Madrazo, Arturo Montiel, Manlio Fabio Beltrones, Elba Esther Gordillo, Emilio Chuayffet y Beatriz Paredes, entre otros muchos, tuvieron el efecto de colocar a este partido en el tercer lugar de la siguiente elección.
El PRI se confrontó por cuestiones de poder, pero no por temas ideológicos o por el espejismo de una refundación. Aún en sus peores momentos como partido, establecieron una posición cerrada frente al panismo gobernante, le regatearon apoyo político para las reformas y defendieron el sostenimiento de la estructura institucional que construyeron en el siglo XX, incluyendo sus relaciones con los poderes fácticos que incluso en medio de coqueteos descarados con los presidentes panistas, nunca perdieron de vista el peso específico de la oposición priista.
El PAN hoy, a diferencia del PRI, no está descentrado por la pérdida de la presidencia de la República, sino por la enorme penetración de las relaciones perversas entre negocios y ejercicio del poder, como lo muestra la guerra de los casinos que envuelve a panistas de las dos principales corrientes que se enfrentan en este momento.
Y, también a diferencia del PRI, una parte del PAN no sólo no busca frenar al gobierno priista, sino que se muestra más que dispuesto a una colaboración generosa que se quiere escudar en la responsabilidad institucional pero que en realidad obedece a la necesidad de sostener entramados de negocios como los de los casinos, que no se explican sin complicidades gubernamentales.
La crisis del PAN puede ahondarse porque en realidad son muy pocos los que allí están pensando en como volver a poner a flote al partido como una opción electoral viable y significativa para una ciudadanía. En cambio, algunos de los principales grupos al interior del PAN, entre ellos el que lo dirige actualmente, ven en el partido un instrumento para mantener privilegios en negociación con el régimen priista.
Situaciones como esta amenazan con convertir al PAN en otro grupo de poder fáctico, alejado de sus obligaciones sociales, en abierta contradicción con su historia y olvidado ya de los valores que lo constituyeron como la opción de la primera alternancia en la vida política moderna del país.
No quedan las cosas allí. Si el PAN no atiende su nueva circunstancia con otras herramientas que las del simple pragmatismo interesado, también su participación en el Pacto por México se verá reducida del nivel de garante de acuerdos de Estado al de simple comparsa del régimen.
Hay quienes han hablado de la perredización del PAN. El término, empero, podría quedar grande, a lo mejor simplemente se convierten en el nuevo PARM.
@arnoldocuellaro
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