Arnoldo Cuellar
07/03/2013 - 12:00 am
Elbazo: de regreso a los clásicos
Más allá del tema instrumental en torno al realineamiento de los liderazgos y bases magisteriales, algo que será quizá laborioso pero menos complejo que la decisión de Estado de someter a Elba Esther Gordillo mediante un golpe judicial, los acontecimientos de esta semana producirán fuertes cambios en la correlación de fuerzas en el país. ¿De […]
Más allá del tema instrumental en torno al realineamiento de los liderazgos y bases magisteriales, algo que será quizá laborioso pero menos complejo que la decisión de Estado de someter a Elba Esther Gordillo mediante un golpe judicial, los acontecimientos de esta semana producirán fuertes cambios en la correlación de fuerzas en el país. ¿De qué naturaleza? Tratemos de revisar.
Ya dijimos que el encarcelamiento de la dirigente sindical más poderosa del país constituye en los hechos la verdadera toma de posesión de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, hay más que eso. El afianzamiento del presidente también constituye la piedra de toque de la restauración política del priismo con el carácter hegemónico de sus mejores tiempos.
Ya con el pacto por México, el nuevo gobierno priista había logrado uncir a las principales oposiciones en una agenda común, donde parecían importar menos los objetivos de fondo que el simbolismo. Ahora, con la reconstrucción plena del poder presidencial como gran árbitro de las disputas entre grupos de presión, con instrumentos legales y extralegales a su alcance, el sometimiento de las fuerzas políticas es total.
En ese sentido, resultan enternecedoras posiciones como las del dirigente panista Gustavo Madero, quien justifica su respaldo a Peña Nieto en el hecho de que la propuesta de reformas «es la agenda del PAN». Lo que no dice el dirigente de la corriente casinera es que la agenda del PAN como gobierno era esencialmente la formulada por el reformismo de la tecnocracia priista de fines del siglo pasado, la cual no salio adelante por la ineficacia de los presidentes blanquiazules.
Como además, buena parte de la clase política panista está inmersa en asuntos de corrupción, de tráfico de influencia o de negocios dudosos, todos leyeron el «elbazo» como una advertencia y de aquí en adelante estarán más alineados que nunca.
Los gobernadores, priistas, panistas y perredistas, serán los que más rápido se formarán en el viejo esquema de dependencia con el Ejecutivo Federal. La presencia en Los Pinos de buena parte de ellos al día siguiente de la detención de Gordillo perseguía dos objetivos: sumarlos a la estrategia de control de las secciones sindicales en sus estados, pero también participarles simbólicamente el nuevo reparto de poder.
El incipiente independentismo de los gobernadores priistas con los presidentes panistas, que les sirvió para renegociar márgenes de decisión y también de impunidad, ha quedado liquidado de golpe. En el caso de los mandatarios de oposición, muchos de ellos respaldados por el poder político y económico de Elba Esther Gordillo, su preocupación debe ser mayúscula. Ninguno de ellos tiene posibilidad para enfrentar la recuperación del poder del gobierno central.
Porque esta vez ya no se trata sólo de obtener recursos económicos o ayuda para el combate al crimen organizado. Lo que está en juego es su misma permanencia, pues a diferencia de los presidentes panistas, los priistas si saben como remover gobernadores, máxime que la mayor parte de ellos se sostiene con grandes dosis de impopularidad o de desconocimiento.
No le será difícil a Enrique Peña Nieto realinear a la clase política tradicional, tan dispuesta a seguir el nuevo cambio en la dirección del viento, sobre todo después del vendaval de la semana pasada.
Más complicado resultará controlar a una parte de la sociedad que se acostumbró a muchas libertades y también a algo de libertinaje en los últimos años. Recuérdese si no el escarnio en las redes sociales ante cada tropiezo del entonces precandidato y después candidato presidencial del PRI.
Sin embargo, se trata de una manifestación de insurgencia social demasiado lúdica y poco organizada políticamente como para que pueda preocupar. Incluso, puede otorgar las válvulas de escape necesarias ante la combinación de solemnidad y cinismo de la clase política tradicional.
Por lo pronto, lo que puede apreciarse es que en el imaginario priista las cosas han cambiado poco. Que la consolidación del poder político no pasa por convencer a la sociedad, sino por someter a los adversarios internos. Que la fortaleza del régimen no tiene que ver con los valores democráticos y sí con la monopolio de la fuerza.
Es decir, que la segunda década del siglo XXI nos encuentra con la reedición de los valores del viejo estado mexicano posrevolucionario del siglo XX.
¿Será cierto que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen? Porque entonces, pareciera que no tenemos remedio.
@arnoldocuellaro
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