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Arnoldo Cuellar

28/02/2013 - 12:00 am

Elba Esther y el presidencialismo

Elba Esther Gordillo fue colocada en el pináculo de la organización gremial más importante de México por un poder presidencial que buscaba reposicionarse, el de Carlos Salinas de Gortari, en 1989. Este martes, 24 años después, la poderosa dirigente sindical fue destronada por otro poder presidencial que, todo parece indicarlo, busca recobrar viejas potestades. En […]

Elba Esther Gordillo fue colocada en el pináculo de la organización gremial más importante de México por un poder presidencial que buscaba reposicionarse, el de Carlos Salinas de Gortari, en 1989.

Este martes, 24 años después, la poderosa dirigente sindical fue destronada por otro poder presidencial que, todo parece indicarlo, busca recobrar viejas potestades.

En el ínterin, Elba Esther Gordillo acrecentó su poder por la complacencia y, a veces también, la complicidad de otros dos mandatarios, los panistas Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, quienes la utilizaron y la sirvieron al mismo tiempo.

El anacrónico mandarinato de la organización de maestros, un esquema que se repite en otros ámbitos de la vida pública del país, incluyendo monopolios empresariales, políticos y sindicales, sólo se podía sostener por la omisión del gobierno de la República.

Salinas utilizó a Elba Esther para una acción gatopardista. Sacrificó a Carlos Jonguitud para dar una apariencia de modernización, al mismo tiempo que se cobraba deslealtades en la elección de 1988, como en el caso de «La Quina».

Elba Esther Gordillo entró al SNTE, como ella misma se lo dijo a Adela Micha, por los albañales, de la mano de los operadores salinistas Manuel Camacho y Marcelo Ebrard.

Fueron las omisiones de Ernesto Zedillo, la complicidad de Vicente Fox y Marta Sahagún, así como la asociación política con Felipe Calderón, los elementos que cimentaron el enorme poder de Gordillo, consistente sobre todo en el uso ilimitado de los recursos provenientes de las cuotas de los maestros.

Se sabía, sin sombra de duda, que las aportaciones sindicales de los maestros, así como las aportaciones patronales, llegaban directo a las cuentas de la maestra, antes que a las del sindicato. Incluso, en los últimos tiempos y para buscar adecentar esa situación irregular, la lideresa creo una fundación.

De la tesorería de la federación a las cuentas de Gordillo era el tránsito que hoy se quiere descubrir con asombro, peor que se sabía de siempre.

Desde esas instancias, donde solo privaba su voluntad unipersonal, Elba Esther financiaba las actividades del sindicato en base a la lealtad que se le mostraba, hacía crecer carreras, abortaba otras. También, con  absoluta discrecionalidad, apoyaba proyectos políticos, incluso era mecenas cultural. Pero, por encima de todo, se daba una vida de potentada.

Hoy, esa larga carrera concluye justo cuando regresa al poder la expresión política que permitió la construcción de poderes paralelos al Estado, pero siempre como soporte del presidencialismo absolutista. Elba se va no para democratizar al magisterio, quizá ni siquiera para mejorar la educación, sino para permitir el afianzamiento y la reconstrucción del poder presidencial.

Escuchaba, en la calentura de las primeras confirmaciones de la noticia que cayó como bomba entre medios y políticos, el comentario de un connotado analista e intelectual mexicano, quien afirma tajante que “este no es un quinazo, pues el México de hoy no es el de Salinas, hay contrapesos.”

Sin embargo, no pude dejar de pensar en el reciente caso de Florence Cassez, como muestra de que el PRI ha regresado para hacer posible algo que los panistas nunca lograron echar a andar: la razón de estado por encima de marcos legales y acuerdos políticos.

Habrá que valorar las reacciones. Puede ser que los años de ineficiencia panista, además no exenta de corrupción, hallan hecho que se extrañara el letal pragmatismo del PRI. Todo es posible.

Nadie extrañará a Elba Esther, cuyos desplantes eran ofensivos para los maestros, para el país y para la flaca democracia que estamos construyendo.

Empero, si de su caída no gana nada la democracia interna y la autonomía del mayor sindicato del país, de poco servirá este desplante: un ajuste de cuentas más en un país que se niega a creer en las instituciones, pero que se doblega con gran facilidad ante los caudillos.

 

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@arnoldocuellaro

Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).
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