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Jorge Javier Romero Vadillo

22/02/2013 - 12:00 am

Todo México es la UNAM

El episodio solo es uno más de una larga historia: en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM se planteó una reforma al plan de estudios que no le gustó a parte de los estudiantes. En el plantel Naucalpan la protesta se tornó violenta y las autoridades expulsaron provisionalmente a los presuntos instigadores, […]

El episodio solo es uno más de una larga historia: en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM se planteó una reforma al plan de estudios que no le gustó a parte de los estudiantes. En el plantel Naucalpan la protesta se tornó violenta y las autoridades expulsaron provisionalmente a los presuntos instigadores, lo que provocó la toma de la dirección general de los CCH en Ciudad Universitaria por unos pretendidos activistas que golpearon trabajadores, hicieron destrozos y sacaron a la directora de sus oficinas, donde se apoltronaron durante varios días. Al final, la sumisa directora parlamentó con los “activistas” y recuperó las instalaciones previa firma de un documento donde se comprometía a no sancionar a los violentos ocupantes, que quedaron convertidos en demandantes legítimos. Desde luego, las reformas se paralizaron y quedaron sujetas a “consulta”.

Este cuento llamaría a escándalo si no fuera una historia repetida. Cada intento de reforma en la UNAM, grande o pequeño, ha enfrentado la oposición de estudiantes o profesores que resisten al cambio, misoneístas que son. La huelga estudiantil o la toma de instalaciones ha sido la respuesta cada vez que se ha planteado la necesidad de cambiar la manera de hacer las cosas en nuestra cacareada “máxima casa de estudios”.

La lista es larga: en 1986 el recién llegado rector Carpizo hizo un balance severo de las circunstancias que limitaban el papel central que debería jugar la universidad nacional en la formación de profesionales y en la creación de conocimiento científico y el desarrollo tecnológico. En su celebrado discurso “Fortalezas y debilidades de la UNAM”, Carpizo señaló que la calidad académica se encontraba deteriorada y que sin un profundo proceso de cambio la UNAM perdería su lugar como la institución de educación superior más relevante del país. En consecuencia con sus dichos, el rector presentó un proyecto de reformas y logró su aprobación por el Consejo Universitario, sólo para que inmediatamente después la protesta estudiantil, que llegó a la huelga en febrero del año siguiente, diera al traste con las transformaciones que pretendían establecer criterios generales de evaluación del desempeño, limitaciones al entonces llamado pase automático y otras encaminadas a aumentar la calidad de la educación impartida, pero que fueron vistos como afrentas por los grupos que querían mantener las condiciones de laxitud en las que medraban.

De ese movimiento surgieron importantes líderes de la política mexicana de izquierda, entre los que hoy destaca la inefable Rosario Robles, flamante Secretaria de Desarrollo Social, entonces desaforada dirigente de los profesores empeñados en frenar un cambio que hubiera significado reducir en alguna medida la discrecionalidad con la que desempeñaban su labor ella y sus colegas. Nada de exámenes departamentales, en nombre de la sacrosanta libertad de cátedra, convertida en pretexto para el fraude académico.

Después, para no hacer el cuento largo, vino el intento del doctor Barnés por retomar algunos de los elementos de la fallida reforma de Carpizo y por hacer más equitativo el financiamiento de los servicios ofrecidos por la UNAM. La respuesta fue parecida: un movimiento en contra de lo que se presentó como el intento neoliberal por privatizar la educación y una huelga de casi un año sostenida por un pequeño grupo de “activistas”. Sólo la intervención policiaca, considerada por diversos grupos como una violación de la autonomía universitaria "sin que todavía hoy yo termine de entender cuándo la autonomía académica se confundió con la creación de un espacio en el que el Estado no tiene derecho de hacer valer la ley", logró que las instalaciones de la UNAM dejaran de estar secuestradas por una gavilla decidida a dejar a más de 300 mil estudiantes sin clases.

Y podría seguir con el recuento. El hecho es que en cada caso las reformas pretendidas han terminado en “negociaciones” que mantienen el statu quo. De hecho, la crisis provocada por la larga huelga de 1999 se resolvió cuando llegó el doctor de la Fuente al rectorado y recuperó la gobernación de la universidad por medio del reparto de empleo entre los más radicales de los miembros de la comunidad y aparcando cualquier cambio que pudiera alterar la sacrosanta paz de la anquilosada institución. Eso sí: supo construir una imagen a partir de la compra de posiciones en dudosos rankings que ponían a la UNAM como la mejor entre las universidades de habla hispana, sin que se supieran exactamente los criterios considerados para elaborarlos. La imagen como antídoto frente a la decadencia académica.

Ahora, después de que el conflicto del CCH terminó por parlamentos con la impunidad de sus perpetradores, sale el rector Narro a decirnos que "la violencia no tiene cabida en nuestra Institución" y muy ufano afirma: “Queremos actuar en contra de la Impunidad, pero sin actitudes autoritarias que la sociedad reconozca que frente a problemas como el que nos afectan existen respuestas que van más allá del sólo uso de la fuerza. Queremos demostrar frente a los jóvenes que antes que con la fuerza existe la palabra y la razón”. Eso sí, después de que los atacantes violentos se habían salido con la suya, pues las reformas al plan de estudios se fueron a una larga consulta y la directora se había comprometido por escrito a no aplicar sanciones. Al tiempo: el plan de estudios del CCH no sufrirá ninguna reforma que perturbe a los estudiantes.

Lo ocurrido recurrentemente en la UNAM no es más que un reflejo de una trayectoria institucional que marca la historia de México: la negociación de la desobediencia de la ley, la paz mantenida a partir de pactos de impunidad y de privilegios. Todo cambio que encuentra resistencias se resuelve por parlamentos que frecuentemente terminan en simples modificaciones cosméticas que no alteran los equilibrios ni modifican las consecuencias distributivas de una regla determinada. Es la manera en la que ha logrado establecer su dominio un Estado siempre débil y disputado, en el que los políticos exitosos son como el doctor Narro: los que logran mantener la paz a costa de cualquier tipo de eficiencia.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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