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Arnoldo Cuellar

07/02/2013 - 12:00 am

El federalismo, según el PRI

En muy pocos días se acumulan las evidencias de que el PRI no sólo no cambió en su travesía opositora de 20 años, de que nunca se reinventó, sino que además empeoró en sus concepciones sobre el ejercicio del poder de forma autoritaria y excluyente. Y difícilmente podría haber sido de otra manera, si quienes […]

En muy pocos días se acumulan las evidencias de que el PRI no sólo no cambió en su travesía opositora de 20 años, de que nunca se reinventó, sino que además empeoró en sus concepciones sobre el ejercicio del poder de forma autoritaria y excluyente.

Y difícilmente podría haber sido de otra manera, si quienes logran la restauración priista son los residuos más antidemocráticos del viejo sistema político: los gobernadores, que pasaron de ser virreyes presidenciales en el priato del siglo XIX, a verdaderos señores feudales durante las presidencias panistas.

Es a esa restauración, que difícilmente podría ser de otra manera, a la que le han concedido “el beneficio de la duda” los principales partidos de oposición incorporados a la firma de un pacto “por México”, que está lleno de buenas intenciones y que cuenta con muy pocos acuerdos discutidos y consensuados con suficiencia.

Allí está por ejemplo, la mecánica de designación de los delegados federales en los estados, donde el poderoso factótum en que está convertido el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ha establecido como primer criterio de selección el de la militancia partidista y los méritos en campaña. Si además el perfil embona, que bueno; si no, ni modo.

En el caso de Guanajuato las primeras designaciones importantes han sido para candidatos que participaron en las pasadas elecciones y perdieron.

Desde luego, el nuevo PRI tiene una coartada perfecta: el PAN, con toda su vocación democrática del pasado y su carácter de partido de la alternancia, hizo exactamente lo mismo: utilizó los cargos públicos para premiar méritos partidistas.

El razonamiento tricolor parece seguir esta ruta: si quienes iban a cambiar a México reprodujeron los vicios del PRI, por qué éste tiene que ser mejor. En todo caso, los votantes eligieron al candidato presidencial del tricolor, con pleno conocimiento de la historia de este partido.

E, incluso, para el caso de aquellos mexicanos que guardaban una cierta esperanza de redención priista, de capacidad de aggiornamiento, a los priistas no parece molestarles la posibilidad de provocar una rápida decepción. A final de cuentas, este partido parece haber regresado para hacer lo que mejor sabe hacer o quizá lo único: conservar el poder.

Allí están otras muestras de la restauración: el carpetazo a las denuncias sobre el manejo financiero de la campaña priista, en un retroceso sobre lo logrado en los comicios del 2000 en los casos del Pemexgate y los Amigos de Fox; o el aprovechamiento de la crisis en el IFAI, probablemente provocada, para dar un golpe de estado técnico al consejo del organismo.

La guerra de los casinos, que enfrenta a dos fracciones de panistas con espacios de poder, los calderonistas atrincherados en el Senado con los maderistas dueños de la coordinación en la Cámara de Diputados, está siendo aprovechada a plenitud por los maquiavélicos priistas para apoyar a la fracción que más les convence como aliados: Gustavo Madero y sus cercanos.

Otra muestra del nuevo estilo de ejercer el gobierno se observa en la decisión de cambiar un acuerdo consensado en la administración de Felipe Calderón para construir en Jalisco la presa de El Zapotillo, sobre el Río Verde, la cual dotaría de agua a León y Guadalajara, además de varios otros municipios de Jalisco.

Con un simple tuit, pero seguramente con la anuencia previa del nuevo titular de Conagua, David Korenfeld, el gobernador electo de Jalisco, Aristóteles Sandoval, anunció la disminución de la cortina de la presa de 105 a 80 metros de alto.

Con ello cumplió una promesa de campaña con los habitantes de tres comunidades, pero afectó un acuerdo de la federación con los dos estados, cuando se supone que se trata de una decisión técnica, de política pública, donde no intervienen las cuestiones partidistas.

En la nueva lógica tricolor, el tamaño de la cortina de una presa no será decidida por los ingenieros, sino por un candidato triunfador como cumplimiento de una promesa de campaña.

El único problema que se aprecia en el horizonte, para el sueño de una restauración priista que, como en el film de Fred Zinnemann sea “de aquí a la eternidad”, es el crecimiento que la sociedad mexicana vivió durante los dos sexenios panistas, no precisamente gracias a los gobiernos de ese partido, sino precisamente en resistencia a ellos.

El PRI podría lograr cierta benevolencia de esa masa crítica si su perenne vocación autoritaria se compensa con un proyecto de modernización que se esfuerce en ser incluyente y, sobre todo, que se percate de que la sociedad a la que gobierna se ha convertido en adulta.

De no ser así, difícilmente encontrarán quién les arriende las ganancias en su proyecto de dar vueltas hacia atrás en la noria de la historia.

 

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Arnoldo Cuellar
Periodista, analista político. Reportero y columnista en medios escritos y electrónicos en Guanajuato y León desde 1981. Autor del blog Guanajuato Escenarios Políticos (arnoldocuellar.com).
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