La marcha de las dolientes

22/01/2013 - 12:00 am

360 kilómetros separan a Ciudad Juárez de Chihuahua Capital, y en estos días, temperaturas mínimas de hasta diez grados bajo cero se abaten sobre esta parte del desierto. En el medio solo hay una población decente, Villa Ahumada, y lo demás es llanura de pastizales y desierto desierto, es decir desierto sin nada, más que matorrales y arena. “Ni para donde hacerse”. Solo seguir caminando al frente.

Ese es el calvario que van viviendo un puñado de madres –y un padre– de jovencitas juarenses desaparecidas, quienes exigen:

1.- Audiencia pública con el gobernador, de cara ante la comunidad.
2.- La entrega de los restos óseos que se encuentran en el Semefo.
3.- Que den a conocer las segundas opiniones que se han elaborado de los ADN practicados a restos óseos que se guardan en la morgue.
4.- Saber quiénes son los responsables de los homicidios.

Ciudad Juárez, como muchas ciudades del país, ha sufrido la pesadilla de los homicidios contra mujeres que permanecen impunes. Y que cuando son sucedidos fuera de su hogar, hasta se les inculpa por “ponerse en zona de riesgo” como si ellas hubieran nacido para protegerse permaneciendo eternamente cercadas por las cuatro paredes de su casa.

Desde 1993 empezaron a alzarse las voces de las mujeres valientes de las cuales solo permanecen vivas algunas cuantas, pues entre el cáncer y la violencia ya muchas se han ido.

Y hoy vuelven a alzar la voz estas mujeres que se ubican en el límite del sacrificio, que más doloroso, que más decisión que caminar 360 kilómetros para exigir justicia, que no llega ni pronta ni expedita.

Este tesón, esta persistencia de las mujeres de la frontera es lo que hace la diferencia, con otras ciudades y con los varones.

Han abierto los ojos a muchas ciudades que al revisar sus estadísticas, encuentran un alto índice de impunidad en los homicidios de ellas. No se trata de que solo en Juárez desaparezcan las jovencitas, o sean asesinadas con brutal ferocidad; no, esto pasa en todo el país, pero la cultura de sumisión a la que se ha sometido a nuestro México, por siglos de poderes supremos en una elite diminuta y ausencia total de fuerza entre los de abajo, han hecho que veamos las peores barbaries y solo murmuremos nuestra ira, para después encubrirla en risas y burlas de la misma muerte.

Contrasta la actitud de estas cuantas madres y un padre con la actitud de los parientes directos de los 10,500 homicidios sucedidos entre 2008 y 2011, homicidios feroces y reiterados, que sumieron a la frontera en su peor crisis económica y emocional. Y pese a las magnitudes de la tragedia, se han aclarado menos del 10%.

Sin embargo, pocas, muy pocas voces se alzaron pidiendo justicia para tanto muerto. Salvo la voz de otra mujer, la señora Escobedo, que estremeció al mundo desde Villas de Salvarcar.

Este esfuerzo enorme, impensable, debe producir algo, tal vez no solo para ellas que buscan a sus hijas, sino para todas las madres y padres de México que se encuentran en el anonimato y que vieron desaparecer a sus hijos, sean hombres o mujeres. Es una invitación a que salgan de él y que exijan sus cuerpos, sus vidas, el castigo a los homicidas.

No hay peor dolor que el de la madre de una víctima de desaparición, pues todos los días reviven con la esperanza de verla llegar con vida durante el día y vuelven a morir al cerrar la noche sin que hubiese arribado. Para volver a nacer al día siguiente con la esperanza y morir otra vez por la noche. No hay mayor suplicio en vida para un ser humano sea, madre o un padre.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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