Jorge Javier Romero Vadillo
11/01/2013 - 12:01 am
La batalla por la izquierda
Una vez que Morena ha notificado al IFE su intención de constituirse como partido político nacional, se ha declarado la batalla por la izquierda. Si la formación creada en torno al culto a Andrés Manuel López Obrador logra realizar las doscientas asambleas distritales o diez estatales que exige la ley –para las que deberá movilizar […]
Una vez que Morena ha notificado al IFE su intención de constituirse como partido político nacional, se ha declarado la batalla por la izquierda. Si la formación creada en torno al culto a Andrés Manuel López Obrador logra realizar las doscientas asambleas distritales o diez estatales que exige la ley –para las que deberá movilizar a 60 mil personas debidamente acreditadas con credencial del IFE en cada circunscripción– y completa la afiliación de al menos el 0.26% de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral, en 2015 la competencia electoral de la izquierda no será contra el PAN o el PRI sino entre el nuevo partido y el PRD para ver cuál de las dos agrupaciones se convierte en el referente electoral más importante.
La pugna de la izquierda mexicana es ideológica, programática y de personalidades. Ideológica porque implica diferentes lentes de interpretación de la realidad. El polo encabezado por López Orador ha construido una narrativa en la que el pueblo bueno se enfrenta a los intereses egoístas de una minoría malvada y manipuladora que compra votos y hace fraudes para mantenerse en el poder y reproducir la pobreza en el país. Tiene la ventaja de ser un discurso simple, comprensible, maniqueo, como suelen ser las proclamas de los caudillos que apelan a la afrenta para confrontar. Lleno de ecos místicos y de resabios del marxismo más vulgar –no de aquel que pretendía estudiar las múltiples concreciones de la realidad por transformar, sino de aquel que repetía fórmulas manidas que simplificaban al extremo el conflicto social–, el discurso de López Obrador ha sido muy eficaz para movilizar manifestantes y votantes no sólo entre las clientelas empobrecidas sino, sobre todo, entre sectores de las capas medias relativamente educadas. En su simpleza está su virtud.
En cuanto al programa, López Obrador y su movimiento con aspiraciones de partido se presentan como los defensores de las pretendidas conquistas de la época del nacionalismo revolucionario frente a la voracidad neoliberal. También el programa se basa en la simplificación maniquea. Hay que defender a Pemex para que el Estado siga viviendo de la renta petrolera; su aversión a que se cobren impuestos sólo es equiparable a la que mostraron en su tiempo Reagan o Margaret Thatcher; con austeridad y honestidad valiente se resolverán todos los problemas fiscales del Estado y éste, a su vez, podrá resolver todos los ancestrales males de la sociedad mexicana. El atractivo del programa es que mezcla la nostalgia por los buenos viejos tiempos del Estado desarrollista de la época clásica del PRI con la identificación de los males del país en la voracidad neoliberal, en la mejor expresión schmitiana de la lógica amigo¾enemigo.
La personalidad del líder es, sin duda, el principal haber de la nueva organización. Inexplicable como le pueda parecer a las mentes ilustradas que un señor que difícilmente se puede expresar con coherencia, de sintaxis precaria, pueda conectar tan bien con las masas, López Obrador ha sido el dirigente de la izquierda que más pasiones ha desatado en México desde el furor generado por Marcos en 1994. Eso es lo que Max Weber llamaba liderazgo carismático: aquel que no se funda en la razón sino en la emoción atávica.
Frente a este fenómeno el PRD no se encuentra bien parado. La salida de López Obrador y sus seguidores sin duda ha abierto la posibilidad para que el hasta ahora mayor partido de la izquierda se redefina. La construcción de una izquierda claramente comprometida con la legalidad democrática, pragmática con utopía, capaz de plantearse una agenda de reformas viables en las condiciones concretas de la realidad mexicana y global es una de las asignaturas pendientes de la inconclusa transición política mexicana. Frente a quienes una y otra vez proclaman su insumisión a las instituciones, ha hecho falta una fuerza capaz de plantear la necesidad de construir nuevas instituciones y mejorar gradualmente las existentes como parte de un programa coherente; una izquierda con pasión por lo posible, que reivindique sin culpa su carácter reformista y renuncie a toda ilusión revolucionaria.
Hay espacio electoral para una fuerza de este tipo, pero ésta no se puede construir sin un liderazgo atractivo. Para que el papel protagónico de la izquierda en México lo ocupe una fuerza socialdemócrata moderna hace falta programa y un cuerpo dirigente creíble con el cuál se identifique el electorado.
Sin embargo, el PRD actual carece de ambos elementos, indispensables para construir una nueva narrativa política con posibilidades de éxito electoral. Si bien sus dirigentes mostraron una actitud democrática, proclive al compromiso, con su firma en el Pacto por México, no han sido capaces de desarrollar una plataforma programática clara y distinta y ahora se ven en el riesgo de quedar a la zaga de la agenda del presidente Peña Nieto.
Y del liderazgo, ni qué decir. Los dirigentes perredistas si por algo se han caracterizado es por su falta de carisma, superior incluso a su falta de ideas. No hay entre los chuchos, ni entre el resto de los caudillos de corriente, alguien capaz de mover la emoción popular, de agitar conciencias o convencer electores. Tal vez si Marcelo Ebrard se decidiera a dar la batalla dentro del partido y por una vez tuviera la voluntad de poder necesaria para enfrentarse a López Obrador algo se movería y podríamos ver una batalla en la que la izquierda reformista pudiera tener alguna ventaja frente al movimiento milenarista del patriarca, pero las perspectivas son poco halagüeñas.
Antes de las elecciones de 2015 veremos enfrentamientos que irán definiendo las posiciones. Frente a la reforma fiscal o la energética el PRD se verá ante la necesidad de definiciones. López Obrador ya tiene una posición clara: que no se toque Pemex, que no se generalice el IVA, que no se aumenten impuestos. ¿Qué va a decir el PRD? ¿Va a ser capaz de presentar una visión propia, que colabore en los acuerdo pero que no se vea como simple seguimiento al gobierno de Peña o, por el contrario, va a sumarse a la oposición de Morena a cualquier reforma por temor a una sangría electoral? No es un dilema sencillo y las inercias mostradas tradicionalmente por el PRD parecen anunciar una gran crisis.
@Giorgioromero
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá